AL Alpe d'Huez se le denomina la montaña de los holandeses, y en sus catorce kilómetros de subida cuenta con 21 curvas de herradura, las 21 revueltas más famosas del ciclismo mundial. Se le llama así porque varios corredores de este país han ganado aquí, y porque son muchos los holandeses que vienen a ver el Tour de Francia a esta zona de los Alpes. Lo mismo se podría decir de Luz Ardiden, en los Pirineos, a la que podríamos calificar la montaña de los vascos, ya que miles de nosotros vamos a esta estación de esquí a ver la ronda gala siempre que toca. Por cierto, en Luz Ardiden, en una distancia muy similar hay un total de 34 herraduras, pero los vascos somos modestos y no lo vamos pregonando a todo el mundo como los holandeses y su Alpe. Si quisiéramos? Si nos dejaran?

En Alpe d'Huez también han ganado corredores vascos, como Fede Etxabe o Iban Mayo. Ambos tienen sus nombres grabados en las curvas 10 y 20 respectivamente. Como los grandes.

Este año tocaba doble subida a esta cima mítica. Si una ya es bastante dura como final de etapa, pues dos significa que la expectación se multiplica y en esta primera ocasión en la que vengo a los Alpes a ver el Tour me he encontrado con un ambiente que me parece que es superior al que suele haber en Pirineos.

Casualmente, justo en este día se cumplen veinticinco años desde que vi por primera vez una etapa del Tour en directo, y casualmente fue en Luz Ardiden el año en el que Perico ganó su Tour. Y también casualmente he estado viendo la etapa en el Alpe d'Huez con mi hijo el día que cumple quince años. La pena es que Mikel Nieve no ha podido hacer la gesta de ganar aquí, pero ha estado muy bien.

El día anterior a la etapa apenas se podía ascender en bici con tranquilidad de la cantidad de gente que subíamos. Según la Oficina de Turismo de Bourg D'Oisans se esperaban entre 700.000 y un millón de personas, que se dice pronto, en la subida. No me ha dado tiempo a contarlas a todas, pero por ahí le andaría. Por cierto, lo de los holandeses es una pasada, parece que se toman el venir a esta etapa y ser los más numerosos y llamativos como algo personal. Aquí la marea naranja no la ponemos los vascos animando al equipo de casa.

Se anunciaba mal tiempo, pero al final solo han sido un par de chaparrones, aunque parece que lo que más mojaba a la gente era la cerveza, pero por dentro, nada serio que no se pase con unos cánticos, unos gritos, y una cabezadita después.

Al llegar la carrera, la ruta del Alpe d'Huez desaparece como engullida por una masa que a ambos lados de la carretera va dejando, con suerte, un pequeño pasillo por el que pasan como pueden los corredores. Algún idiota que se ha pasado con las birras trata de correr junto a los ciclistas como si esto fuera San Fermín. Y más de un ciclista en vez de tratar de embestir al susodicho le suelta un manotazo merecido.

Ha sido mi primer viaje al Tour en los Alpes y ha sido, la verdad, espectacular. Qué puertos, qué ambiente, cuántas emociones. Muchos meses esperando estos días y se pasan como si fueran horas. Pero cuando llegue a casa, además de unas fotos bonitas, tendré el recuerdo de haber estado en estos lugares míticos de la historia del ciclismo, como las cimas del Galibier, el Izoard, el Glandon, lugares cuyo nombre simplemente ya huele a Tour de Francia, como el Alpe d'Huez o la Casse Deserte, donde Bobet decía que un campeón debía pasar por allí en solitario. Por eso pasé yo por allí así, en solitario, porque no podía seguir a los demás.

Me alegro de haber estado en Alpe d'Huez, en la edición del centenario. Ya soy un poco más parte de la leyenda del Tour de Francia.