Hace diez años que Samuel Sánchez debutó en el Tour. Fue una experiencia horrible. En 2002 enfermó y abandonó en los Pirineos. Juró que no volvería. Al año siguiente, allí estaba. Pero tampoco duró mucho. En la salida de la etapa de Alpe d'Huez tropezó con Horrillo en la salida y se lastimó las cervicales. A la montaña de los holandeses llegó una minutada después de Mayo, con Zabel. Fuera de control. Entonces sí que levantó la voz para prometer que no regresaría hasta estar seguro de poder afrontar, física y mentalmente, una carrera tan desalmada. Tardó cinco años en estar listo para viajar de nuevo a Francia. Desde entonces, ha acabado la grande boucle sexto, quinto y tercero, ha ganado una etapa y ha sido rey de la montaña. A este Tour viene tras un inicio de año fenomenal, después llevarse, al fin, la Vuelta al País Vasco. En la Dauphiné, en cambio, se golpeó la espalda con tanta violencia que a punto estuvo de abandonar. Lo peor fue que temió que tuviese algo roto. "Hubiese sido el acabose", dice ahora, de nuevo metido en la vorágine del Tour tras olvidar los dolores y aparcar su futuro que espera siga vinculado al nuevo proyecto de Euskaltel. Tiene buena pinta Samuel. Impecable como siempre. En la carrera francesa estrena zapatillas, unas Sidi que siguen recordando que es el actual campeón olímpico, y tiene unas Oakley nuevas. También lleva el pelo algo más corto.
Antes del Tour, el ritual de los ciclistas manda ir a la peluquería a cortarse el pelo.
Todos lo hacemos. Con cualquier ciclista que hubieses hablado la semana pasada te habría dicho que o se acababa de cortar el pelo o tenía previsto hacerlo. Es por el calor y la comodidad. Imagínate si no estar un mes con melenas.
En su caso, ¿no es también por imagen? Usted la cuida mucho.
Uno puede cuidar la imagen que puede proyectar al mundo empresarial por el personaje que es, pero además, yo cuido mi imagen como persona. Quiero gustarme a mí mismo. Y, claro, a mi mujer.
¿Cuando se mira en el espejo qué ve?
A una persona que va envejeciendo poco a poco. Los años van pasando, también para mí. Veo un rostro y un cuerpo al que su carrera deportiva ha ido demacrando. Pero me miro al espejo lo normal, o lo justo; cuando me lavo los dientes, me afeito o me echo alguna crema solar.
¿Y cuando echa un vistazo a la calle por la ventana?
Veo las manifestaciones de los mineros. La cosa está mal. En Asturias se vive mucho de la minería. En los 60 ya hubo manifestaciones, cortes de carreteras y enfrentamientos con la policía durante más de tres meses. Creo que vamos por el mismo camino. Los mineros son luchadores. Pelean por lo suyo. No se van a rendir.
El ciclismo también está tocado.
Como todo. Vemos que cuesta avanzar. En España están los mejores ciclistas del mundo y solo hay dos equipos de primer nivel. Estamos viendo que desaparecen carreras, que no hay apenas pruebas de cadetes, juveniles e incluso aficionados. Sí, la cosa está complicada.
Euskaltel, al menos, sigue.
Eso parece. Veremos de qué manera. Y si podemos llegar a un acuerdo para seguir juntos.
¿Qué tipo de proyecto desea?
Uno en el que no haya cambios drásticos. Creo que en este caso sería mala una revolución. No hay por qué cambiar lo que se está haciendo bien.
Ha llegado al Tour sin renovar, que era lo que había dicho que no quería que pasara.
Yo lo que quería era, si no firmar, sí tener las cosas claras, saber que este proyecto va a continuar y si cuentan conmigo.
Se cumplen ambas cosas: el proyecto continúa y cuentan con usted.
Hay que estudiar las ofertas que tengo encima de la mesa, pero ahora estoy centrado en el Tour. El futuro va bien encaminado, no me preocupa.
Mientras esperaba a Euskaltel, ¿se ha visto firmando con otro equipo?
No, qué va. Es pronto. Nadie firma contratos en abril. Además, yo siento que tengo una deuda moral con este equipo y con Miguel Madariaga.
Dice que ahora está centrado en el Tour, pero se le pudo arruinar todo con la caída en la Dauphiné. ¿Le queda alguna huella del golpe en la espalda?
No tengo dolores ni sobre la bicicleta, ni cuando duermo ni cuando me muevo. Pero si me tocas la espalda y me metes un poquito el dedo, sí que me molesta algo. Estoy muchísimo mejor. Y, sobre todo, contento porque habría sido el acabose. Creo que he sido afortunado porque cuando vi la resonancia una semana después de la caída, en casa, me quedé asustado. Los radiólogos se preguntaban cómo había sido capaz de acabar en esas condiciones una carrera como la Dauphiné.
De cara al Tour, ¿cuánto lastre ha supuesto esa caída?
Se verá más adelante. De momento, a día de hoy, estoy bien. El cuerpo de un ciclista tiene mucha capacidad de recuperación.
