Pau es la puerta de los Pirineos. Así llaman a la ciudad jardín donde se recuesta hoy el Tour, que viene estresado y magullado de las sangrientas etapas de la primera semana, agotado de los Alpes y rematado después en el largo e incómodo camino hacia Pau, donde hoy, al fin, echa el Tour el freno de mano. Pero solo durante 24 horas. Demasiado poco, pensarán algunos, si no todos, para volver a subirse mañana a la bicicleta, colocarse el dorsal y desfilar de nuevo hacia las montañas. Los Pirineos son la última frontera para Wiggins. El sello que le falta en el pasaporte -la crono del sábado es su territorio- de su maravilloso viaje amarillo hasta París. Son dos asaltos, pero qué dos: mañana, Aubisque, Tourmalet, Aspin y Peyresourde; el jueves, Mente, Port de Balés y meta en Peyragudes. En el asfalto de esos colosos dejaron su impronta otros campeones antes de que lo hiciera el ciclista inglés.

El primero asusta cuando se menciona. Desfilan por el círculo de la muerte hasta Bagneres de Luchon. Por un recorrido similar, pero en orden inverso, corrió Merckx en 1969. Y la que lió.

El Merckxismo Aquel día nació una religión ciclista: el Merckxismo. Eddy era joven, 24 años y líder del Tour, y años después contaba que nunca se había sentido tan poderoso como entonces. Ese año, en septiembre, sufrió una caída en Blois y se lastimó la espalda. "Quizás por eso, y aunque gané otros cuatro Tours, jamás me volví a sentir tan fuerte". Menos mal: cuando se retiró años después había ganado 525 carreras, cinco Tours, otros tantos Giros y una Vuelta. De todas maneras, ninguna de sus victorias es tan recordada como la de aquella tarde en los Pirineos, un día salvaje por el círculo de la muerte.

La culpa la tuvo Martin Vandenbossche, uno de sus gregarios belgas en el Faema, que le dijo la noche anterior a su líder que al año siguiente le abandonaría para irse a otro equipo. Merckx enfureció. Por la mañana en la salida, aún le hervía la sangre. Y avisó: "Cuando los demás lleguen a Mourenx, yo ya me habré duchado".

En el Peyreosurde y el Aspin, el sol cayendo a plomo sobre los cogotes de los ciclistas, el belga dejó hacer a Galera, que coronó ambos puertos y sucumbió luego a la ley del Tourmalet. Mediada la subida, de un grupo pequeño en el que resistía, entre Pingeon, Van Impe o Agostinho, el vizcaino Andrés Gandarias, se disparó Vandenbossche. Pensaba en inscribir su nombre en la leyenda, en ser el primero en domar, ese año, a la monstruosa montaña. No se imaginaba, ni él ni nadie, que para eso tendría que pasar por encima del cadáver de Merckx. El belga, que se sentía traicionado por su gregario, aceleró, lo atrapó antes de la cima, lo aplastó sin piedad y holló el Tourmalet. Pudo parar allí, tras humillar a Vandenbossche, pero no pudo. No le dejó el instinto. Iba ciego. Hambriento. Salivaba. Ya no paró.

Cuando le preguntan, Andrés Gandarias suele responder que Merckx ha sido un ciclista único. El más grande. En todo. Pero, sobre todo, en carácter. "Eddy era su fuerza, terrible, y el temperamento. Cuando se cabreaba… ¡Buff! Más te valía no estar cerca. Yo le he visto atacar en la Croix de Fer en plato y con el dieciocho. Solo Hinault, y vaya, podía acercarse a algo así". Aquel día en los Pirineos Merckx estaba furioso. Subió el Aubisque con rabia e hizo lo mismo, pese a que tenía el Tour asegurado, en los 60 kilómetros llanos que quedaban hasta Mourenx. Por detrás trataron de organizarse. Era inútil. Corrían contra una leyenda. El Merckxismo. Su Mesías en la tierra, Dios con apariencia ciclista, había llegado más de ocho minutos antes, se había secado el sudor y esperaba calmado a subir al podio para recogerlo todo. Estaba saciado. Aquella tarde, y todas las tardes desde entonces, todo el mundo se preguntó qué llevó a Merckx a correr con tanta furia teniendo el Tour ganado. ¿Por qué Eddy? No pudo ser solo por la afrenta de Vandenbossche. Eso, como mucho, fue la chispa que provocó el incendio. Algunas teorías posteriores hablan de que lo que deseaba el belga era que quedase una constancia eterna de su paso por el mundo, de su existencia. Que le recordasen, que es el fin supremo de las gestas ciclistas. Dejar huella. Merckx la dejó en el círculo de la muerte como en algunos de sus cuatro picos la dejaron antes y después otros ciclistas.

