Vitoria. Seis años han transcurrido desde que el ciclón Sebastian Vettel (3-VII-1987, Heppenheim) se asentara en la Fórmula 1. 101 carreras para que este fenómeno de la naturaleza arrollara todo lo interpuesto en su camino: la excelsa historia de la Fórmula 1. El alemán, si no lo era ya, se confirma como el recordman, el chico sin fronteras, el más precoz de cuantos han formado parte del exquisito escaparate del automovilismo. "Todo ha sido rápido", dice, fugaz como él, todavía tierno -Michael Schumacher ganó a su actual edad la primera corona y dice sobre precisamente apodado por él Baby Schumi: 'Puede romper todos mis récords'"-, pero un vendaval en el que orbitan desde ayer tres títulos mundiales. Una trilogía certificada a sus 25 años, por los 31 que tenía el malogrado Ayrton Senna cuando se ciñó su tercera corona en 1991, siendo entonces el más joven de todos los tiempos. Hay relevo.

Fernando Alonso tuvo su chance en el Gran Premio de Brasil, el epílogo del año, al que llegaba como reconocido superviviente; Vettel, por conservador en la salida, se vio embutido en la montonera de coches y en la primera vuelta padeció un toque con Bruno Senna que, afortunadamente en el marco del infortunio, no le impidió continuar en la postrera y decisiva carrera de la temporada. La circunstancia, bendita para Alonso, sumó tensión y apuros para el líder alemán, que se vio entonces en la cola del pelotón, en la 22ª plaza. No obstante, consumidas 8 vueltas más de las 71 previstas, Vettel era sexto, mediante una brutal y frenética remontada desde las catacumbas, favorecida precisamente, qué paradoja, por la lluvia a la que tanto se había encomendado Alonso.

El asturiano, además de que avanzada la prueba gozaría con un error en el pit-stop de Vettel, contó también con el ayer inestimable compañerismo de Massa y los fallos de un Webber que se borró como escudero de Vettel. No obstante, Alonso fue soberbio al volante, largó séptimo y facturó como segundo en Interlagos, pero no suficiente, como su Ferrari durante toda la campaña, arrastrando carencias.

Vettel, afincado en el margen que le hacía campeón -terminaría sexto sin asumir riesgos tras salir cuarto lastrado por una defectuosa arrancada-, sacó a pasear la calculadora y todo se acabó para Alonso, cuya única esperanza era un fallo de Vettel, que cumplió con su cometido de podio, lo único que le arrojaba opciones, aunque la segunda plaza fue escasa. El campeonato se le esfumó por 3 puntos (281 por 278); el estratosférico Jenson Button se entrometió en su camino para ganar en Interlagos, lo único que le hubiera bastado a Alonso. Si bien, tal orden de carrera hubiera llevado a Red Bull a retrasar a Webber, lo que hubiera dejado inútil el triunfo del de Ferrari. El juego de equipo fue una evidencia en el seno de las escuderías de los candidatos, donde el nerviosismo se infundó por el caotismo de la jornada, con constantes golpes, salidas y chubascos intermitentes.

Tocado por la mano de Newey Vettel fue genial, sensato, frío y nunca desesperado, pero siempre correrá nubladas o magnificadas, o ambas, sus virtudes por la influyente y estirada sombra de Adrian Newey, el cerebro de referencia de la Fórmula 1, el Steve Jobs del Gran Circo -ha parido 9 coches campeones: 1992, Mansell (Williams); 1993, Prost (Williams ); 1996: Hill (Williams); 1997, Villeneuve (Williams); 1998, Hakkinen (McLaren); 1999, Hakkinen (Mclaren); 2010, Vettel (Red Bull); 2011, Vettel (Red Bull), y 2012, Vettel (Red Bull)-, el genio que establece la pauta de la evolución del Red Bull, quizás la máquina más perfecta. Pero bien se puede emplear en este caso el nombre de Mark Webber, termómetro para la destreza de Vettel. Es cierto que el australiano solamente ha conseguido ganar carreras tras subirse a un monoplaza de la escudería austríaca, aunque en este tiempo, desde 2009, cuando ambos pasaron a ser pilotos oficiales de Red Bull, ha ganado en 9 ocasiones, por las 25 de Vettel (26 triunfos suma en su carrera deportiva). Y actuaciones como la de Abu Dhabi o ayer en Brasil, con el campeonato en un pañuelo, cuando afloran las responsabilidades, confirman que sabe remontar y también adelantar, en el marco de un mar de nervios. Datos que dan credibilidad al talento de Seb, quien, sin embargo, carga con la cruz eterna del coche ganador. "Estaría bien compartir algún día equipo con Sebastian", sazonó Hamilton. "Solo puedes saber si eres el mejor ganando a los mejores con el mismo coche". Omite el inglés que es el piloto quien desarrolla el trabajo de ingeniería, siendo la extensión, la materialización en pista, de dicha labor de equipo. Sin las manos de Vettel, seguramente la máquina no sería tan radical, concretamente porque tal vez nadie la hubiera llevado a sus límites. Un bólido que, por cierto, desmiente la asociación directa entre el presupuesto y el éxito; deja ver el resquicio abierto al ingenio. El caso es que Vettel no solo se ha dejado llevar por la corriente de su excelente monoplaza. Este curso, más que en los dos anteriores, ha necesitado recurrir a virtudes que otrora no había proyectado: la calma, la paciencia, la inteligencia, la madurez, la fiabilidad de sus manos, la perseverancia en su sesera y el riesgo a los mandos, porque solo así ha podido remontar la diferencia máxima de 44 puntos de desventaja respecto a Alonso al cumplirse el ecuador del año, en Alemania. El último tercio de curso de Vettel ha sido impecable, un turbo, enlazando seis podios, cuatro de ellos victorias, para desarbolar la regularidad, el equilibrio aunque sin agudezas de Alonso, que ha tratado de sobrevivir en la recta final para morir como náufrago ahogado en la orilla, por 3 puntos. 5 victorias y 10 podios del germano contra 3 triunfos y 13 podios del asturiano. "Es increíble ser tres veces campeón, porque lo peor que podías imaginar era estar en la curva 4 al revés, además, hemos perdido la radio y hemos entrado en boxes cuando no tocaba. Parece que todo el mundo se había conjurado para complicárnoslo. Fue la carrera más difícil de mi vida". Si bien, la tornó sencilla para consumar su trilogía, celebración a la que se sumó Schumacher en su adiós. Fumata blanca, hay heredero.