Paris. En Brive-La-Gaillarde, donde el sprint supersónico de Cavendish, Haimar Zubeldia resopla tratando de devolver el corazón a su sitio. Tiene los ojos desorbitados y el rostro negro de la porquería que le ha escupido la carretera. Le duelen las piernas, como a todo el mundo, pero tiene una mitad de la cabeza en la crono del día siguiente donde se cierra el Tour de los ingleses. En la otra parte del cerebro revolotea inquieto un secreto inconfesado. "Tengo algo que contaros", dice. El corazón le sigue palpitando intensamente, al ritmo de la etapa furtiva. De eso va su confesión.

En febrero, tras la Vuelta a Andalucía, su primera carrera de la temporada, Haimar Zubeldia se fue a Canarias en busca del sol, la altitud y entrenamientos de calidad. Pensaba en una concentración larga y concienzuda para acercarse a su primer pico de forma. Volvió, sin embargo, mucho antes de lo previsto, repentinamente, alarmado. Su motor corría demasiado deprisa. Se le disparaba el pulso. Algo no marchaba bien en el mecanismo de su organismo. Una pieza fallaba. Era el corazón. Nada más aterrizar en Euskadi, necesitado de una respuesta urgente, le confirmaron lo que se temía: padecía una fibrilación auricular persistente, o, lo que es lo mismo, una arritmia cardiaca, un trastorno relativamente común en los deportistas veteranos de élite gastados por la actividad física extrema.

Miedo a la retirada Fue un batacazo para Zubeldia, que lo primero que escuchó fue que ese trastorno del ritmo cardiaco era una razón poderosísima para bajarle de la bicicleta, una parte esencial de su vida. La otra, su propia existencia, le dijo el doctor Bodegas, una eminencia en la materia, no corría ningún riesgo. Podría hacer una vida normal conviviendo con la arritmia. Pero para volver a montar en bicicleta… Con eso era incompatible salvo que el tratamiento hiciese su trabajo y borrara la enfermedad. "Durante un mes estuve sin tocar la bicicleta siguiendo las órdenes del doctor. Fue duro porque no sabía si había dado ya mis últimas pedaladas como ciclista. Soy consciente de que algún día lo tendré que dejar, pero quiero que sea algo que ocurra de manera natural, que poco a poco vaya haciéndome a la idea. No así, de repente y sin desearlo", cuenta ahora Zubeldia, que elige el día de París para revelar su secreto.

Le motivan a hacerlo dos cosas: la primera, que, ahora que está plenamente recuperado, puede servir de alentador ejemplo a otras personas que sufran el mismo mal; la segunda tiene que ver con la rumorología al respecto y la necesidad de aclararlo todo, quitarse el asunto de la cabeza y liberarse.

Zubeldia regresó a la competición en mayo en Alemania y desde entonces su salud y forma han ido creciendo sin interrupciones. De la arritmia, ni rastro. "Está olvidada. El tratamiento funcionó". Pese a ello, durante mucho tiempo el miedo siguió instalado en su cerebro. Corría con un oído pegado en el corazón y un ojo en el pulsómetro. "Ha sido un proceso lento, pero poco a poco he ido olvidándolo". Antes del Tour, de todas formas, le quedaba una duda: ¿Funcionará mi cuerpo igual que antes? Vaya si lo hace.

Ha hecho un Tour en el que se sintió tan fuerte y sano como cuando era joven y eso le empujó a correrlo como si fuera el primero, el de la resurrección, el de la vuelta a su vida, la bicicleta y el Tour. Pensaba que cada etapa era un regalo. "Por eso he disfrutado tanto de cada momento. Lo he vivido como nunca antes. Para mí estar ahí arriba, aunque a alguno le pareciese poca cosa, era reencontrarme a mí mismo. Pensaba que todo esto que me estaba pasando era algo muy grande. Y, del mismo modo, tenía en la cabeza todo el rato que tenía que contar al mundo lo que me había pasado. Quería compartirlo". Lo contó ayer, antes de entrar en París por décima vez -el único Tour que no ha acabado es el de 2004-. Lo hace en sexto lugar, su segunda mejor clasificación tras los dos quintos que conquistó en 2003 y 2007. Si el próximo mes de julio está en la salida de Córcega, que estará, igualará a Indurain como recordman vasco de participaciones en la carrera francesa. Antes, de todas maneras, tiene que acabar esta temporada. El martes corre un critérium en Holanda y el próximo lunes, otro en Pau junto a Markel Irizar, otro que sabe algo sobre resurgir y vencer a una enfermedad, en su caso, un cáncer. Luego, estará en la Clásica de Donostia y en la Vuelta a España con ambición, aunque las cosas allí nunca le han ido tan bien como en el Tour, donde antes de pisar los Campos Elíseos reveló su gran secreto.