cuando la juez árbitro de la final levantó la mano de Natalia Vorobeva en lugar de la de Maider Unda, la alavesa apenas se alteró. La ansiada medalla de oro se acababa de esfumar en un combate en el que ni siquiera tuvo ocasión de mostrar su valía, y sin embargo la luchadora de Olaeta parecía haber salido de disputar un duelo cualquiera. Pero no lo era. Enrabietada por la derrota, la vorágine del enfrentamiento le impedía ser consciente en ese momento de la gesta que había consumado. Abrazó a su rival, vigente campeona olímpica, y se dirigió hacia su entrenador Luis Crespo mientras el público aplaudía a la vencedora en el centro del tapiz. No fue hasta minutos más tarde, en la entrega de premios, cuando su cara empezó a mostrar una expresión diferente. La rabia dejaba paso a la alegría. La desilusión, a la satisfacción. Subida en el segundo cajón del podio, Maider Unda asistía a la ceremonia de entrega con un logro que no había colgado de su cuello nunca en sus 35 años de vida: la medalla de plata en el Campeonato de Europa. Fue en ese instante, mientras con su presea recibía un enorme trofeo y un diploma, cuando regaló sus primeras sonrisas a las cámaras. Y respiró satisfecha.

Acostumbrada a colgarse más medallas de bronce que cualquier otro metal, Maider Unda se enfrentó ayer a una sensación distinta. En Georgia conoció el éxito desde un prisma diferente, mayor en su legado pero menos agradable en su ejecución. Ganadora de sendos bronces en los Campeonatos de Europa de 2010 y 2012, la repesca había sido hasta este año su hábitat natural. En Tiflis encontró al fin el camino directo al combate decisivo, pero la rusa Vorobeva se interpuso en su destino a las primeras de cambio. En una final sin historia, Unda cayó por un contundente 0-6 sin haber gozado de una oportunidad clara para hacer tambalear a su oponente.

En realidad, el combate duró 35 segundos. Tumbada boca abajo sobre el tapiz tras una llave de Vorobeva, Maider vio cómo su rival sumó tres puntos consecutivos en menos de cinco segundos. El primer periodo ni siquiera había llegado a la mitad y el sueño del oro ya se había evaporado para esta productora de quesos Idiazabal. Medio minuto después sufrió otro punto en contra cuando la rusa se lanzó como una flecha hacia su tobillo derecho y la tiró al suelo de nuevo. El 0-4 del marcador dejaba la final sentenciada tras los dos primeros minutos. Durante el descanso, su entrenador, Luis Crespo, y su preparador físico se afanaban en recuperarla más mental que físicamente, aunque eran conscientes de la dificultad del reto. En el segundo periodo, Vorobeva le endosó dos puntos más hasta colocar el 0-6 definitivo.

Antes de verse las caras por la tarde con la campeona olímpica, Maider Unda disfrutó de una mañana bastante plácida en el recinto georgiano. Ganó su primer combate sin grandes contratiempos a la estonia Epp Mae por un contundente 3-0, y poco después volvería saltar al tapiz para enfrentarse en la semifinal a la bielorrusa Vasilisa Marzaliuk, que aunque la puso en mayores aprietos también acabó derrotada por un 3-0. Sumó su primer punto en el minuto 1:45 y tras él se dedicó a controlar a su oponente, alentada por un ruidoso y bajito entrenador con cara de tener muy malas pulgas que golpeaba el suelo con la mano constantemente para animar a su pupila. Curiosamente, el gran momento de éxtasis de la alavesa llegó tras vencer a Marzaliuk y verse ya en la final. Maider se quedó tirada en el tapiz unos segundos mientras sus dos entrenadores se abrazaban a tan solo unos metros. Al levantarse, un saltito y un gesto con el puño evidenciaban su satisfacción. Una muestra de alegría que desgraciadamente no puedo repetir en la final.

Maider Unda regresa hoy a casa para disfrutar de la medalla de plata europea con los suyos. Su segundo puesto supone el mejor papel de la selección española de lucha en toda la historia de este deporte. Los Juegos del Mediterráneo son ahora su principal objetivo en el calendario, con los Juegos Olímpicos de 2016 siempre en el horizonte.