Stanislas Wawrinka rompió el saque de Rafa Nadal por quinta vez en el partido y, mirando al palco donde se ubicaban sus familiares y sus técnicos, se señaló la cabeza, se la golpeó para reclamar lo que necesitaba para hacer historia. Estaba a un juego, con su servicio, de derrotar al número 1 del mundo y gran favorito que, aún doliente de la espalda, había sido capaz de ganar el tercer set y prolongar la agonía que comenzó en el calentamiento. El suizo no perdonó esta vez y se apuntó en su primera final el primer Grand Slam de su carrera.
Era su oportunidad y la aprovechó, sobre todo porque no le pesó el ambiente del Rod Laver Arena, la entidad del partido ni los antecedentes ante Nadal, al que hasta ayer no había logrado arrebatar ni un set. El tenista de Lausana es el primer jugador que no sea Nadal, Djokovic, Federer y Murray que se apunta uno de los grandes desde 2009 y el tercero desde 2005 y sale del Abierto de Australia como tercero del mundo. Por delante de él, los dos jugadores a los que ha tenido que derrotar en Melbourne para hacerse con un triunfo indiscutible.
Wawrinka se ganó el apelativo de Stanimal con un primer set casi perfecto. Sumando todos los puntos cada vez que ponía en juego el primer saque, impidió al balear entrar en peloteos largos con tiros precisos hacia ángulos imposibles que aseguraban que su revés a una mano, una rareza en el circuito, no iba a ser una debilidad como le ocurre a Federer ante Nadal. La primera ruptura dio confianza al helvético, aunque la suerte del partido pudo estar en el noveno juego del primer set cuando Nadal, que no lograba sacar rendimiento al resto del segundo saque, dispuso de un 0-40 a su favor para recuperar la desventaja en el marcador. Pero el pupilo de Magnus Norman salió del apuro y volvió a romper el servicio del de Manacor en blanco en el primer juego del segundo set.
Rafa Nadal, lastrado por su espalda, apenas podía poner la pelota en juego, con saques de solo 150 km/h y tras ceder el tercer juego, se fue a vestuarios para recibir tratamiento de urgencia con masajes e infiltraciones. Stanislas Wawrinka discutió con el juez de silla en busca de explicaciones, pero no se distrajo de su objetivo. La reanudación mostró a un Nadal disminuido, con cara de querer abandonar la cancha si no fuera porque estaba en la central del Melbourne Park, en un país donde el tenis se vive con especial pasión, más por pasado que por presente.
El segundo set cayó del lado de Wawrinka, que quizás se relajó tras haber hecho lo más difícil. "Esperaba que fallase. Estaba nervioso, pero empecé a darme cuenta que podía ganar el torneo", confesó después. Pero cuando juegas contra Nadal, lo difícil es poner el tercer set en tu marcador. El número 1 del mundo, tras batallar quince días contra una molesta llaga en la mano, no podía irse de la final sin luchar, sin honrar al tipo de deportista y competidor que es. Rafa Nadal se agarró a la pista en el rato en el que el suizo cometió más errores y se apuntó el tercer parcial. Quien más, quien menos, pensaba que Stanislas Wawrinka podía empezar a sentir el vértigo del ganador, el temblor que recorre a quien está cerca del mayor logro de su carrera. Pero no. A sus 28 años, el jugador de Lausana ha alcanzado un punto perfecto de maduración.