Álvaro Rey Cepeda
Sobrino nieto de Francisco Cepeda
cada cierto tiempo me da por indagar un poco más sobre la figura de nuestro tío Paco Cepeda, ciclista en los años 20 y 30. Los hallazgos suelen ser maravillosos: una fotografía antigua, un cromo, una mención en una revista de la época, informaciones en una nueva hemeroteca digital o datos en páginas web de aficionados al ciclismo. Para mí, tesoros.
Mantengo firme en la memoria un recuerdo de mi infancia. Se produce en la casa de Torremadariaga de mis abuelos Fernando, hermano de Paco, y Herminia. En aquel piso los pequeños disfrutábamos con un pasatiempo muy especial: ver el álbum de fotos del tío Paco. Las sobremesas de las celebraciones navideñas eran para examinar con calma el álbum e imaginar un mundo pasado muy diferente al nuestro, en el cual surgían veloces ciclistas de extraño aspecto en plena ruta sobre pavimentos imposibles, que en otras fotos paseaban elegantemente vestidos por Bilbao, por Hendaia o por París. También aparecían aficionados ávidos por lograr retratarse con sus ases favoritos, aun sabiendo que nunca recibirían copia de esa fotografía o imágenes autografiadas de otros ciclistas, boxeadores, toreros?
Con gran curiosidad examinábamos aquellas bicicletas de apariencia pesada para contar cuántos piñones tenían, vislumbrar cómo se hacía el cambio o si el mecanismo de frenado era parecido al actual. También nos sorprendía ver cómo los propios ciclistas tenían que cambiar ellos mismos cada tubular pinchado, sustituyéndolo por uno de los que llevaban en forma de mochila. Saltaba a la vista que el ciclismo de aquellos tiempos era una tarea muy dura.
El protagonista de aquel álbum de fotos era un chaval delgado, bajito, de tez curtida y de aspecto afable, siempre muy sonriente cuando posaba. Los mayores nos decían que se trataba del tío Paco, el ciclista. Nos relataban que era muy conocido en su época y que tuvo la desgracia de morir en un extraño accidente por causas no aclaradas corriendo hacía muchos años en el Tour de Francia. Eso nos sobrecogía, ya que la felicidad que transmitía en las fotos no nos permitía adelantar ese trágico destino. Así, las láminas finales del álbum incluían un grupo de imágenes que nunca nos apetecía ver. En ellas se veía un cortejo fúnebre, con cientos de personas acompañando a un ataúd colmado de coronas camino del cementerio. Era algo se escapaba a nuestro entendimiento por la falta de referencias que pudiéramos tener en la mente y nos entristecía.
Después de ver el álbum lo habitual era pedir que nos bajaran las copas que había sobre el armario y que sacaran las medallas de los cajones. Aunque los trofeos eran muy numerosos, en realidad nunca vimos triunfo alguno en el Tour de Francia, la Vuelta al País Vasco, la Volta a Catalunya o la Vuelta a España. Sí en cambio, había trofeos del Campeonato de Vizcaya, de la Gran Prueba Eibarresa, de la Vuelta a Asturias, del Circuito de Getxo del G.P. Vizcaya o de la Vuelta a Álava. Nosotros ya nos imaginábamos que nuestro ciclista no era comparable en el plano deportivo con Eddy Merckx pero, sin embargo, ante nosotros apareció una fascinante aura de misterio que convirtió al tío Paco en leyenda.
El protagonista de esta pequeña historia es Francisco Cepeda Nistal, nacido en Sopuerta, Bizkaia el 8 de marzo de 1906 y que tuvo el mérito de convertirse en el primer vasco de Hegoalde que logró llegar a París en una edición del Tour, la de 1930. Paco, como le llamaban los más cercanos, era un ciclista con muy buenas cualidades como escalador, que descendía con valentía y muy competente en el llano, pero sus carencias en el sprint le limitaban. No era ganador.
A finales de los años 20 Cepeda era la estrella de las veladas ciclistas del circuito de Ibaiondo y habitualmente ocupaba posiciones destacadas en todas las pruebas por etapas y criteriums del norte de España. Los éxitos hicieron que Cepeda fuera seleccionado para formar parte del equipo español que corrió el Tour de Francia de 1930. El equipo estaba formado por ocho ciclistas, entre los que se encontraba el también vizcaino Jesús Dermit.
