Nunca hay alegría en una derrota, por eso las platas siempre son amargas. Cuatro años después, Estados Unidos y España repitieron una grandiosa final olímpica porque nadie salió entregado de antemano y que tuvo un desarrollo muy similar y un desenlace idéntico. Los americanos lograron su decimocuarto titulo en unos Juegos y lo festejaron como la ocasión merecía porque tuvieron que dar lo mejor de sí mismos hasta el último minuto de una competición en la que solo se vieron exigidos a ratos.
España se colgó su tercera plata, todas ante el mismo rival, pero los rostros de los jugadores reflejaban la decepción de haber estado muy cerca de conseguir lo que nadie pensaba. Tan cerca como en Pekín, en Londres volvieron a sobrar dos minutos y medio y la acción individual de una megaestrella. En este caso, LeBron James se levantó desde detrás de los 6,75 metros con la mano de Pau Gasol en la cara y clavó el triple mortal que en 2008 fue el de Dwyane Wade.
España no se consuela con protagonizar la final olímpica más apretada desde 1972 cuando Estados Unidos cayó ante Rusia con aquella canasta polémica y humillante de Alexander Belov en el último segundo. Tampoco se conforma con recortar a siete puntos la distancia de Pekín, o con firmar la segunda final con más anotación de la historia olímpica. No se consuela plenamente con la plata porque España quería ganar este partido, sentía que podía hacerlo pese a atravesar un campeonato irregular. Para eso se juntaron Sergio Scariolo y los jugadores hace mes y medio en Madrid y a la hora de la verdad demostraron su categoría.
También Estados Unidos, claro. No le quedaba otra a quienes se han proclamado herederos del Dream Team. Delante tenían al mejor equipo europeo de los últimos veinte años -hay que honrar a aquella Rusia y aquella Yugoslavia de finales de los 80- y a jugadores que compiten desde que tienen uso de razón. Juan Carlos Navarro, maltrecho y doliente desde hace muchos meses, marcó el camino y con diez puntos y tres triples en los primeros tres minutos fue el faro de sus compañeros. Si el capitán Juanki podía, podían todos. Si había que perder, debía ser con categoría y valentía, sin un asomo de debilidad ni de rendición.
Scariolo puso todas las trampas posibles, no todas con el mismo éxito, porque hay jugadores indefendibles con el balón en las manos como Kevin Durant. El máximo anotador de la NBA amenazó con reventar el duelo cuando con su duodécimo punto puso a su equipo diez arriba (35-25) antes de acabar el primer cuarto. Pero España sabía que eso podía ocurrir, que había que resistir ante las rachas de los hombres de Mike Krzyzewski. La clave estaba en el otro lado, en ser capaces de contestar canasta por canasta. Sergio Rodríguez salió en lugar de un de nuevo plano Calderón para dinamizar el ataque y mediado el segundo cuarto España estaba otra vez por delante en el marcador, como durante más de seis minutos del partido.
aparece pau gasol Kevin Love daba problemas en el rebote, Rudy Fernández ponía en riesgo su espalda en constantes choques contra tipos que le sacan muchos kilos, nadie rehuía la pelea ni la posibilidad de anotar. Ya estaba claro que era un asunto de réplicas y contrarréplicas y por eso el choque estaba casi igualado al descanso, lejos de las previsiones. Los estadounidenses hacían del tiro exterior su arma fundamental, otra vez con excelentes porcentajes y desde todos los ángulos, y Durant se erigió en el antídoto contra Pau Gasol que, ayudado por un Ibaka demasiado tímido, dominaba a su antojo la pintura y con trece puntos en cinco minutos había vuelto a poner a España en ventaja. Estados Unidos estaba ya en manos de Kobe, LeBron y Durantula para sumar puntos en acciones individuales contra las que nada podían hacer las distintas defensas del campeón de Europa.
La última fue una caja y uno con la que Scariolo quiso impedir que Durant recibiera el balón. La final seguía en el alambre, Krzyzewski no sacaba de la cancha a sus estrellas, pero entonces los españoles remaban ya contra la corriente. Chris Paul había sumado cinco puntos consecutivos en el arranque del último cuarto para estirar de nuevo la distancia y un triple del alero de los Oklahoma City Thunder puso el 93-86 a 6.23 del final. España tenía que morir matando. Regresó Marc Gasol, con cuatro faltas desde antes del descanso, aunque Estados Unidos se movía con más frescura en la amplitud de espacios.
Aún así, el mediano de los hermano de Sant Boi clavó un mate para colocar el 99-93 a 2.24 del final. En ese momento, como ocurrió en Pekín, quedaba confiar en que a los estadounidenses les entrara miedo, se equivocaran. Pero no. En la siguiente posesión, LeBron James pidió el balón y retó a Pau Gasol que solo le permitió un triple punteado. Era un tiro para elegidos y El Elegido lo anotó como en los últimos tiempos de su carrera. Jugando para su país, al campeón con los Miami Heat tampoco le tembló el pulso y cerró con el decimosexto triple de su equipo en 37 intentos la historia de otro choque que quedará en la memoria colectiva como otro homenaje. La brecha era ya de nueve puntos (102-93) sin tiempo para nada más para rendirse a dos equipos que se respetan, que han nacido para encontrarse cada cuatro años y dar lo mejor de sí mismos.
seguir compitiendo Ambos se necesitan, el baloncesto los necesita para llegar a otro nivel. El Forum Inglewood de Los Angeles, el Pabellón Wukesong de Pekín, el O2 Arena de Londres... España perdió su tercera final en unos Juegos Olímpicos, pero en cada una de ellas ha estado más cerca de los representantes de las barras y estrellas, del mejor baoncesto del planeta. "Tarde o temprano acabaremos ganando, seguro", proclamó Felipe Reyes, uno de los grandes exponentes de una generación admirable por ganadora que pronto puede batirse en retirada.
Para sus sucesores han dejado un mensaje: ya no es el tiempo de rendir pleitesía, de hacerse fotos con los de la camiseta de USA. Es el tiempo de seguir compitiendo para que las diferencias se estrechen. España volvió a estar ayer muy cerca, Estados Unidos sintió de nuevo el olor de la derrota en una final. Ganó porque sabe que se lo tiene que tomar en serio y porque sus estrellas sienten esa responsabilidad. Quizás haya otra oportunidad en dos o en cuatro años. Mientras llega ese momento, tocará paladear y recordar otra final para la historia.