LA sociedad Kerizpe de Eibar respira pelota por cada uno de sus costados. Las fotos de algunos de los mejores pelotaris dan color a este lugar. Un santuario. Pero entre tanto mito, una figura se alza por encima de todas, el socio de honor Miguel Gallastegi. A sus 95 primaveras, el eibartarra no ha perdido ni un ápice de su prodigiosa memoria y recuerda a la perfección cada uno de sus partidos, donde destaca su final de hace 65 años ante Atano III, la primera de las tres txapelas de Don Miguel y el fin del dominio de la hegemonía del genial azkoitiarra, disputada el 28 de noviembre de 1948.
"Fue una gran alegría. Era lo que me faltaba", recuerda Gallastegi. Un contundente 22-6 dio la victoria al guipuzcoano. Un choque en el que Goliat se comió a David. El gigante de Asoliartza sacó a pelotazos al genio de Azkoitia. "Le gané fácil porque le conocía muy bien. Sabía que juego me iba a hacer", rememora Don Miguel. Atano III y Gallastegi eran los dos mejores pelotaris del momento. La gran rivalidad de la época y cada vez que entraban a la cancha saltaban chispas entre ellos y en la grada. Pero fuera era diferente. "Éramos grandes amigos. Por ejemplo, el día de la final, tenía una comida con mis amigos y Mariano me dijo que venía, sin que yo le invitara. Por supuesto, yo estaba encantado", recuerda el exmanista de Eibar con una sonrisa en la cara.
Gallastegi fue el verdugo del azkoitiarra en el mano a mano pero Don Miguel reconoce las grandes cualidades de Atano III: "Era muy bueno y listo. Cambió el modo de jugar a la pelota, tenía un estilo precioso y sacaba y remataba muy bien". Sin embargo, en contra de lo que opinan muchos, para el eibartarra Mondragonés estaba un escalón por encima: "Los dos eran unos fenómenos. Pero yo creo que Mondragonés tenía más mérito porque jugaba noventa partidos y Atano solo diez, algunos de ellos preparados".
El primer profesional Pero además de destacar vestido de blanco, Gallastegi también cambió la manera de entender la pelota. Uno de los primeros profesionales, capaz de disputar 104 partidos en un año, algo impensable en la época. "Yo jugaba en todas partes, algo que no ha hecho nadie, y me pagaban mucho, sobre todo en Francia", rememora el eibartarra, que también luchó por los derechos de los pelotaris: "En algunos frontones no había ni duchas y yo empece a pedir cosas para nosotros". Sin embargo, esa mentalidad también le llevó a renunciar a la que hubiese sido su última final por "motivos económicos".
Una pelotari con una trayectoria para enmarcar y que cambió la manera de entender la profesión. "Estoy muy contento y no cambiaría mi carrera por nada. Le pongo un nueve con cinco", concluye orgulloso el gran Don Miguel.