Madrid. Cuando ocurrió, lo de la sentencia definitiva del TAS por el asunto del solomillo y los seis meses de suspensión, Bjarne Riis llamó a Jesús Hernández y le dijo: "Mira Jesús, vas a correr poco, muy poco, pero quiero que pases mucho tiempo con Alberto, que entrenes con él, que nunca esté solo. Iros de concentraciones, lo que queráis, pero que no sienta la soledad. Estate con Alberto".
Riis sabía la tecla que tocaba. Conocía la historia de los dos chicos madrileños que llevaban toda la vida juntos. Que eran inseparables desde que se conocieron en juveniles. Jesús Hernández, un año mayor, era de Parla, un pueblo a cinco kilómetros de Pinto, la casa de Contador. Entonces eran niños. Y rivales. Eso del pique entre pueblos vecinos. "Pero algo muy sano", matiza Jesús, que entonces era mejor que Alberto, o, al menos, ganaba más carreras mientras que su rival pinteño se dedicaba a coleccionar grandes premios de la montaña y actuaciones locas y viscerales que casi nunca le llevaban a ninguna parte. "Yo era el gallo, pero él ya me miraba con cara de desafío". Se separaron un año después, cuando Jesús pasó a aficionados y se reencontraron en 2001 en el Iberdrola de Peio Garaialde. "Subíamos de Madrid al País Vasco en coche. Aquellos sí que eran buenos años", suspira Hernández. Les decían el Comando Madrid y cree recordar que fue un periodista vasco el que les bautizó en la crónica de una carrera. Pero no sabe ni quién fue ni en qué prueba. Quizás fuese la de la Subida a Urraki de 2001. Ese día ganó Jesús. Y junto a él, de la mano, entró Alberto.
Esas manos jamás se han soltado. "Es mi hermano". Su carrera deportiva permanece unida desde entonces y es indivisible de la otra carrera, la de la vida. "Pero claro, él ha ido creciendo como ciclista a una velocidad imparable y yo y todos los demás hemos ido poco a poco. Que nadie se engañe, cuando era aficionado se le veían detalles de buen corredor, tenía algo que no teníamos nosotros, pero de ahí a pensar que iba a llegar tan arriba… No, nadie le hubiese imaginado entonces".
Tampoco Riis se imaginaba el estrecho vínculo que unía a ambos. Cuando llegaron al Saxo Bank en 2010, el danés que derribó el mito de Indurain en 1996 se enteró de que entrenaban siempre juntos por la Sierra de Madrid. Con cierta prudencia se acercó a Jesús Hernández y le preguntó a ver si no se daba cuenta de que eso no podía ser así. "Me dijo que no podía entrenar siempre con Alberto, que me iba a fundir. Nosotros le respondimos que estuviese tranquilo, que nos conocíamos tan bien, que había tanto feeling entre nosotros, que cada uno sabía cómo tenía que ir y lo que tenía que hacer".
Le explicaron cómo lo hacían para salvar la diferencia de ritmo, sobre todo en montaña, entre uno y otro. Que no era como cuando sales con otro compañero que te va metiendo la rueda delantera y eso genera un pique inútil. Que ellos no eran así. Que eran hermanos. Que cuando subían un puerto, el que fuera, Alberto tiraba para adelante a hacer su trabajo y Jesús se quedaba detrás a hacer el suyo. "Él es Contador y yo Jesús Hernández. Él sube como Alberto Contador y yo como Jesús Hernández. Lo tenemos claro los dos y nos conocemos tan bien que nunca ha habido problemas", dice Jesús que le explicaron a Riis. El danés comprendió.
Seis meses duros Por eso, cuando el TAS sentenció a Contador a pasarse seis meses sin dorsal -además de quitarle todos sus resultados desde el Tour de 2010, este incluido- Riis llamó a Jesús y le pidió que siguiera siendo su hermano, que no se separa de él, que le sacase a entrenar, que no le dejara solo y que fuese su apoyo. Su tercer hombro. Y que llorase ahí lo que tuviese que llorar.
"Han sido momentos malos. Alberto estaba jodido de verdad. ¿Pero quién no lo estaría en su lugar?". Jesús sabe de lo que habla. Se puso en su piel. Sentía lo que Alberto sentía. Sufría con él. "Es que es mi hermano", explica. "Era como si me hubiese pasado a mí. Sentía la misma desgana que él a la hora de salir a entrenar. También las ganas de dejar la bici y acabar con todo aquello. O el descontento con el mundo. Sentía eso. Como él. Aquel dolor también era mío. Pero es normal que me ocurra. Paso más tiempo con él que con mi mujer y mi familia. Es que de 365 que tiene el año habré estado con él 300. Y los dos últimos meses antes de la Vuelta no hemos parado en casa. Íbamos de un lado a otro. A ver las etapas, a concentrarnos en Sierra Nevada o en Navacerrada…". Todo el día con Alberto. Sosteniéndole. Es su tercer hombro.