S. J. DE MAURIENNE-ANNONAY

. David Millar (Garmin)5h42:46

. Jean Christophe Peraud (AG2R)m.t.

. Egoi Martínez (Euskaltel-Euskadi)a 5"

General

. Bradley Wiggins (Sky) 54h34:33

. Christopher Froome (Sky)a 2:05

. Vincenzo Nibali (Liquigas)a 2:23

Annonay Davézieux. "Así es mi vida", suspira Egoi Martínez, que podría estar recitando a León Felipe mientras llora a la luna en una noche melancólica, profunda y trascendental, y lo que realmente hace es ponerle voz a la resignación bajo el cielo azul de Annonay, un lugar sin poesía, de prósperos negociantes industriales, inventores y buscavidas a los pies de los poéticos Alpes. Querría hablar el corredor navarro de la justicia poética, de que existe y no es solo un cuento que cuentan los profesores que enseñan cosas sobre Shakespeare en sus clases de literatura. Pero no puede. En lugar de poesía, siempre tan abstracta, Egoi prefiere tirar de algo más pragmático para explicar que vuelve a sentir lo mismo que sintió las otras dos veces que se le escurrió entre los dedos una etapa del Tour, esta vez tras ver a cien metros de distancia cómo David Millar tumbaba a Christophe Peraud al sprint. Así que en vez de bramar contra el Tour y su injusticia poética, se culpa a sí mismo, no de un error, no de un fallo de cálculo o un despiste, sino de su propio ser, su manera de ser ciclista, algo inamovible porque tiene que ver con la genética, con cómo viene uno hecho de fábrica. "A mí no me hicieron ganador", dice el navarro, "hubo una época que pensé que podría serlo. Fue tras ganar el Tour del Porvenir y aquella Midi Libre tan buena que me salió, pero luego me di cuenta de que no, de que me falta ese punto, de que siempre estoy allí, es cierto, pero nunca gano. Con el tiempo he aprendido a asumir cuál es mi sitio".

No era un drama lo que escenificaba Egoi, un tipo sereno a sus 34 años que nada tiene que reprocharse, sino la vida misma, su vida, los grandes momentos de la juventud, aquel Tour del Porvenir y aquella Midi Libre, efectivamente, pero, también, aquella Vuelta a España de 2006 (una etapa y la montaña) o los días de oro de la de 2008. Luego, sí, también es cierto, los reveses, los tres del Tour. El de ayer, tras una fuga a la que se subió tarde y en marcha gracias a la entrega de Rubén Pérez y, después, a su propio esfuerzo en solitario, lo que también fue un lastre durante toda la etapa. Deseó morirse cuando corría por el llano dejando a la espalda lo Alpes en compañía de Millar, a quien se le veía fácil para arriba y, claro, mejor aún en el plano, Peraud, Kiserlovski y Gautier. "Entonces solo soñaba con llegar y parar", contó luego. Le dio, sin embargo, la vuelta al cuerpo y cuando olió la meta decidió, "nunca antes lo había hecho y tenía ganas de probarlo", ser el primero en atacar, por si sonaba la flauta. Quedaban cuatro kilómetros. No sonó, y en el fuego cruzado que él mismo desencadenó acabó acribillado Egoi, que no pudo responder a un ataque de Peraud a 2,7 kilómetros de la llegada en el que el francés arrastró consigo a Millar, que luego le fusiló a quemarropa sin compasión. Egoi, que pensaba que tenía muchos boletos al sprint, "era de los más rápidos", y, de hecho ganó el de los perseguidores para ser tercero, lo que no es ni siquiera un consuelo, se quedó sin opción. "No puedo con los cambios de ritmo", lamentó su tercera derrota en el Tour. La anterior había sido en 2008 ante Simon Gerrans, una tarde tristísima en Prato Nevoso, y la primera, en 2004.

Ese año Millar no corrió el Tour. Ni ese ni el siguiente. Estaba sancionado porque en junio de 2004, antes de que arrancase en Lieja la carrera francesa, había reconocido haberse dopado para mejorar su rendimiento y acusó a Jesús Losa, médico entonces de Euskaltel-Euskadi, de haberle proporcionado EPO. Pasó dos años a la sombra preparando un regreso cargado de poesía moral. Volvió como un Celaya o un Ángel González de la bicicleta. Habló abiertamente de un ciclismo, aquel, sucio y decrépito y se convirtió en adalid de algo diferente, limpio, sano y puro, que es como dicen los ingleses que es ahora este deporte. En su libro Pedaleando en la oscuridad (editorial Contra) David Millar cuenta cómo la segunda oportunidad que le dio la vida le hizo amar más que nunca el ciclismo, y que también le hizo ser mejor persona. "Es cierto que soy un exdopado", dijo ayer cuando, tras ganar su tercera etapa en el Tour -una en 2000 y otra en 2002-, le recordaron su pasado; "pero ahora estoy limpio y el ciclismo está más limpio y mejor".

Para Wiggins, un ejemplo El reconocimiento del error, el arrepentimiento y la reconversión de Millar es un ejemplo para gente como Bradley Wiggins, que pensó que el triunfo de etapa de su amigo británico sí era cosa de Shakespeare y su justicia poética. "Es la excepción que confirma la regla. Desde que regresó en 2006 siempre se ha comportado de forma abierta y honesta, es un activista del deporte británico que ha colaborado en la lucha contra el dopaje", dijo el líder del Tour. Previamente, había hablado de la doble moral europea, la inglesa frente a todas las demás. "En el reino Unido el dopaje no es moralmente aceptable. La actitud con el dopaje es diferente a la de Italia o Francia, donde un ciclista como Virenque puede doparse, ser atrapado, suspendido, volver al pelotón y convertirse en un héroe nacional". No explicó Wiggins cuál era la diferencia entre Millar y Virenque. Millar, eso sí, tuvo un recuerdo especial para Tom Simpson, el inglés que hacía ayer 45 años se desplomó en las laderas del Tour, una muerte de anfetaminas, calor y alcohol, y de quien se acuerda Wiggins cada vez que escala el puerto maldito con la piel erizada como dice que le ocurrió 2009 cuando se jugaba allí el podio del Tour con Armstrong. El día que Egoi no quiso hablar de injusticia, ni poética ni de ningún otro tipo, otro vasco, Bingen Fernández, director de Millar en el Garmin, respiró liberado porque con la victoria de etapa habían remontado un Tour que hasta ayer, pensaba, no había sido justo con su equipo.