barcelona. Fueron cuatro sacudidas, cuatro ganchos, cuatro jarros de agua fría. Suficientes para que el terremoto fuera devastador, el campeón quedara noqueado en Múnich y un repentino baño de realidad descubriera al Barcelona sus propios fantasmas. El emperador, aunque ya lo sospechara, comprobó que caminaba desnudo desde hacía tiempo. Los problemas no son nuevos ni inesperados, pero nunca, hasta el martes ante el Bayern (4-0), se evidenciaron de forma tan cruel. Dominador implacable del fútbol español y europeo en los últimos años, con tres Champions y seis semifinales seguidas, el Barça se psicoanaliza para hallar las raíces del desastre.
¿Se puede afirmar que una temporada ha sido mala habiendo ya conquistado una Liga, con la mejor primera vuelta de la historia, y llegado a unas semifinales de Copa y -a falta de una posible remontada- a otra de Liga de Campeones, más aún cuando el equipo se quedó durante meses sin técnico por un cáncer? La respuesta parece más que evidente. Sin embargo, el éxito del Barça ha residido en que sus mayores logros, e incluso sus anteriores fracasos, como las eliminaciones ante Inter y Chelsea, siempre iban acompañados de un irrenunciable y seductor estilo de juego, con el balón como religión monoteísta.
La posesión del esférico era, hasta hace poco, el mecanismo que el Barcelona utilizaba para sembrar pánico en las defensas rivales, con un movimiento veloz y preciso que hipnotizaba al contrario hasta asestar el golpe definitivo, en el momento adecuado. Esa paciencia que suavemente mata. Un rival que perseguía sombras de las sombras. Hoy, los azulgranas poseen el balón por el miedo al contrincante o, peor aún, por el miedo a ellos mismos. Para protegerse de sus propias carencias, de sus muchas lesiones, de las preocupantes ausencias, del desgaste de la temporada, del paso implacable del tiempo en algunos jugadores y la falta de alternativas al once titular.
El aura de Messi lo tapó todo hasta hoy, como ese vestido invisible con el que el rey se paseaba satisfecho por su castillo. Las imposibles cifras del argentino (50 goles en la pasada Liga, 43 en la actual, 91 en 2012) han disimulado grietas, presiones menos intensas, metros concedidos, carreras ahorradas y combinaciones menos veloces, menos acertadas, más precipitadas.
Aún así, con jugadores con mucho recorrido como Messi, Iniesta, Busquets, Alba o Piqué, el ciclo de este equipo parece lejos de haber llegado a su fin. El cuerpo técnico tiene ante sí el reto de regenerar algunas posiciones, buscar un sustituto a Valdés y dotar a Messi de acompañantes de garantías en ataque. El emperador puede haber visto sus vergüenzas al caminar desnudo a ojos del mundo, pero en sus manos está el seguir siendo el emperador.