Ordizia - Contador y Valverde son un mismo alma repartido en dos cuerpos. Más fuerte y recio el del murciano; más espigado y bailarín el del madrileño. Dos motores que se encienden con la misma palabra: ganar. Deben despertarse así por la mañana, pensando en ello como quien planea la ruta para comprar el pan, el periódico y tomar dos potes de regreso a casa. Valverde es de los que vuelve de entrenar relamiéndose porque ha soltado de rueda a todos los que han querido colgarse de ella, sean profesionales o no. O el que antes de correr su primera carrera sobre el pavés -la Dwars door Vlaanderen de hace unos días- dice en voz alta lo que piensa: en ganar. Y que ya verá cómo lo hace. Contador es lo mismo en otro cuerpo. Ninguno de los dos sabe lo que es una carrera de preparación. Ambos piensan en el Tour y recién estrenado abril suman entre los dos once victorias y unos cuantos podios. Ayer se retaron entre los caseríos de la cuesta de Gaintza que abría fuego en la Vuelta al País Vasco. Allí se encontraron. Un alma y dos cuerpos. Lo malo es que solo podía ganar uno.

Ya lo saben los que saben de esto por la mañana. Lo intuyen y lo dicen. "Hoy se pueden cargar la carrera". Valverde y Contador. Qué seria suena la advertencia de Samuel Sánchez, entre emocionado y extraño en su regreso a Euskadi con un maillot que no es el de Euskaltel y una misión que no es la de ganar, sino la de guiar a Van Garderen o a Evans para que no lo hagan Contador o Valverde. Las palabras quedaron ahí, colgando del aire que quema, agita los árboles y dispersa el polen. Es primavera y no llovía, pero se avecinaba una buena.

La primera etapa entendida como la batalla final por la Vuelta.

Así lo escenificaron el Tinkof y el Movistar en la carretera. Tras la escapada de Matteo Montaguti, Fabricio Ferrari, Romain Sicard y Davide Villella, los equipos de Contador y Valverde se pelearon por cada metro de asfalto. No había sitio para nadie más. Era todo muy estrecho. Y duro. Arriba y abajo todo el día. Una clásica llena de muros. El más duro, Gaintza, se subía ayer dos veces. La primera, adelantó el mano a mano. "Tinkof contra Movistar; Contador contra Valverde", resumió luego Intxausti. A un acelerón de un equipo contestaba el del otro. El trueno que responde al rayo. La batalla se iba desarrollando en un escenario majestuoso. A la sombra de la mole rocosa del Txindoki. Entre bosques de pinos que desaparecen para dar paso a verdes praderas empinadas salpicadas de algún caserío. Eso es Gaintza. Una carretera estrecha que sube por donde apenas se puede.

guerra psicológica El ciclismo es un deporte de piernas que se juega con la cabeza. De tratar de demostrar que uno es superior, que está bien, que tiene los músculos frescos y buenos, blandos como la mantequilla. Se trata de sembrar la duda en el rival. De que se pregunte muchas cosas porque las preguntas son las que hacen que las piernas empiecen a doler, que aparezca esa molestia en la rodilla, que la postura agobie y que uno crea escuchar un ruidito en el eje de pedalier, que la zapata roza la llanta... En eso anduvieron Valverde y Contador en la primera subida a Gaintza. Mostrando su plumaje como pavos reales. Enseñaron lo bien que estaban. Mandaron subir y bajar el ritmo a sus chicos. Asomaron por la cabeza. Llegando a la cima, Valverde se echó a la cuneta izquierda, pasó por debajo del brazo de uno de los chicos grandes y fuertes de Contador y, sentado, con el pedaleo ágil y la boca cerrada, llevó al grupo hasta arriba donde cogió un botellín de agua fresca. Así acabó el primer asalto a Gaintza lleno de miradas, de gestos, de movimientos, señas... En esa guerra psicológica se dijeron todo Valverde y Contador.

Nadie más hablaba. A los escapados se les acababa el discurso y el intento de Txurruka en Okorro, como el de Gilbert, se quedó en una oda breve al soldado valiente. La historia de la primera etapa se contaba en los apenas dos kilómetros y medio de Gaintza.

Valverde no se lo esperaba Abajo tomó la palabra Intxausti. Aceleró preparando el terreno a Valverde, que no se hizo esperar. ¿Impaciencia? El murciano quería ganar. Solo piensa en eso. Como Contador. El ataque les dejó solos mientras Kwiatkowski, Evans, Nieve, Trofimov, Cunego y Peraud se refugiaron en su trinchera de sufrimiento. Desde ahí observaron al dúo trepar entre la gente. Valverde delante, tan convencido de la fortaleza de sus piernas, de su buen momento, que no deparó en que el viento era fuerte de cara, que eso le desgastaba mientras Contador subía refugiado a su rueda. "Pensaba que él iba jodido", reconoció luego. No se esperaba la reacción del madrileño. El contraataque que le remató fue brutal, catapultó a Contador hacia el tumulto de gente y allí se perdió. Enter gritos y aplausos. En apenas unos cientos de metros, sacó una quincena de segundos a Valverde. Eso marcaba el reloj en la cima. El murciano no se lo esperaba. Y Contador no esperó. Arriesgó en la bajada, llegó al llano y siguió volando para entrar esprintando en el repecho de Ordizia. Sabe que cada segundo cuenta. En los últimos seis kilómetros solo perdió uno con Valverde. Le sacó catorce en meta. A 34'' llegó Kwiatkowski, el más fuerte de un grupo en el que viajaban Trofimov, Cunego, Peraud, Nieve y Evans Kreuziger, Landa, Samuel, Van Garderen, Kiserlovski o Frank Schleck se dejaron cerca del minuto. "El resultado es muy bueno", se felicitó Contador; "pero esto acaba de empezar. No está todo decidido, ni mucho menos".