París. Poco más tarde de las 17.00 horas, la hora del té, suena por primera vez God save the Queen en los Campos Elíseos de París en honor a Wiggins, primer inglés en la cima del Tour. Es la banda sonora que anuncia la llegada al poder del nuevo ciclismo.

"Cuando tenía tres años me llevaba con él a los Alpes. Era guía de montaña. Se levantaba a las tres de la mañana para mantener una buena condición física y comprobar que todo el equipamiento estaba en condiciones para no correr ningún riesgo". Fue su padre el que enseñó a Dave Brailsford el discurso del método y la anticipación.

En su oficina del velódromo de Manchester no hay huella de la grandeza imperial que rodea a su equipo, el Sky. Es minimalista. Sobre la mesa limpia y ordenada, solo están la pantalla de su Apple, el teclado y el ratón. Alrededor, poco más y ningún objeto personal. De la pared cuelgan las fotos de algunos campeones olímpicos, todos pistards. Los británicos tienen tanta pasión por esa especialidad del ciclismo que la tía de un periodista inglés que cubre el Tour le llamó mediada la carrera indignada porque no entendía qué hacía Wiggins corriendo en Francia en lugar de estar preparando los Juegos Olímpicos. En algún lugar está la imagen de Bradley, dos veces campeón olímpico. También, en el muro trasero de la habitación, la de la cuarteta de persecución que batió el récord del mundo en Pekín. Uno tras otro, milimétricamente.

Esa fotografía resume mejor que ninguna otra cosa el ideario de Brailsford, aseado, ordenado y simétrico padre del éxito del ciclismo británico de pista que en 2009 anunció la creación del Sky, un equipo megalómano financiado por el magnate de la comunicación Rupert Murdoch. En la presentación del nuevo proyecto que sacaba al ciclismo inglés del anillo olímpico, Brailsford prometió regresar a Inglaterra con el maillot amarillo del Tour en la maleta en un plazo máximo de cinco años. Ha tardado menos. Wiggins, uno de los alumnos aventajados que Brailsford pulió, como Cavendish, Cummings o Geraint Thomas, en el velódromo de Manchester, lo ha ganado en tres años siendo pionero en unas cuantas cosas: es el primer británico, el primer campeón olímpico y el primer pistard puro que viste de amarillo en París. En esa reconversión insólita, del anillo de madera a la carretera, Brailsford, su método y el nuevo ciclismo tienen mucho que ver.

Una legión de científicos También el dinero. A su proyecto ciclista le inyectaron los fondos suficientes como para contratar toda clase de especialistas que los ingleses llaman científicos del deporte y, en realidad, son nutricionistas, fisiólogos, entrenadores y un psicólogo que dice Xabier Zandio, único vasco en el mejor equipo del mundo, no ha necesitado todavía pero que ha escuchado que es realmente bueno. "Debe tratarse de Steve Peters", dice Carlos Ramírez, psicólogo deportivo. "Dave Brailsford y Shane Sutton contratan técnicos para diseñar escenarios posibles e informar sobre ellos a los ciclistas. Se entrenan psicológicamente por medio de técnicas concretas para bajar con lluvia, para atacar con calor extremo, para entrar en el pelotón después de un pinchazo y para tener dos líderes. Se marcan objetivos de tarea para cada situación posible en carrera, qué hacer y cómo estar psicológicamente en cada momento y poder amoldarse y rendir en lo variable y en lo adverso. En esto, Peters es un mago. Ha ganado 14 medallas de oro con la selección británica de pista y unos cuantos Mundiales. Él no da pedales, pero algo tendrá que ver".

Tampoco da pedales pero ha cambiado la manera de hacerlo Tim Kerrison, un preparador australiano que viene de la natación. "Solo es un profesional que tiene su manera particular de trabajar", dice Zandio. Su metodología no es nueva, pero sí va contra la corriente tradicional ciclista que dibuja una temporada evolutiva con su base de fondo, la etapa de carga y el periodo de descanso. Kerrison pone en práctica lo que los expertos llaman la periodización inversa que, fundamentalmente, consiste en trabajar la fuerza y la velocidad desde el principio de año. El preparador australiano convenció a Wiggins y los demás líderes del Sky de que era mejor estar durante toda la campaña al 95% que buscar uno o dos picos cortos y exclusivos del 100%. El ciclista británico, además de ganar el Tour, triunfó en febrero en la París-Niza, en mayo, en el Tour de Romandía y en junio, en la Dauphiné Liberé. Tras el Tour, busca el oro en la crono de los Juegos de Londres.

