alain laiseka
"¡Quedaos todos menos Mikel (Nieve)!". La orden la mandaron Gorka Gerrikagoitia e Igor González de Galdeano desde el coche de Euskaltel antes incluso de asimilar lo que estaban viendo en la pantalla de televisión del coche: a Samuel solo y encallado en el primer puerto de la Vuelta, el Monte da Grobe. Delante del asturiano, alejándose en el horizonte, un pelotón de más de cuarenta ciclistas, entre ellos el ganador de la etapa Nicolas Roche, el nuevo líder Nibali y el resto de favoritos, Purito, Valverde, Basso, Kreuziger? Todos menos Samuel. Y los tres compañeros, Antón, Egoi y Verdugo, que observaban su sufrimiento sorprendidos como lo estaban Gerri y Galdeano, que no sospechaban que algo así pudiera ocurrir porque ninguna señal se lo había indicado antes. Ni el rendimiento del asturiano en la crono, donde las sensaciones, dijo él mismo satisfecho, fueron buenas, ni durante la misma etapa que salía de Pontevedra y subía hasta el Monte da Groba, un mirador sobre Baiona y su playa donde volvió Pizarro montado en la Pinta, una de las carabelas de Colón, hace unos siglos para anunciar el descubrimiento del Nuevo Mundo. Antes de encallar en el primer puerto de la Vuelta, Samuel no dijo nada. No avisó.
Samuel es el ciclista calculador que sabe mirarse para adentro. Se conoce y tiene fe en sí mismo. Antes de que arrancara la Vuelta los teses en Sierra Nevada con el potenciómetro y esos aparatos que son como la máquina de la verdad le contaban lo bien que estaba después de una temporada irregular, el Giro de las luces y las sombras y la victoria de etapa en la Dauphiné. Luego, el Tour de Francia lo vio desde el sofá de su refugio de concentración. Así, concentrado, desembarcó en la Vuelta que es la última de Euskaltel tras el anuncio de su disolución y ni de eso quiso hablar el asturiano salvo para mostrar su enorme disgusto y anunciar que la despedida sería grandiosa. "Moriremos con las botas puestas". Prometía que lucharía por ganar la Vuelta. Que estaba preparado. Se lo decía su cuerpo. Y Samuel es de los que se conoce bien. Sabe escucharse.
De repente Ayer, su cuerpo no le dijo nada durante toda la etapa. "Se fue tranquilo todo el día". Cómodo. Menos para Javier Aramendia, Gregory Henderson y Alex Rasmussen, escapados hasta las primeras rampas del Monte da Grobe, donde la etapa seguía siendo una incógnita. La despejó el Movistar, que mandó acelerar el paso a José Herrada. Entonces, todos pensaron en Valverde. Nadie pensó en que el ritmo de Herrada atragantaría a un favorito como Samuel. Ni él mismo. Su cuerpo no le avisó. No le contó que estaba a punto de quebrarse. "De repente, a siete kilómetros de la meta, me he quedado sin fuerzas y no podía dar pedales". Iba con la cabeza ladeada. Negaba. "No, no, no". No podía ser. Pero era. Se quedaba. Lo vieron Gerrikagoitia y Galdeano en la pequeña pantalla y dieron un grito para que todos le acompañaran en ese calvario. Egoi, Verdugo y Antón, que ya andaba por la cola del grupo, le arroparon.
Arriba solo se quedó Nieve, el ciclista que tiró de Contador en el Ventoux durante el pasado Tour que al madrileño no le salió nada bien y provocó la ira de Oleg Tinkov, el magnate ruso, reflejada en un tuit en el que dudaba de su compromiso salvo para cobrar una millonada. Le preguntaron por ello ayer a Nicolas Roche después de ganar la etapa y el irlandés dijo que no estaba de acuerdo, que Contador dio en el Tour el 200% para luchar contra Froome y que cada mañana bajaba de la habitación y se sentaba a desayunar pensando en la manera de hacerlo. Roche también pensaba en la manera de ganar una etapa en la Vuelta. Una noche antes del inicio, Kreuziger, obediente y abnegado trabajador en el Tour, le dijo que cualquier día que quisiera podría luchar por ello. Ahí quedó la cosa. Hasta ayer.
Se lo vino a recordar el irlandés a su líder cuando estaban ya cerquita de la cima del Monte do Groba. Kreuziger, cómodo en el grupo, le dio libertad. Y Joaquim Rodríguez, a Dani Moreno, que le había hecho la pregunta opuesta. "¿Te preparo el final?". Purito pasó.
Liberados, Dani Moreno y Roche atacaron para buscar el dorsal de Leopold Konig, que se había marchado antes, y a esa estela que llevaba al triunfo de etapa se subió también Pozzovivo. El del italiano fue un ataque duro dentro del último kilómetro que no fue el definitivo porque Roche reaccionó, echó de su sombra a Dani Moreno y aceleró hacia la victoria en el Monte da Groba, el primero de los once finales en alto de la Vuelta que esperaba a Valverde, solo y quieto en los dos kilómetros finales después de provocar el desplome de Samuel que nadie sospechaba.
El Mirador de Lobeira, 4,2 kilómetros al 4,8%, es hoy el segundo. Allí llega de líder Nibali, que habló ayer de una primera subida de control de la que apenas se sacan conclusiones. "No se ha visto casi nada". Salvo que Samuel queda descartado para la lucha por la Vuelta.
El asturiano llegó 2:41 después de Roche -como Henao, otro derrotado- rodeado de sus compañeros, "gracias chicos", les dijo, sin saber cómo explicar lo que había ocurrido. "Solo sé que ha sido un día muy malo", valoró; "que me he quedado sin fuerzas de repente y que no podía ni dar pedales". "Pero no pasa nada", encajó; "estas son las cosas que tiene el deporte". Nibali, que heredó el maillot rojo de Brajkovic, le queda ya lejísimos al asturiano, que está a 3:41. Pero cerquísima a Haimar Zubeldia, que acaricia el liderato de la Vuelta porque aunque se mantiene a diez segundos del italiano, lo que perdió el RadioShack con el Astana en la crono por equipos, sube hasta la tercera plaza.