Burgos. El ciclista más temido de la Vuelta es uno que se ríe de sí mismo. A Chris Horner, el inesperado, sus compañeros de equipo le imitan durante las noches de la Vuelta la peculiar manera que tiene de hablar, la voz finita y nerviosa, y el americano, la alegría de un chaval y la edad de dos, se parte de la risa. Es lo que más asusta.

Su felicidad, la aparente sensación de que nada ni nadie puede robarle la sonrisa. Hay una imagen de la subida a Peyragudes del pasado domingo en la que Nibali y Horner pedalean en paralelo. El italiano va sentado y encorvado, su estilo, y tiene el gesto encrespado del sufrimiento; el estadounidense, de pie sobre sus delgadas piernas de escalador y una mueca que quiere parecerse a una sonrisa. "Siempre sonríe, no ha dejado de hacerlo desde que empezó la Vuelta", dice Markel Irizar, uno de los que imita bien a Horner para que este se parte de risa. "Y tampoco ha dejado de estar tranquilo y relajado y, claro, mucho menos, de comer sus hamburguesitas", abunda el gregario guipuzcoano del americano, que dice que lo es tanto, yankee y hippie, distinto, que no entiende muy bien por qué los europeos se quedan sentados en la mesa después de cenar, de tertulia, así que ventilado el plato y, si toca, la hamburguesa, se levanta y se va a su habitación a pensar en sus cosas. "Le gusta estar a su rollo, desconectar", explica Irizar. "Y no le gusta agobiarse. Es feliz corriendo en bicicleta, pero luego no le va eso de hablar de lo que ha pasado".

Ni de lo que tiene que pasar estos tres días que el americano, Valverde y Purito tratan de que Nibali no gane su segunda Vuelta que lidera o, mejor, intentan ganarla ellos. Primero, en Peña Cabarga, donde Igor Antón tropezó en 2010, qué drama aquella tarde que coronó a Purito en la cima cántabra y a Nibali, días después, en la Vuelta. Así que el catalán dice que le gusta el final de hoy, corto, de seis kilómetros, y explosivo, 9,2% de media y rampas del 20% en el último kilómetro, y el italiano, que le piace. Valverde no la conoce porque nunca ha subido por ahí, pero mira los porcentajes y se imagina que le irá bien.

"Y a Horner también", asegura Irizar, que recuerda que, de momento, es el que mejor se ha manejado en la montaña, donde no ha tenido ni un día malo a diferencia de sus tres rivales, que lo pasaron mal en una u otra subida, y solo la crono de Tarazona, donde no estuvo bien, le impide ocupar el lugar de Nibali como líder de la Vuelta. "Y cuanta más pendiente tenga la subida, mejor para él", abunda el guipuzcoano, que se refiere a Peña Cabarga, donde pretende darle un buen mordisco al tiburón, y, también, el Angliru, donde precisamente dicen sus rivales, sobre todo Nibali, que el americano no podrá mantener, tan brutal es el porcentaje de esa cuesta de cabras, su estilo, la postura de pie sobre los pedales. Ni, tampoco, su sonrisa.

Y esa reflexión que parte de muchos otros lados le parece a Irizar el consuelo de los que no se hacen aún a la idea de ver ganar la Vuelta a un ciclista que roza los 42 años, aunque las señales indican que de todo lo que puede ocurrir estos días, es lo más probable, porque en realidad es a Horner al que todos temen.

Lo dice Nibali el día de descanso cuando le preguntan qué es lo que le preocupa tras el accidente de Formigal y dice que Horner, que está a 28'' y le ha soltado en varias llegadas en alto de esta Vuelta, sobre todo, en Peñas Blancas, Hazallanas y la estación de esquí de los Pirineos. Y le señalan igualmente Valverde, que empieza a dudar de que el americano acuse las tres semanas de esfuerzo; y Purito, que recuerda que es cierto que nunca ha hecho una grande a este nivel, pero que ha ganado carreras importantes.

Hay una razón mucho más poderosa que ninguna otra para temer a Horner. "Él está convencido de que va a ganar la Vuelta", zanja Irizar.

Mollema sorprende Ayer en Burgos nadie pensaba en ganarla, pero los cuatro tenían miedo a perderla. Por el viento. Y no andaban muy equivocados. Les sopló en la cara todo el día a Javier Aramendia y Adam Hansen, escapados desde la salida de Calahorra, hasta que entraron en Arlanzón, cruzaron el río por un puente estrecho y les empezó a silbar en la oreja, de costado. Ellos no lo vieron, pero al giro del viento se sumó la velocidad y el pelotón, pegado a la cuneta, se hizo añicos. Era momento de ver quién faltaba. Estaba Horner, escondido el cuerpo y la sonrisa entre los hombros de Fabian Cancellara, que hoy se marcha a acabar de preparar el Mundial en casa, y los de Markel Irizar. Asomaba el morro atento Valverde, lucía el rojo de Nibali y en algún bolsillo estaba metido Purito. "Yo no me he enterado de nada, ni de quién iba de quién no iba", dijo el catalán. A Samuel le escoltaban Egoi, Urtasun y Verdugo, pero no estaba Antón, atrapado por el viento, y, tampoco, Pozzovivo y Pinot, lo que aprovechó Roche para meterles tiempo y colocarse quinto en la general, a espaldas de los cuatro que desde hoy se juegan la Vuelta.

Esta Vuelta que Purito califica de estresante y Nibali se pregunta con una sonrisilla por qué no puede tener un día tranquilo. Tras el viento, el pelotón, los 30 que quedaban, entraron en Burgos, callejearon y, antes de jugársela al sprint, tomaron una curva cerrada y estrecha y tiraron para el cerro de San Miguel, por donde se sube al castillo. Allí lo intentó Diego Ulissi. Y después de gestionar la bajada sinuosa, se le unió Egoi Martínez, recordando quizás que hace siete años había ganado en la misma ciudad pero con otro maillot, el del Discovery.

Lo de Ulissi y Egoi Martínez se acabó pronto. En una de tantas rotondas antes de cruzar el puente sobre el Arlanzón, correr por su rivera y enfilar la recta de meta, más de un kilómetro de avenida ancha. El grupo, tan pequeño, se sintió perdido. Zigzageó de un lado a otro como si, sin lanzadores ni lanzados, nadie supiera qué había que hacer. Ese momento de duda que saben aprovechar los espabilados o los que nada tienen que perder. De ambas cosas tenía algo Mollema, perdido en la general y sensible, por tanto, a las oportunidades que le sirve la vida en bandeja de plata. A menos de un kilómetro ya, con la pancarta cada vez más grande a la vista, atacó el holandés, se pegó a la valla derecha, se acopló a la bicicleta y no se movió ni giró el cuello hasta que lo hizo para levantar los brazos por delante de Boasson Hagen, otra vez segundo como en Tarragona. Entonces salió pronto y le pasó Gilbert. Ayer, llegó tarde.

"No esperaba que fuese mi oportunidad", dijo Mollema, que sonreía complacido una vez cosechado el triunfo. Tanto o más que Horner, que, él sí, espera estos días su oportunidad para ganar la Vuelta. Es al que más temen Nibali, Valverde y Purito.