EL baloncesto de los 80, el que muchos abrazaron con nocturnidad, no puede entenderse sin la figura de Jacques Dominique Wilkins que estos días visita Bilbao para promocionar el partido entre el Bilbao Basket y los Philadelphia Sixers, un paso más en la relación entre ambos lados del Atlántico a la que él también contribuyó. Aquellas madrugadas frente al televisor, aquellas primeras imágenes que llegaban de un mundo inalcanzable mostraban a un jugador que lucía el dorsal 21 de los Atlanta Hawks, un equipo mediano, alejado de las pasiones que desataban los Lakers, los Celtics o los Bulls en aficionados que empezaban a indagar sobre la NBA, a llenar sus carpetas de fotografías de ídolos a los que solo veían jugar, con suerte y bajo la supervisión paterna, una vez a la semana.

El 21 de los Hawks enseñó a aquellos adolescentes que se podía volar en una cancha de baloncesto, que se podía llegar muy arriba para hundir el balón en la canasta, con fiereza o sutilmente, de espaldas, con dos o con una mano, tras remontar la línea de fondo o atravesando la zona llena de rivales. Dominique Wilkins, uno de los más grandes atletas que ha dado este deporte, llenaba los resúmenes con acciones cargadas de plasticidad, de elasticidad, de electricidad. Cada mate suyo era una ráfaga que captaba un aficionado, un motivo para no apartar la vista de la pantalla. Por algo fue llamado The human highlight film, algo así como el hombre de los mejores momentos.

El baloncesto era Magic Johnson, era Larry Bird, era Michael Jordan, era Charles Barkley... Pero también era Wilkins, el hombre que elevó la franquicia de Georgia desde su llegada en 1982 hasta convertirla en una alternativa a los equipos que dominaban la liga. El alero nacido en París, donde su padre militar estaba trasladado, convirtió a los Atlanta Hawks en ganadores con su enorme capacidad anotadora que nacía de su extraordinaria calidad física. Sus dos títulos en el concurso de mates y sus duelos aéreos con Michael Jordan captaron muchísimos adeptos a la NBA. Ambos se convirtieron en iconos de una liga que empezaba a abrirse al mundo y que vendía ese idea del espectáculo que Dominique Wilkins personificaba como nadie.

más que mates Pero no sólo de mates vivió Dominique Wilkins: hay que dominar otras suertes para promediar en la NBA más de 20 puntos durante trece temporadas consecutivas. Mike Fratello construyó un equipo en el que Doc Rivers, Spud Webb, Kevin Willis, Antoine Carr, Cliff Levingston o Tree Rollins ejercían de perfectos escuderos de la estrella. Los Atlanta Hawks fueron un equipo ganador durante la temporada regular, con varios registros por encima de las 50 victorias, pero en el play-off siempre se toparon con los Celtics, los Pistons, los Bucks o los Bulls para crearles una cierta fama de perdedores, que la mítica serie a siete partidos ante los Boston Celtics incluso subrayó.

Pese a todo, Dominique Wilkins era una buena imagen de la NBA y, con él, los Hawks se convirtieron en un equipo atractivo en aquellos años en que los duelos entre conjuntos de ambos mundos eran saludados con mucha expectación, no exenta de morbo. Más aún, cuando Ted Turner, el magnate de la comunicación y propietario de la franquicia, quiso romper fronteras con la aquiescencia de David Stern, el comisionado de la NBA. Y lo hizo de la manera más llamativa posible. Así, Wilkins formó parte en 1988 del primer equipo estadounidense que visitaba la Unión Soviética.

Dos meses después de la fatídica y recordada serie ante los Celtics, los Hawks se plantaron en una gira que les llevó a Tiflis, Vilnius y Moscú en una época en que la Unión Soviética iniciaba una fase de apertura y su selección preparaba los Juegos Olímpicos de Seúl. Al margen de los negocios privados que pudiera hacer Ted Turner, la gira enfrentó a dos mundos opuestos, que no tardarían en encontrarse. Dominique Wilkins cumplió con su papel estelar, pero la gira dejó un regusto agridulce y una derrota en el tercer encuentro ante la selección que un mes después se proclamaría campeona olímpica.

La química en el vestuario de los Hawks se alteró con la llegada de dos anotadores como Moses Malone y Reggis Theus y, aunque Wilkins siguió con sus altos promedios, los Hawks tuvieron que ceder el paso a los pujantes Pistons y Bulls. Además, en 1992 sufrió una de las mayores decepciones de su carrera ya que un lesión le impidió formar parte del Dream Team original que se presentó en los Juegos de Barcelona. En la lista inicial no estaba, aunque su candidatura habría sido, sin duda, considerada en un equipo que hizo del espectáculo su razón de ser.

Su elección para formar parte de la selección estadounidense que se llevó el oro en el Mundial de 1994 apenas pudo paliar lo que había sentido casi como una humillación unos meses antes. Ya veterano y en su último año de contrato, los Hawks decidieron traspasar a Wilkins, que llevaba promedios de 24,4 puntos y 6,2 rebotes, a Los Angeles Clippers a cambio de Danny Manning. Ese intercambio sigue siendo considerado uno de los peores de siempre ya que Atlanta lucía el mejor récord del Este (34-13) igualado con los Knicks en la primera temporada sin Michael Jordan en los Bulls. Ninguno de los dos ganó con el cambio porque los Hawks, obviamente, no mejoraron sus prestaciones y Dominique Wilkins tuvo que consumir su carrera a medias entre Europa y equipos sin aspiraciones como eran a mediados de los 90 los Celtics y los Spurs.

En 1999, con unos pocos partidos en los Orlando Magic, The human highlight film se apagó definitivamente. Ni su cuerpo ni sus piernas respondían ya y su juego se había convertido en rutinario. Pero quedaban sus vuelos, sus filigranas, en la memoria de todos. Por eso, Dominique Wilkins será inmortal para los aficionados al baloncesto.