tradicionalmente el horario de los encuentros de fútbol en las ligas profesionales ha discurrido por dos vías: la de la tarde noche de los sábados, dedicada a la retransmisión en abierto de un partido; y la de la tarde de los domingos, reservado para el resto de la jornada. Pero desde el inicio de la temporada la gran diversidad de horarios viene constituyendo una noticia continuada en el conjunto albiazul: desde su apertura, un viernes, hasta el domingo, pasando por el sábado y a todas las horas que pueda uno imaginar. Ayer volvió a suceder y el peor parado en el reparto horario recayó, de nuevo, en el Alavés. Jugar un domingo a las 9 de la noche no es de recibo. Ni tan siquiera les queda la justificación de que viene impuesto por la televisión. Durante la franja horaria que ocupa el encuentro, en los tiempos otoñales en que estamos, pocos son los ciudadanos vitorianos que se ven circulando por sus calles. Más bien da imagen de parecer una ciudad desierta. Se puede observar algún que otro vecino cumpliendo con su deber cotidiano de pasear su mascota; dos grupos de impenitentes txikiteros que, haga frío o calor, no perdonan sus encuentros diarios o semanales; tres parejas con sus vástagos que regresan a sus domicilios después de haber pasado una jornada con familiares o amigos; cuatro jubilados, para ellos es igual un domingo que un martes, que acaban de cerrar una semana más el local de baile en el que demuestran sus habilidades adquiridas tras largas horas de ensayos previos; cinco despistados que se niegan a aceptar que el fin de semana toca ya a su fin y deben retirarse a descansar para cumplir, laboralmente, al día siguiente (si tienen la buena estrella de poder ejercerlo). Pero alguna mente iluminada decidió que la rutina festiva se rompiera ayer. Y por eso había más movimiento humano por las arterias de la capital. Desde luego, no es la mejor hora para facilitar a los seguidores que se quieran acercar a visionarlo en directo bien sean adultos, bien sean niños (porque ¿quién piensa en los aficionados de la cantera?). Hasta los albiazules tardaron más de la cuenta en cogerle el pulso al rival y al partido. Esta hora provoca, además, que el número de seguidores visitantes que se desplacen se reduzca a la mínima expresión. Aquello de mimar a los aficionados pasó a mejor vida hace ya demasiado tiempo. No creo que sea el único que opina que a los que programan los horarios les importa un comino todo esto. A este paso vamos a tener que reclamar, a quien competa, que se incluyan actuaciones de grupos teloneros en el programa futbolístico para amenizar la espera. Y como colofón, para los más noctámbulos, podríamos incluir una gran verbena popular para seguir la fiesta o bien para poder desquitarse de los posibles aturdimientos que produzca la derrota de su equipo. Pero también convendría alzar la voz de vez en cuando para mostrar nuestro malestar (ya está bien de tragar siempre); y si esto no es suficiente pasar a la acción.