Mairena de Aljarafe. En dos pedaladas, dos días, la Vuelta baja de Galicia a Andalucía, cambia de paisaje, de atmósfera y de temperatura, treintaypico grados en la jornada de ayer, y de los primeros que sienten ese calor es Joaquim Rodríguez, Purito, que echa humo cuando suelta la cala del pedal y pone la zapatilla en el suelo. "Ha sido una llegada vergonzosa", brama el catalán; "era muy, muy peligrosa. El espectáculo de esta carrera seguirá así hasta que decidamos plantarnos. Lo hemos estado hablando durante la etapa porque hay mucho enfado entre algunos de nosotros". Habla Purito de una ensalada de rotondas, de pasos estrechos doblando las esquinas de las casas blancas de Aljarafe, de pasillos de gente en los que casi sienten el aleteo de las palmas. De eso, y de la velocidad con la que pasan, que es el verdadero peligro, como si recordara que no mata la bala, sino la velocidad. "Ha sido peligroso", respalda Samuel a su colega, "denunciable o, al menos, protestable. Son llegadas enrevesadas, complicadas, en las que hay mucha presión, vamos rápido, nos podemos caer y, aunque nadie parece pensarlo nunca, llegar a matar".
El enfado de los corredores no es repentino. Desde hace unas temporadas los organizadores exploran la geografía de sus países en busca de la fórmula del éxito que pasa por el más difícil todavía. Hace no mucho, en 2011, Angelo Zomegnan encontró para su Giro una subida como el Crostis, que era dura como otras -un Zoncolan, un Mortiloro, algo así-, pero criminal en su descenso; era de tierra y piedras, estaba sin asfaltar. Para garantizar la seguridad de los corredores, Zomegnan tuvo que colocar en las curvas barreras protectoras como las del esquí. El Crostis, claro, no se subió. Ese año hubo una etapa que se corrió por los tramos, llanos y de bajada, de sterratto blanco de la Toscana. En ese Giro murió Wouter Weylandt en un descenso.
El Tour, que suele echarse al pavés de vez en cuando como si echara sal y pimienta en la ensalada, metió este año dos subidas a Alpe d'Huez y un descenso, el del Col de Sarenne, para enlazar ambas ascensiones que estaba en el límite de lo aceptable por los corredores. Tony Martin dijo entonces sin tapujos que era el ejemplo de que los organizadores querían matar a los ciclistas. Y se habló de que si llovía mucho, que no es como si nevara en verano, la etapa quedaría en una sola subida a la estación de esquí. Si afrontar o no un descenso depende de la lluvia, es que no se puede incluir en un recorrido. Por cordura. "El riesgo está ligado a este deporte", viene a decir Samuel. E Iván Gutiérrez, que se habla muchas veces en el pelotón sobre el riesgo que corren, el plante al que se refiere Purito y alguna propuesta como la de Basso para que los favoritos no tengan que correr sobre el filo de una navaja en este tipo de finales de etapa. Cosas que, de momento, no llegan a nada. Aunque llueva sobre mojado. El pasado lunes, la Vuelta quiso pasar a la isla de Arousa, una vuelta de apenas cinco kilómetros, por el único puente que existe que tuvieron que partir en dos para poder ir y volver. El pelotón entero tuvo que cruzar por un pasillo de tres metros de ancho. No pasó nada. O casi. Pero fue un riesgo innecesario que denunció Valverde al final de la etapa. Volvió a mencionar la palabra muerte, como Tony Martin en el Tour, como Samuel. Dijo el ciclista murciano que había sido "para habernos matado".
Ayer, en Mairena de Aljarafe afortunadamente no ocurrió nada que lamentar. Salvo que Dan Martin, el irlandés que ganó la Lieja y una etapa de los Pirineos en el Tour, se dejó sus opciones en una caída. Pero en el pelotón debieron ir temblando. Por el peligro. Lo denunció Purito. Y le respaldó Samuel. No se enteraron de nada de eso Stybar y Gilbert, que atacaron a ocho kilómetros, aprovecharon la tortilla de rotondas, las calles estrechas y hasta algún tramo de pavés para escapar del pelotón y acabaron, campeones del mundo ambos, el belga, vigente arcoíris de ruta, el checo, dos veces en ciclocross -2010 y 2011-, luchando por la etapa en un sprint que ganó Stybar por un tubular. O tres milímetros. En un margen así de estrecho denuncia Joaquim Rodríguez que se juegan la vida en cada etapa.