Todo estaba preparado para el pacto entre caballeros, para una tregua entre Lochte y Phelps después de que Ryan bajara del pedestal a Michael, y qué mejor que con un oro conciliador en el 4x100 libres, pero al nuevo campeón olímpico en 400 estilos le debió pasar factura el rosario de halagos de las últimas 24 horas porque su último relevo privó a Estados Unidos del éxito -que solo se le negó en Sydney y Atenas-, gloria que recayó ayer en Francia gracias a la pericia de la gran promesa gala Yannick Agnel. Llegaba el de Rochester de avanzar en los 200 libres, aunque con peor tiempo que el alemán Paul Biedermann y el chino chino Sun Yang, pero nada hacía aventurar esta amarga plata para la armada yankee, que no consuela ni al de Baltimore, por mucho que los 17 metales que ya tiene a recaudo en la historia de los Juegos le dejen a uno solo de la rusa Latynina.

Lo único que entraba en los planes era que Australia les robara la cartera merced al poderío de James Magnussen, pero todo se torció en ese tramo decisivo que condujo por vez primera en la historia al equipo galo al cénit de esta especialidad con un registro de 3:09.93, superando en 45 centésimas al cuarteto norteamericano. Amaury Leveaux, Fabien Gilot, Clement Lefert fueron el resto de los artífices de tamaño éxito en una especie de remake de lo acontecido cuatro años atrás en el Cubo de Pekín, pero con diferente epílogo, puesto que allí los estadounidenses plasmaron una memorable final con récord mundial incluido en la que el veterano Jason Lezak superó de manera increíble a Bernard en los últimos 25 metros para darle a Phelps su octava medalla dorada. Los papeles se invirtieron. El Tiburón, que en el segundo relevo cumplió de forma notable con su cometido para colocar a su conjunto a la cabeza, observó como James Cullen supo mantener las distancias, que en el prólogo había empezado a arañar Nathan Adrian,. Con lo que nadie contaba era con el desfondamiento en los 50 metros últimos del ensalzado Lochte, ni que los rusos le tomaran también la delantara a los aussies.

Ryan se había pasado las horas precedentes tratando de endulzarle la vida en la Villa Olímpica al otrora indestructible compañero de fatigas, enemigo íntimo de sus quehaceres profesionales. "Es muy raro no tener a Michael conmigo en el podio. Hablamos después de la sala de masajes. Estaba orgulloso de mí porque gané la primera medalla de oro para los Estados Unidos, a pesar de que sé que, al mismo tiempo, se sintió decepcionado. Él dio el 110%, sin lugar a dudas. Estaba invicto en los 400 estilos en los Juegos , así que me siento orgulloso de haberle vencido. Será una motivación aún más grande para las próximas pruebas", argumentaba el honorable campeonísimo, mientras Phelps se relamía las heridas reconociendo que había realizado "una carrera de mierda". A buen seguro que pensará parecido de lo que su hermano del alma le birló en ese medio hectómetro que subió a los cielos al joven Agnel, un primor sobre todo en los 25 metros que provocaron el júbilo en una grada más que boquiabierta.

magnussen, decepción 'aussie' No menos exquisito fue la manera en que el ruso Danila Izotov -después de que Andrey Grechin, Nikita Lovintsev, Vladimir Morozov se afanaran en su tarea- supo doblegar al australiano James Evan para colgarse un preciado bronce con un tiempo de 3:11.41. Tampoco se supo en demasía de Magnussen, segundo en el primer relevo, antes de que los oceánicos perdieran fuerza posteriormente con Matt Targett y Eamo Sullivan en la segunda y la tercera. Con 21 años y apodado el Misil, se había plantado en Londres avalado por Ian Thorpe y respuesto ya de la infección pulmonar que sufrió en abril. Magnussen, un velocista de 1,95 metros que advirtió a sus rivales de que estén preparados, luego de nadar a apenas 19 milésimas del récord mundial del brasileño César Cielo en los trials de Adelaida, no ha arrancado con buen pie su lanzamiento hacia el estrellato.