En aquella edición fue cuando Henri Desgrange implantó la competición por naciones, que otorgaba a las federaciones de los diferentes países la capacidad de decisión sobre los integrantes de los equipos. Asímismo, otros corredores no seleccionados podían participar en la modalidad de Touristes-Routier, denominación que se daba a los deportistas inscritos que corrían la prueba por sus propios medios, sin equipo.
Cepeda no solo llegó a París en 1930, sino que lo hizo en un muy meritorio puesto 27º. El Tour de aquellos tiempos, la Vuelta a Francia, era extremadamente exigente. Basta decir que en 1930 la prueba constó de 21 etapas y 4.818 kms. y el de 1931 de 24 etapas y 5.095 kms. No es de extrañar el elevado índice de abandonos de aquellos tiempos: en 1930 llegaron a París 59 corredores de los 100 inscritos, y en 1931 fueron solo 35 los supervivientes de los 81 que arrancaron el primer día.
Cepeda destacó por su inquebrantable afán por competir en el país del ciclismo por excelencia, Francia y no solo en el Tour, sino también en pruebas especialmente diseñadas para los mejores escaladores. En 1931 fue tercero en el Mont Faron y en 1932 repitió, logrando la 6ª plaza y, además se clasificó 4º en la subida al Mont Agel, junto a Mónaco.
Cepeda fue el único representante en la selección de la recién proclamada república española en el Tour de 1931. Según la prensa de la época, otros potenciales componentes del equipo español se quedaron fuera de la prueba debido a sus elevadas exigencias en el plano económico. Según decían, Cepeda colocaba siempre en segundo plano los aspectos materiales cuando de correr en el Tour se trataba. Anecdóticamente, en la salida de París la organización, por desconocimiento del cambio político, suministró al ciclista un maillot rojo y amarillo, y no fue hasta la etapa de Hendaia cuando pudo recibir el oficial tricolor. Cepeda no pudo acabar aquella durísima edición del Tour, retirándose a cuatro etapas de la meta, enfermo y aquejado de fuertes cólicos tras haber superado otras penalidades en forma de neuralgias o un forúnculo. En aquel Tour Cepeda tuvo que echar mano de sus buenas capacidades de relación para poder ser adoptado en el seno del equipo belga o del australo-suizo a la hora de participar en sus abanicos en las etapas ventosas.
Cepeda no partició en el Tour de 1932, en el cual no hubo representantes vascos, pero en 1933 volvió a aparecer junto con su amigo cántabro, el gran Vicente Trueba, La Pulga de Torrelavega. Ambos corredores se inscribieron como touristes-routiers, ya que no hubo participación española en forma de selección y tuvieron desigual resultado. Así como Trueba se proclamó vencedor del primer Gran Premio de la Montaña de la historia del Tour, Cepeda llegó dos minutos y medio tras el cierre del control de la primera etapa con 50 kms. de pavés, en la que corrió a una media de 32,5 km/h que resultó insuficiente.
La premonición Decepcionado por los últimos resultados, Cepeda decidió retirarse del ciclismo y volver a Sopuerta, de modo que no corrió el Tour de 1934, en el que Ezquerra coronó el Galibier en solitario. Sin embargo, ya repuesto física y anímicamente, tras una temporada completa sin competir, decidió volver a la ruta para regocijo de la afición en 1935. Su gran reto volvía a ser el Tour de Francia, la carrera de sus ilusiones. A pesar de no ser seleccionado por la federación española para formar parte del equipo representante de la República, le fue cursada invitación para participar en la categoría individual. Durante las primeras etapas no logró llegar a la parte media de la clasificación y ya en Aix-les-Bains el día previo al comienzo de la 7ª etapa escribió una carta a sus amigos de la Peña de Toreros del Café Arriaga en la que les informaba de su posición algo retrasada en la general, del abandono de gran parte de los corredores del equipo, y de su afán por llegar a París "defendiéndome como pueda, si no hay causa grave que entorpezca mis deseos".
