Valdepeñas de Jaén. ¡Pum! A las 14.45 un cohete sube al cielo y? ¡Pum! Son fiestas en Valdepeñas de Jaén. O como si lo fueran. Llega la Vuelta, un acontecimiento en el pueblo. Así sale la gente a la calle, de parranda. Van con la sonrisa puesta subiendo la cuesta de Las Farjas como si escucharan a Serrat. La fiesta es arriba, más allá del campo de fútbol y el polideportivo. Allí acaba la etapa. Y el pueblo. Más alto solo suben los cohetes. ¡Pum! Explota otro a las tres.

De eso iba la etapa de Valdepeñas de Jaén. De cohetes. Desde 2010, esa meta pide ciclistas de mecha corta, explosivos. Solo así se sube por la cuesta de Las Farjas, que tiene un escalón del 27% donde antes hacían carbón y ahora huele a embrague quemado. Hace tres años Antón trepó por ahí como un jilguero. Tenía alas aquel Antón. Y un año después, Purito. Encendieron la mecha al entrar en Valdepeñas, subieron y?

¡Pum! A las 17.00 horas explota otro cohete. Este casi lo escucha el pelotón, que estaba ya al otro lado del monte, subiendo el puerto estrecho y revirado de Frailes donde no quiso rendirse Javier Aramendia, que es de mecha larga, resistente e inagotable, para convertirse en el último bastión de una escapada que corrió todo el día entre olivares que lo cubrían todo hasta el horizonte, Jaén de Hernández, de piedras lunares, de aceituneros. Por ese mar de olivos iba la fuga de Aramendia, Lloyd Mondory, Anthony Roux, Johnny Hoogerland y Luke Rowe. Y detrás el BMC tirando del carro. Para Gilbert, se supone. Le echaba una mano Katusha, lo que no era una señal, sino un anuncio. Valdepeñas es para corredores explosivos. Para Purito. O para Dani Moreno. El Katusha corre con esas dos balas.

Y Movistar con una, con Valverde, que puso a tirar a Intxausti, Herrada y los demás cuando coronaron Frailes, rezaron lo que supieron y se echaron cuesta abajo persiguiendo a Boasson Hagen, que había atacado una vez sepultados Aramendia y Txurruka, que lo intento después, como lo probaron Flecha, sin fuerza, y Luis León Sánchez. A todos les cortó las alas el Movistar, que tiraba para encajar bien a Valverde en el estrecho pasillo donde empieza la cuesta de Las Farjas.

Desde esa calle se sube hasta lo alto de pueblo en línea recta. Por el escalón del 27% y algunos menos verticales que ya ha pasado la Vuelta dos veces. La de Antón en 2010 y la de Purito en 2011. Ese último año, el catalán encendió la mecha a algo más de 500 metros, en lo más duro, se elevó y explotó al alcanzar el techo del pueblo. Allí lanzó un grito, que es como estallan los ciclistas al sacar de golpe la alegría que guardan dentro de esos cuerpos delgaditos donde apenas cabe nada. Están hechos de piel y hueso.

Poco más de 50 kilos pesan la piel y los huesos de Dani Moreno, el delfín de Purito. Pisa las huellas de su líder. "He atacado donde atacó él hace dos años". A algo más de 500 metros prendió la mecha, dio lo que tenía y se preparó para sostenerse sobre el alambre. Como la cadena, que iba en el límite. Sobre el piñón de 28 dientes (delante, el plato de 39). No le quedaba ninguno más que hubieses deseado. "Con el 28 no me ha llegado". Un diente menos, 27, tenía Valverde, que iba un peldaño más abajo porque no le hizo falta mucho tiempo para darse cuenta de que el ataque de Dani Moreno no era un señuelo. El murciano se olvidó de todo y buscó la estela del madrileño. Y a su rueda, Purito. Llevan así desde que arrancó la Vuelta. En cada final de etapa se pegan el uno al otro como dos siameses no se sabe muy bien si por táctica en el marco de una guerra de resistencia mental, a ver quién pierde antes los nervios, porque las balas están contadas y no es cuestión de malgastar corriendo el riesgo de pagar el peaje del Tour o porque la segunda opción lleva a la primera.

Mientras, Dani Moreno va abriendo camino. Siguió subiendo por la cuesta de Las Farjas, llegó al descanso, tomo un soplidito de aire al pasar por el campo de fútbol, giró primero a la derecha, luego a la izquierda y enfiló la recta de 150 metros donde acaba el pueblo. Y la etapa. Más arriba no había más. Entró haciendo equilibrio con una mano y no dio un pedal más. Explotó. ¡Pum! "Pensaba que no llegaba", dijo.

A cuatro segundos llegaron Valverde y Purito, pegados. Siameses. Y a un cachito de ellos subía Nicolas Roche con la mirada puesta en el segundero de la pancarta de meta. Los iba contando. 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7? El líder irlandés entró cerrando los ojos y apretando los dientes. Cuando los abrió, se lamentó. Ocho segundos. Era uno menos de los que necesitaba Dani Moreno para vestirse de líder.

un final de poder Llegando a las siete de la tarde seguían subiendo cohetes que explotaban en el cielo de Valdepeñas de Jaén de donde habían bajado ya todos los ciclistas a sus autobuses. Todos menos Moreno, sumergido en la fiesta del protocolo. Es lo que tiene ser líder de la Vuelta. "Es un premio", dijo el madrileño cuando bajó con su bicicleta hasta el polideportivo y se sentó ante unos pocos periodistas para negar, primero, que la vigilancia entre Valverde y Joaquim Rodríguez, si es que existiera, le hubiese beneficiado esta vez. "Este era un final de poder", se reivindicó el delfín del catalán, convertido en tiburón. Es el más fuerte de la Vuelta. Ha ganado dos etapas -aquella espectacular de Finisterre y la de ayer- y es líder con 1 segundo sobre Roche, 19 sobre Nibali, 22 sobre Valverde, 28 sobre Horner y 56 sobre Purito. "Pero esto no cambia nada", se apresuró a decir el nuevo maillot rojo cuando le cuestionaron sobre si era ahora él el líder del Katusha para ganar esta Vuelta. "Sabemos muy bien lo que tenemos que hacer en carrera y quién es el líder: Purito. No hay celos entre nosotros. Nos seguimos llevando muy bien. Las alegrías de uno son las del otro", quiso zanjar el asunto Dani Moreno antes de volver a coger su bicicleta para bajar la cuesta de Las Fargas. Era ya el atardecer y al cielo de Valdepeñas subió un último cohete. ¡Pum! Se acabó la fiesta.