El Tourmalet En el Tourmalet, por ejemplo, la dejó antes que nadie Alphonse Steines, que no era ciclista, sino periodista, y subió hace 102 años por la vieja carretera termal de piedras que había construido Napoleón. Para contentar a Desgrange, empeñado en hacer subir por ahí a los corredores, le mandó un telegrama que era una mentira. Le dijo que no había problemas para llegar a la cima, que era perfectamente transitable. Y eso que él subió andando y casi muere en la travesía. Allí nació el mito. Luego, fueron dejando su huella sobre la tierra las ruedas de la bicicleta de Eugene Christophe, que era líder del Tour cuando coronó el Tourmalet en 1914, rompió la bici y tuvo que parar en una herrería de Saint Marie de Campan para arreglarla antes de continuar sabiendo que había perdido el Tour. O, en 1991, Indurain, ya sobre asfalto, que atacó bajando para lanzarse hacia el primero de sus cinco triunfos en París. Bajando el Tourmalet se marchó hace un año Samuel Sánchez para ganar en Luz Ardiden. Y en la Mongie, la estación de esquí a mitad de puerto, tomó Armstrong el amarillo de Igor González de Galdeano. Fue en 2002 y mañana hará diez años de aquello. Desde entonces, ningún ciclista vasco ha vuelto a liderar el Tour. A Indurain, de todas maneras, el primero que le dijo que ganaría un Tour fue Pedro Delgado. El segoviano lo vio claro en 1988, cuando en el Peyresourde un joven Miguel, 24 años, grande y pesado, destrozó el grupo de los favoritos camino de Luz Ardiden. Lo estaba dejando tan famélico que Delgado le tuvo que mandar parar porque incluso a él, líder, le estaba sacando de punto. Miguel, que no oía bien y entendía lo contrario, que apretara más, seguía acelerando. Quedaban una decena de almas asfixiadas cuando consiguieron pararle. Esa noche en el hotel, Perico le dijo que ganaría un Tour. Miguel le miró como quien mira a un tarado.

Del Aspin se recuerda, sobre todo, el día que un aficionado francés paró a Bartali y le puso un cuchillo en el cuello. Le culpaba de haber provocado la caída de Bobet y Robic días antes. El italiano acabó la etapa y, asustado, se marchó a casa. Del Aubisque no se acuerda Thevenet, que después de caerse llegó a meta pensando que no había subido el puerto, pero no lo olvida Javier Otxoa ni la afición vasca porque un día negro de lluvia y frío del año 2000 pasó por allí el vizcaino, solo, camino de obrar el milagro en Hautacam: allí se entronizó Javier tras escapar por unos segundos a Armstrong.

el jueves, mente y port de balés Del col de Mente se acuerda todo el mundo, pero sobre todo se acordó Luis Ocaña durante toda su vida anárquica hasta que decidió ponerle fin y se ahorcó en el cobertizo de su finca de Caupenne de Armagnac. Tenía 48 años y, entre otras muchas cosas, un Tour, el de 1973. El de dos años antes lo perdió cuando se lo tenía ganado a Merckx porque cuando bajaba Mente siguiendo al belga bajo un aguacero se cayó en una curva y no se volvió a levantar. En la meta de Bagneres de Luchón, Merckx, nuevo líder, no quiso ponerse el maillot amarillo en un gesto elegante de respeto con el que reconocía la superioridad de Ocaña.

Mente se sube el jueves, en la etapa que el Tour se despide de los Pirineos y la montaña, y en la que también se asciende el Port de Balés, un puerto joven pero con una leyenda que irá envejeciendo: la de la cadena de Andy Schleck de hace dos años. Al luxemburgués se le salió cuando, líder, atacaba para tratar de distanciar a Contador. Cuando su rival reaccionaba, Andy tuvo que echar pie a tierra para arreglar la avería y el de Pinto no se detuvo a esperarle. Minutos después, en Bagneres de Luchon, a Contador le esperaban el amarillo y una lluvia de silbidos de la afición francesa que afeó su gesto por considerarlo poco elegante y nada honroso.

Esa noche el Tour se instaló en Pau. Fue la noche de la cena del solomillo que López Cerrón llevó a Paco Olalla, cocinero del Astana, se comió Contador y que, después, tanto tardó en digerir. En Pau descansan hoy el Tour y su líder Wiggins a la espera de cruzar la última frontera.

La ira de Wiggins en Pau

Cuando el Tour descansa el Pau hay un silencio tenso en la sala de prensa. Pau es ciudad de escándalos. En 2007, por ejemplo, el Rabobank retiró a Michael Rasmussen la noche del mismo día que había sentenciado el Tour en la cima del Aubisque. Esa madrugada, trasladado a otro hotel para alejarlo del equipo, el danés, solo y desesperado, pensó en suicidarse tirándose bajo las ruedas de los camiones que oía pasar a toda velocidad por la carretera. Al día siguiente, se supo que Vinokourov había dado positivo y su equipo, en bloque, abandonó el Tour. Como el Cofidis después de que Moreni fuera arrestado de mala manera en la cima del Tourmalet y, sin ducharse, se lo llevaran a comisaría. En el Cofidis del Tour corría ese año un tal Bradley Wiggins, que cuando se marchaba hacia el aeropuerto sacó toda la ropa del equipo y enfurecido la tiró a la basura. Cuentan que dijo que jamás volvería a vestir esos colores. Y que maldijo el dopaje y a los que se dopaban.