Como si sus últimas palabras de la carta fueran una fatal premonición, aquel 11 de julio Cepeda no logró llegar a Grenoble sobre su bicicleta. Durante esa semana el calor era extremo en los Alpes franceses y la etapa se presentaba muy exigente: 229 kms. incluyendo el Galibier. Cuentan las crónicas que esa mañana Cepeda, a pesar de sufrir molestias en las rodillas, se mostraba bromista, como siempre, y se había propuesto hacer un gran papel, para así poder acercarse a puestos clasificatorios más acordes con sus capacidades. Tras superar Galibier y Lautaret y cuando ya solo faltaban unos 40 kms. de sencilla carretera para la meta de Grenoble, en la localidad de Le Bourg d'Oisans, el corredor sufrió una aparatosa caída cuyo origen más probable estuvo en una deficiencia del material deportivo suministrado por la organización de Tour. Al parecer, el tipo de construcción de las llantas de duraluminio que recientemente se habían implementado, a temperatura elevada, podía ocasionar que se desprendiera el tubular. Aquel día Cepeda no fue el único que cayó, pero sí el más grave. Según se cuenta, no fue a trasladado a Grenoble en ningún vehículo de la organización ni en ambulancia, sino que fueron unos particulares los que le transportaron en su propio coche, circunstancia esta que fue muy censurada incluso por la prensa francesa, que criticó duramente la falta de la debida atención rápida, por mucho que se tratara de un corredor modesto en comparación con los ases dominantes de la época, todos ellos franceses, belgas e italianos.
Paco fue ingresado en el hospital de Grenoble y, aunque inicialmente no se dudaba de que saldría de su estado de inconsciencia, posteriormente se le descubrió una fractura en la base del cráneo, por lo cual le fue efectuada una trepanación sin resultado positivo, ya que falleció tres días después, el 14 de julio de 1935.
La repatriación del cadáver fue un acontecimiento muy significado. La llegada a Donostia del coche que conducía los restos fue esperada con gran expectación, formándose una comitiva frente al Kursaal que acompañó al cadáver hasta la Perla del Océano, donde se le despidió en duelo, resultando la marcha hacia Bilbao de gran emoción por la cantidad de personas que se agolpaba a los lados de la carretera en el paso por los pueblos para dar el último adiós al ciclista. Ya en Sopuerta, la conducción del cadáver hasta el cementerio fue una gran manifestación que abrían cientos de ciclistas desmontados y cerraban innumerables familiares, amigos y vecinos.
De esta manera se cerró abruptamente la trayectoria de uno de los mejores corredores vascos de su época quien, luchando contra innumerables dificultades, debido a la precariedad de los medios disponibles y de manera valiente y perseverante, fue pionero en la incorporación de nuestro ciclismo al primer orden competitivo del panorama internacional.
El pasado fin de semana, por casualidad, hice mi último hallazgo sobre el tío Paco, en una página web británica sobre ciclismo. Con el título de Redescubriendo el Tour de Francia de 1930 habían subido un conjunto de bonitas fotografías de aquella edición. Tuve la corazonada de que le encontraría y comencé a rebuscar en el material. Finalmente, en una de ellas, veo a Paco formando parte de un grupo de ciclistas antes del comienzo de una de las etapas. En el pie de foto no le nombran, pero es él, ahí está, jovial y sonriente, como no podía ser de otra manera. Al ver esa foto me hago ilusiones sobre lo que le habría gustado, ya anciano, sentar alrededor suyo a sus pequeños sobrinos para relatarles sus bellas historias de esfuerzo, competición y aventura en el Tour, su adorada carrera, a la que se entregó generosamente pero que, sin embargo le cobró un tributo demasiado valioso.
Cepeda, antes de la salida de una etapa del Tour de Francia, carrera en la que perdió la vida en 1935.
Gloria y tragedia
Francisco Cepeda fue el primer vasco de Hegoalde que acabó el Tour, el de 1930, la carrera en la que murió en 1935 tras caerse en el descenso del Galibier
A finales de los años 20 Francisco Cepeda era la estrella de las veladas ciclistas que se hacían en el circuito de Ibaiondo
segunda etapa
Francisco Cepeda.
Dicen que el accidente mortal se debió a un defecto en las llantas de duraluminio que se empezaban a utilizar