Una sencilla prenda amarilla, que primero fue de lana y que ahora se fabrica con los más avanzados microtejidos. Una prenda que no tendría nada de especial de no ser por el honor y la gloria que reporta a quién se lo enfunda, por el respeto que infunde en quienes lo contemplan: el maillot amarillo del Tour de Francia. Han pasado ya más de cuarenta años y José María Errandonea todavía recuerda con cariño su gesta en el Tour. "Llevar el maillot amarillo durante dos días fue lo mejor de mi carrera", afirma con orgullo el irundarra. No es para menos. A lo largo de las cien ediciones de la ronda francesa tan solo cinco ciclistas vascos han logrado vestir el codiciado maillot que distingue al primero de los ciclistas de la Grande Boucle. El primero en hacerlo fue el baionarra Roger Lapébie, treinta años antes que Errandonea, en 1937. En 1968 el honor fue para Gregorio San Miguel. Hubo que esperar mucho pero llegó Miguel Indurain para tomar el testigo y de qué manera. Hace más de diez años que la entregada afición vasca no ve a uno de los suyos vestido de amarillo. Fue en 2002, cuando el actual mánager de Euskaltel-Euskadi, Igor González de Galdeano ostentó el liderato durante una semana.
La historia de Errandonea en el Tour de Francia es la de una alegría muy intensa a la vez que efímera, una historia de ilusión que se tornó en desdicha. Corría el año 1967, un Tour siempre será recordado por la trágica muerte de Simpson en las rampas del Mont Ventoux. El ciclismo mundial estaba en una fase de transición tras la retirada de Jacques Anquetil. La ronda gala necesitaba una figura que ocupase el lugar dejado por Monsieur Crono, ya que todavía no había emergido El Caníbal Eddy Merckx. Aquel año el mandamás de la Grande Boucle, el siempre ávido de innovaciones Jaques Goddet, había decidido presentar a los ciclistas de una manera que no se había visto antes: una etapa prólogo. Se trataba de una contrarreloj de apenas 6 kilómetros con salida y llegada en Angers. Fue una de las últimas ediciones en la que se compitió por países y un corredor por equipo podía elegir a qué hora iniciar el recorrido. "Era un día muy caluroso y Saura, el seleccionador, y yo decidimos que saliese de noche para evitar el calor", explica el de Irun. Así lo hizo. Errandonea tomó la salida siendo ya noche cerrada, iluminado solo por las luces de los coches y las lámparas de gas colocadas por la organización. En meta, el máximo favorito, el eterno segundón Raymond Poulidor se las prometía muy felices. Pou Pou ostentaba el mejor tiempo en meta desde hacía horas y tenía al alcance de la mano el maillot amarillo por el que tanto había peleado. Nadie contaba con el corredor vasco que, sin embargo, brilló con luz propia en las oscuras calles de Argens. Su experiencia en las pruebas de pista, donde había llegado a ser olímpico en persecución en 1960, le convertían en un corredor idóneo para llevarse la etapa. Finalmente, ante la incredulidad del público francés, rebajó en seis segundos el tiempo de Poulidor. "Hubo periodistas que ya habían enviado la crónica diciendo que había ganado Poulidor y tuvieron que cambiarlo todo", rememora Errandonea.
Como un sueño "Te ves rodeado de tanta gente que crees que es un sueño", explica el irundarra. A partir de ahí todos los focos se centraron en él. La atención de la prensa se disparó y sus galones entre los ciclistas se multiplicaron. "Lo sientes en el pelotón y en la prensa, es algo a lo que no estás acostumbrado", rescata el exciclista sobre el momento más importante de su carrera. Errandonea no daba crédito a la atención que le dispensaban la prensa y los aficionados. "Un día me llegaron a entrevistar en tres hoteles distintos", relata el guipuzcoano.
Todo se torció. El deporte es cruel y el Tour no es una excepción. A Errandonea le salió un forúnculo. "No podía sentarme normal, tenía que sentarme de lado", recuerda el guipuzcoano. Intentaron sajárselo pero sin éxito y no quedó otro remedio que recurrir a los antibióticos. Por si fuera poco, en la segunda etapa el belga Willy Van Neste se sirvió de las bonificaciones para quitarle el maillot a Errandonea. Vacío de fuerzas y habiendo perdido el amarillo, no le quedó más remedio que emprender el camino de vuelta a casa. "Fue una gozada, empecé muy bien, pero al final fue una desgracia tener que volver a casa tan pronto", sentencia el irundarra. Errandonea no volvió a la ronda francesa, pero su nombre estará siempre en los libros de oro del ciclismo por ser el ganador del primer prólogo de la historia del Tour de Francia.
Treinta años antes el ciclismo vasco había tenido su primer líder, el baionarra Roger Lapébie. Fue el 18 de julio de 1937, cuando se aprovechó del abandono del equipo belga, en el que militaba el líder Maes, por desavenencias con el patrón del Tour, Henri Desgrange. Lapébie llevó el amarillo ocho días antes de imponerse en la clasificación general final.
El tercer líder vasco de la ronda gala fue el vizcaino Gregorio San Miguel, en 1968. El de Balmaseda se alzó con el liderato en una durísima jornada con final en Grenoble en la que el frío, la lluvia y la nieve fueron protagonistas. El primer clasificado, el alemán Wolfshohl, se fue al suelo por culpa de la nieve derretida en el Col de Porte. "No supe que me había puesto primero hasta que vino un hombre y me lo dijo", recuerda San Miguel. Tal era la ilusión del ciclista vasco que colocó el maillot sobre la cama mientras intentaba dormir. "Estaba más nervioso que nunca", confiesa. A cinco días de llegar a París las opciones de San Miguel de hacerse con el Tour o de colarse en el podio eran considerables. No lo vio así el director de su equipo, el legendario Dalmacio Langarica, que prefería luchar por la clasificación por equipos. Al día siguiente San Miguel se quedó solo, consiguió enganchar al grupo de cabeza en el inicio del Col de Cordon, tras quince kilómetros de persecución. Sus compañeros Gandarias y González atacaron y el líder se vino abajo. El vizcaino acabó cuarto, pero aún conserva como un tesoro su maillot amarillo.
paréntesis tras Indurain Tras los triunfos de Indurain, la afición vasca tuvo que aguardar para ver a uno de los suyos de amarillo. La espera terminó en 2002 gracias a Igor González de Galdeano. El alavés siempre había huido de los focos, hasta que de repente se vio iluminado por la luz más potente que pueda alumbrar a un ciclista. Era el líder del Tour de Francia. "Fue uno de los momentos más especiales de mi carrera", apunta Galdeano.
El por entonces corredor de la ONCE vivió el sueño de cualquier ciclista, pasó una semana de amarillo. "Todo el mundo me miraba, querían tocarme, sacarse fotos... Parecía que el maillot tenía imán", explica el alavés. Galdeano vivió la cara y la cruz de ser líder del Tour. L´Equipe colocó la diana sobre el corredor vasco, con una portada en la que insinuaba un posible caso Galdeano. Su sueño duró siete días. Acabó en los Pirineos, arropado por la afición vasca. Galdeano cuenta la parte de la historia que se suele olvidar, la soledad del corredor que pierde el liderato. "Perdí el amarillo y fue como si se fuese la luz".