El ciclismo moderno es numérico. Los corredores valen lo que dice su cartilla de puntos meritorios que les otorga la UCI y son tan buenos como indican sus potenciómetros, el SRM o el que sea. En una hábil maniobra comercial de la empresa que fabrica algunos de esos aparatos, se han hecho públicos los vatios que Sagan descargó para ganar hace un par de días en el repecho de Seraing, lo que ha dejado sorprendidos a los expertos, que alucinan y se sobrecogen ante lo que consideran algo excepcional, más de 1.200 vatios en el pico más alto, 17 vatios de potencia relativa que relaciona el peso, 73 kilos del animalito, con la potencia. Eso, traducido al lenguaje de todos los demás, quiere decir que el eslovaco no es de este mundo. Marciano. Va por Francia vestido de verde. Y ya le han bautizado: "Tourminator". El lunes en la cena del Liquigas le dijeron que tenía que ganar en el repecho de Boulogne-sur-Mer, ayer. Entró, no se sabe aún tras desatar cuántos vatios, agitando los brazos como si corriera como Forrest Gump. "A él le decían que corriese y corría; a mí me dicen que gane y gano", contó.

Hay otros que no hace falta que digan cuántos vatios descargan para que se sepa que son buenos ni que les ordenen ganar para que lo hagan. Alejandro Valverde es uno de ellos. Ocurra lo que ocurra, Valverde es una sonrisa sincera e indiferente que por la mañana, en el hotel del Movistar, pasea por el vestíbulo en chanclas mientras cuenta lo que es más impresionante aún que la victoria de Sagan en Seraing: que él está convencido de que le podía haber ganado. Valverde no necesita hablar de vatios para hacerse creer. Dice que lo siente así y punto. Que se lo contaron las piernas. ¿Entonces, por qué no le ganó? Porque se atascó en la caída a veinte kilómetros que le obligó a un calentón tremendo para volver a colocarse y porque, una vez en el repecho, Gesink le cerró contra la valla en el momento clave, cuando se desataban las fieras, y por más que le gritó no consiguió quitárselo del medio.

En el Tour, además de ser bueno, hay que aprender a sobrevivir para demostrarlo en días como el de ayer, de nuevo, como siempre en la primera semana del Tour, un campo minado. Al murciano le estallo una cuando iba con las orejas tiesas y el fusil cargado, atento en cabeza, y se salió en una rotonda a cuatro kilómetros de meta. El pelotón iba lanzado. Al regresar, sin fuerzas ya, ni vatios ni sensaciones, volvió a encallar en una caída a 350 metros. Ayer, la bala verde era eslovaca.

Samuel, en apuros De remar para flotar sabe algo Samuel, que en 2011 salió de la primera con más de tres minutos de sobrepeso y ayer temió que le ocurriera algo parecido cuando el aire acercó al pelotón el aroma marino, la mar, la sal, y el pelotón se volvió loco. En los 20 kilómetros finales entraba el Tour en un terreno áspero, lleno de rugosidades, repechos cortos y duros, carreteras estrechas e incómodas flanqueadas de alambre de espino y la mirada de las vacas lecheras. Un lugar de miedo. Hacía frío y las nubes humedecieron y oscurecieron la tarde. La más negra se quedó sobre la cabeza de Rojas. Se partió la clavícula por tres partes y, claro, abandonó el Tour. No fue el único. Las cunetas se fueron llenado de heridos. Mientras, la carrera siguió. Y el pánico.

Unos cuantos fotogramas después, era Samuel el que gritaba. Estaba sobre la bicicleta, al parecer entero, pero alterado. Se le había atascado el cambio y trataba de explicárselo a los mecánicos del coche de asistencia de Mavic. "Pero como les hablaba en español, no me entendían". Por eso chillaba. "Es normal, son momentos muy delicados". Se está jugando el Tour. Al final, le solucionaron el problema en marcha y regresó al pelotón, que había adelgazado desde la última vez. Quedaban unos pocos. Estaban en la montaña rusa definitiva. Arriba y abajo hasta Boulogne-sur-Mer.

Valverde se sale Valverde iba silbando. Y Sagan. Murciano y marciano. Uno con sus sensaciones y el otro con sus vatios. Chavanel es más de épica. Es potente en arrojo. A 5 kilómetros, el francés aprovechó una curva de 90 grados para catapultarse. Corrían por un perfil de clásica, un final tan frenético que el propio Chavanel, en el filo, tuvo que estrangular las manetas para no salirse en una rotonda traicionera en la que debió rectificar y reconducir la marcha. Fue la rotonda en la que descarriló, segundos después, Valverde. Eliminado. Cuando regresó al grupo era tarde. Estaban ya en los 700 metros finales demoledores, una pared recta contra la que chocó Chavanel, la mandíbula desencajada, el aire insuficiente, y su capitulación a 400 metros abrió un periodo corto de tensa espera que desembocó en una caída, en el ataque poderoso de Poels y en la estocada mortal de Sagan, que entró ganando como corría Forrest Gump. Cuando se lo piden. Así de sencillo.

A su espalda, pero lejos, fue entrando el grupo de los favoritos, descuartizado por la caída. Los jueces dieron a todos el mismo tiempo, pese a que Evans, Samuel, Nibali o Hesjedal llegaron delante, atentos y fuertes, y Wiggins, tranquilo y soltando piernas después de tener que echar pie a tierra, alcanzó bastante después la meta de Boulogne-sur-Mer, cuna de Napoleón y lugar donde hace dos siglos el emperador reunió en el puerto a los buques de su 'grande armée' antes de zarpar a la conquista de Inglaterra. Volvió pronto. Tras caer en la batalla de Trafalgar. De Inglaterra viene Wiggins, que, al revés, sigue adelante en su empeño por ser el primer inglés en conquistar el Tour.