vitoria. 15 de junio de 2010. Fue la inolvidable jornada en que Fernando San Emeterio se disfrazó de santo, protagonizó aquel increíble escorzo ante el Barcelona y posibilitó la tercera ACB de la historia con un inolvidable dos más uno que todavía se recuerda con mucha nostalgia. Han transcurrido ya desde entonces dos larguísimos años y medio en los que el Baskonia no ha conseguido llevarse ninguna alegría a la boca. Los sinsabores y las decepciones se han sucedido una tras otra sin que el otrora infalible Josean Querejeta haya dado con la tecla para configurar un proyecto ganador que incluso arrastró hacia el precipicio en diciembre del año pasado al técnico más laureado de la historia azulgrana.

Tras la enésima hiriente eliminación en la reciente Copa a manos del combinado catalán, una película demasiado vista desgraciadamente de un tiempo a esta parte, ocho títulos se han marchado por el sumidero en estos últimos 32 meses completamente aciagos. En medio de una indudable merma de la capacidad competitiva y un alarmante descenso de varios peldaños en cuanto a la calidad de la plantilla, el mandatario lazkaoarra no encuentra la pócima mágica que permita voltear una situación cada vez más inquietante. El club está firmando una racha negativa que ni los más viejos del lugar recuerdan tras las Ligas de 2002, 2008 y 2010 o las Copas de 1995, 1999, 2002, 2004, 2006 y 2009, amén de las magistrales actuaciones en la Euroliga que permitieron al inquilino del Buesa Arena ganarse el respeto de todos los entendidos de la canasta.

Siendo una obviedad que al Caja Laboral no se le puede exigir ganar un título antes de arrancar la temporada, ningún estamento dentro del club debe ponerse una venda en los ojos y negar la mayor. La marcha rumbo a los Spurs del último gran icono, Tiago Splitter, ha precipitado el inicio de una travesía por el desierto de un equipo incapaz de hallar, como hizo en su día, dosis de talento y carácter para regenerarse en un mercado cada vez más inaccesible debido a las limitaciones económicas. Pero achacar únicamente eso a la manida excusa de las limitaciones monetarias es faltar a la verdad si alguien, por ejemplo, pone encima de la mesa el carrusel de fichajes desacertados o la sospechosa gestión que se ha hecho de los recursos en nómina.

Hay otros datos que producen desazón en el entorno. Con el paréntesis de la aislada final de la Supercopa de 2011 en Bilbao, perdida ante la bestia negra culé, el cuadro vitoriano se ha ausentado de todas las finales posibles. La distancia con respecto a los grandes colosos de España y Europa se ha ampliado. Si el billete hacia el Top 16 representaba un camino de rosas hace un lustro, el objetivo en cuestión se halla plagado hoy en día de dificultades ante la pujanza de varios equipos de otras ligas económicamente más potentes y el progresivo debilitamiento de un Baskonia sin posibilidades de efectuar grandes dispendios a la hora de reforzar su plantilla. En definitiva, una época de vacas flacas que ha sumido a la masa social en el más absoluto desencanto tras alcanzar el cielo en el mágico periodo comprendido entre 2005 y 2008 con el billete para cuatro Final Four consecutivas y la sistemática presencia en infinidad de finales a nivel doméstico.

la gran paradoja Las derrotas siempre tienen en esas rondas avanzadas la misma lectura y se gestan por una simple cuestión de la desventaja numérica. Con un fondo de armario mucho más escaso que el de sus rivales directos, el cuadro vitoriano acostumbra a desfallecer en los minutos finales víctima de la falta de oxígeno y la menor batería de recursos. Así sucedió el pasado sábado ante el Barcelona, un rodillo con puestos hasta por triplicado que -con independencia del aciago papel de Omar Cook que desencadenó ese aterrador parcial de 0-14- fue minando la resistencia alavesa hasta darle el golpe de gracia en el cuarto de la verdad.

Resulta cuando menos inquietante -la crisis también se ha dejado sentir en las oficinas de Zurbano- que en el preciso instante en que el club está consolidado patrimonialmente con la ciudad deportiva y ha hecho realidad el sueño de ampliar el Buesa Arena hasta las 15.500 localidades, la plantilla sea posiblemente una de las más limitadas de la última década. El reciente traspaso de Brad Oleson a un adversario directo constituye el último síntoma de debilidad emitido por una entidad obligada a cuadrar un presupuesto más austero y ajustarse al máximo el cinturón ante la pérdida de ingresos procedentes de los patrocinadores y del contrato televisivo.

Hipotecado por tener que abonar más de un millón de euros a Ivanovic en los próximos años, tampoco se espera que el Baskonia pueda rectificar esta peligrosa deriva en los cursos entrantes. La filosofía de vender caro y comprar barato, que también se implantó durante los años más dorados, se mantiene como una prioridad inalterable para las altas esferas, que buscarán hacer nuevamente caja en el mercado estival esta vez con la venta, previsiblemente, de Nemanja Bjelica a los Timberwolves. La fe es lo último que se pierde y el equipo, al menos, se halla en una posición inmejorable en la ACB y la Euroliga.