Córcega es Francia. Lo pone en los libros. Está bajo el gobierno de París y sin embargo allí muchos sienten que no son franceses, que nada les une a ellos, ni siquiera un hilo delgadito. Cada uno es lo que quiere ser. Digan lo que digan los libros. Los corsos, pues corsos. ¿Quién es el tipo de la Larousse para decir lo contrario? Lo pregonan estos días del Tour, emblema francés por excelencia, patrimonio nacional, vive la France, algunos de los grupos nacionalistas que son la voz de la isla. Cuatro de ellos, de Corsica Libera, alegraban el sábado la carretera con sus proclamas y la Gendarmerie, redoblada en número y atención para evitar altercados, les detuvo, les mandó a prisión y al de unas horas solo soltó a dos de ellos. Los otros dos ahí siguen. Si no los liberan, sus compañeros han amenazado con parar el Tour. Dicen que hoy apresarán a los ciclistas. El pelotón, su hábitat, tan liberal, tan homogéneo, cuántos colores, cuántas lenguas, cuántas culturas, cuántas naciones, es en realidad una prisión. De esa jaula no sale nadie. Y menos en el Tour. Es la ley del pelotón, que no da tregua a los rebeldes. Les persigue y les atrapa. Siempre es así. Aunque algunos días...
De la montaña al mar Rubén Pérez vive soñando con que llegue ese día aunque por estadística le debería de haber llegado hace tiempo. Si se le pregunta cuántas veces se ha escapado en el Tour, el vizcaino, que no falta a la cita frances desde que debutara en 2007, no sabe qué responder. En todo caso, al número que sea -pongan más de 15 escapadas en el Tour y andarán cerca- hay que sumarle un intento más, el de ayer camino de Ajaccio, un viaje delicioso por la Córcega caníbal, las montañas verdes y salvajes, la niebla enigmática sobre los picos nevados, hasta mojar los pies en el calmo Mediterráneo. A Rubén, como a Boom y los otros rebeldes con los que retaba a la lógica, les cogieron en un puerto de segunda, la primera subida dura del Tour, que era un plato goloso para que surgiera Voeckler, otro que no sabe estarse quieto, no entiende de reglas ni de contriciones, y se asomó para buscar los puntos de la montaña. O Rolland, su delfín, que fue el que al final coronó Vizzanova, que así se llamaba el lugar, porque a Voeckler no le dejaron moverse demasiado. Es un rebelde peligroso.
Del riesgo del final -el descenso unió de nuevo a todos menos a los esprinters, Cavendish, Greipel o el líder Kittel entre ellos, y a los heridos tras la primera batalla del sábado- estaban de nuevo todos alertados. Regresaban al Mediterráneo. A Ajaccio y sus vistas azules. Para contemplar tanto esplendor, el Tour les subió hasta Salario, un promontorio, una carretera estrecha y empinada y un pasillo de banderas corsas nacionalistas. Un buen lugar para la emboscada.
Froome arranca Lo pensaron Flecha y Gautier. Y luego quedó suspendido en el aire el deseo de un ataque contra el imperio británico, el Sky del favorito Froome, de un gesto de rebeldía que indique que este Tour no se va a parecer al del año pasado, soporífero. Un guiño de Contador, el líder de los rebeldes lastimado la víspera en la caída pero entero, en forma, contento porque aquello no fue nada, unos rasguños -"mañana será peor, porque cuando más te molesta una caída es dos días después, pero espero recuperarme"-; de Valverde, que marcha atento y serio como nunca, muy centrado, ni un solo error; de Purito, que sigue escondido, a la espera; o de Andy Schleck, que no se aparta de las primeras posiciones, acorazado siempre a rueda de Voigt e Irizar, el guipuzcoano fiel y trabajador que asegura que el pequeño de los hermanos luxemburgueses está mejor de lo que la gente se piensa. Así que ojo.
Así es el juego del Tour de los primeros días. De insinuaciones y guiños. De flirteos. De faroles, engaños, y, de repente, ayer, sorpresa mayúscula, amenazas como la de Froome, ininteligibles en un primer momento, confusa por inexplicable o innecesaria. Un acelerón a pocos metros de coronar y lanzarse al Mediterráneo después de que su fiel Richie Porte, uno que habla del sueño de ser segundo tras su jefe, marcara un paso firme y contundente.
Fue, sin duda, un gesto intimidatorio. "Siempre es bueno para mantener a los enemigos en estado de alerta", dijo luego con una sonrisa que formaba parte del juego.
A Froome, claro, le cogieron bajando hacia Ajaccio y su gesto, más que impresionar, que era lo que pretendía, dejó indiferentes a sus rivales, a Contador, Valverde, Andy y estos, que lo ningunearon, pura indiferencia, mientras pensaban para sí que esas cosas se pagan, que en el Tour siempre llega la factura de los derroches. Froome confudió el mensaje. Pero mejor callar que decirlo. Ya vendrán otros días.
El de ayer ya no era para ellos, sino para tipos como Sagan que asumió el gobierno del pelotón y sus ciudadanos, la responsabilidad de controlar a tipos como Chavanel o Fuglsang, a Mori, a Flecha, a Gorka Izagirre, rebeldes por naturaleza, bandidos al acecho. A ellos y a Jan Bakelants, un belga poco conocido pese a que hace cinco años ganó el Tour del Porvenir, rebelde también, por diferente. Subió tarde a profesionales porque no quiso hacerlo hasta que tuviese acabada la carrera de ingeniero y pasa las tardes en los hoteles con sus libros, sus cosas de intelectual, en lugar de compartir con los demás las charlas sobre coches y el deporte. Un mes antes del Tour, el RadioShack le dijo a Bakelants que se olvidase de la carrera, que no iba, que no había un dorsal para él. Protestó. Se negó. Rebelde. Y ganó. Como ayer en Ajaccio tras atacar a sus compañeros de fuga, Izagirre y los demás, y resistir después a Sagan, que entró echándole el aliento en el cogote.