"Ahora estoy convencido de que puedo ganarla", dijo ayer el nuevo señor del Tour, que ayer no celebró el triunfo en la noche de París, otra tradición rota, y en su lugar cogió un jet privado que le llevó a su casa Manchester, donde descansará dos días y se incorporará a la disciplina de la selección británica el miércoles.

Otra visión En 2010, cuando llegó a la carretera, un universo secular, Brailsford se encontró con el rechazo de la mayoría. Le acusaban de ser un soberbio que, rodeado de su guardia de científicos del deporte, se creía que había inventado la rueda cuando lo único que proponía era una nueva visión de lo que ya existía. A Brailsford, un estudioso de los manuales de entrenamiento y técnicas de gestión, le impactó Moneyball un libro de Michael Lewis en el que se recoge el pensamiento de Billy Beane, gerente del equipo de béisbol de Oakland. Beane consiguió llevar a una franquicia humilde y sin recursos a competir en las mejores ligas de Estados Unidos. Para eso, solo tuvo que revisar los procesos de pensamiento establecidos y renovarlos. Para Brailsford fue un descubrimiento. Esa lectura le pareció refrescante porque se permitía cuestionar la sabiduría tradicional y corregirla. Beane era el tipo que había llegado a una industria donde todo el mundo pensaba de una manera concreta e inamovible para levantar la voz y decir "espera un momento, ¿estamos midiendo las cosas correctas?". Es lo que hizo al llegar al ciclismo Brailsford, cuya curiosidad y ganas de aprender le llevan con asiduidad a entrevistarse con gurús de otros deportes. Ha tocado en ocasiones la puerta de Sir Alex Ferguson, entrenador del Manchester, para hablar sobre el arte de la creación de equipos. Y estima el trabajo de los estadistas Mike Forde en el Chelsea o Damien Comolli en el Liverpool. Brailsford vive rodeado de estadísticas, gráficas y datos. Dice que es feliz así, pero reconoce que ningún campeón se fabrica solo con números. "Eso es como ver la televisión en blanco y negro", suele decir. Para los colores está Shane Sutton, su mano derecha en el Sky. "Él ve cosas que nadie ve". Se las cuenta a Brailsford y este las coteja con sus parámetros científicos para averiguar si está en lo cierto. "Casi siempre acierta". El triunfo de Wiggins en el Tour es el triunfo del método de Brailsford y lo que viene a llamarse el nuevo ciclismo basado en la minuciosidad y el cuidado de las pequeñas cosas que forman un todo de perfección en la preparación de un deportista. El entrenamiento, la dieta, la recuperación, la psicología… Wiggins es hijo de esa ciencia. Una máquina perfecta, un robot cuyos datos son perfectamente humanos. En un análisis de la potencia desarrollada en los puertos del Tour, Xabier Artetxe, prestigioso preparador vizcaino, concluía en un artículo publicado en un diario madrileño que los resultados no tenían nada de excepcional, que eran normales, naturales, creíbles, lo que va en contra de la percepción generalizada de haber asistido a una exhibición sobrehumana del Sky.

El propio Wiggins habló de ello cuando tras la crono de Chartres le preguntaron si no pensaba que había sido un Tour demasiado aburrido. "No sé si aburrido, pero es real. Esto no es lo de antes. El ciclismo ha cambiado. Ahora es humano", respondió el ganador del Tour que, a su vez, borró su imagen robótica y también se humanizó y habló de cosas tan tiernas como su infancia en Kilburn, un barrio pobre de Londres donde soñaba con ser ciclista mientras trataba de subsistir. Mencionó también a su padre, ciclista, un buen pistard que se compró un Seat 124 al que quitó los asientos traseros para colocar una cama y llevar allí a su hijo, tumbado y descansado, a las carreras. Pero evitó mencionar, siempre lo hace, la separación de sus padres. O la muerte de él hace cuatro años en circunstancias extrañas en Australia, donde había emigrado solo tras abandonar la competición y darse a la bebida dejando atrás a su familia. Como otros campeones ciclistas, un pasado riguroso dota a Wiggins de una capacidad sobrehumana para resistir el dolor. "Lo que más me fascina de él es su determinación, la capacidad que tiene para darlo todo por un objetivo", le piropea David Millar. Bradley vive en un búnker rodeado de números y estadísticas. Es alumno de Brailsford. Hasta que el sábado tras la crono se sabe ganador del Tour y dice experimentar lo que nunca. Siente. Es humano. Como el Tour, o eso dicen, en el que toma el poder el nuevo ciclismo.