Entre la Dauphiné y el Tour se volvió a concentrar, como en 2011, en Sierra Nevada. ¿Pudo comparar su forma con la del año pasado?
Siempre comparas. El deportista vive con un reloj en la mano. La obsesión es el tiempo, rebajarlo. El motorista, el piloto de F-1, el atleta… Creo que el ciclismo son también, a veces, matemáticas. Basta con tener un reloj en la mano y mirar el tiempo para saber si se está bien o se está mal.
Y usted, ¿cómo está?
He hecho entrenamientos similares al año pasado y las cosas han ido muy parecidas.
Habla de las matemáticas, los números, los datos, como gran referente del ciclista. ¿Eso no deshumaniza el ciclismo?
Yo siempre digo que el ciclista no es un monoplaza de F-1. Somos humanos, de carne y hueso. Tú puedes rebajar todos los tiempos que quieras antes del Tour y luego llegas aquí y no andas, no vas, te encuentras mal, sin fuerzas. Y lo más curioso de todo es que muchas veces no hay un por qué, una razón que justifique ese bajón.
¿Qué espera Samuel de este Tour?
Lo primero que espero es seguir así, sin caerme. Luego, volver a encontrar las sensaciones del año pasado.
¿Le agobia la exigencia? ¿Se siente obligado a tener que superar o igualar el listón que va levantando año tras año?
Yo me agobio lo que me agobio a mí mismo. Soy muy autoexigente. A veces pienso que me pido demasiado. Quizás sea porque yo no me valoro lo que desde fuera se me pueda valorar. Soy un ciclista hecho de trabajo y como sé lo que me cuesta lograr las cosas, saboreo los momentos de éxito con mucho sentimiento. Por eso siempre me pido un poco más. Por la recompensa.
Usted dice que uno de los grandes perjudicados por la ausencia de Contador y Andy es usted.
El Tour será distinto sin ellos. No va a haber ese ciclista que desbordaba y ponía la carrera patas arriba. Eso me va a perjudicar cuando llegue la montaña. A mí me gusta esa manera de correr, pero ahora puedo encontrarme demasiado solo. Espero que salga algún otro corredor ofensivo con el que pueda hacer alguna alianza.
¿No puede ser usted solo el que rompa la carrera?
Si me encuentro como el año pasado, seguramente podré desenvolverme bien en la montaña.
¿El Tour es un asunto entre Evans y Wiggins?
Con tanta crono, ellos son los más favorecidos por el recorrido. Aunque yo confío más en Cadel. Tiene un Tour, varios podios en otras grandes, ha sido rosa en el Giro… De los ciclistas que hay en carrera, solo Menchov puede competir con él en cuanto a palmarés. A Wiggins le sitúo como aspirante número uno porque este año le hemos visto ganar con una superioridad aplastante en las carreras que ha corrido. Es un contrarrelojista fenomenal y parece que ha aprendido a superar la alta montaña. Su hándicap es que no sabe aún lo que es estar en un podio del Tour.
¿Se imagina usted una temporada sin Tour?
Claro que me la imagino. Mi carrera no acaba en el Tour. Quiero volver a la Vuelta y al Giro. Y me gustaría ganar una etapa en Italia y subir al podio para completar el círculo. Sé que me queda poco tiempo en esto y no quiero demorarlo. Quizás 2013 sea un buen año para hacerlo. En Euskaltel hay ciclistas capacitados para llenar mi vacío en el Tour. Igor (Antón) y Mikel (Nieve) son dos de ellos. Están rozando la treintena, han hecho cosas bonitas hasta ahora en el ciclismo y les queda venir al Tour y brillar para ganarse el reconocimiento mundial, como hice yo. Sé que Igor tuvo una mala experiencia en Francia, pero tiene que perderle el miedo a esta carrera.
¿Cómo hizo usted? Debutó hace diez años en el Tour y no le fue muy bien.
Era joven y no vine preparado ni física ni mentalmente. Salí trasquilado. En el primero, me puse malo, lo pasé fatal y me fui para casa en los Pirineos. Dije que no volvería. Pero al año siguiente allí estaba otra vez. En la salida de la etapa de Alpe d'Huez, me choqué contra Horrillo en la salida y me hice daño en las cervicales. Ganó Mayo y yo llegué el último, con Zabel, fuera de control. Entonces sí que me marché con algo de miedo y muchísimo respeto a la carrera.
¿Antes de correrlo, qué sabía del Tour?
Lo que me habían contado: que se va a tope desde el primero hasta el último día, que no hay descanso, que se va rápido hasta en la neutralizada y que la primera semana es crucial.
Tardó cinco años en volver.
Es cierto que lo pasé mal. El orgullo te habla y te pide que vuelvas para hacerlo bien, pero no podía regresar de inmediato. Necesitaba darme un respiro y respetar los tiempos. Me marqué metas para volver al Tour. Primero, correr una Vuelta a España y hacer entre los diez mejores; luego, intentar estar en el podio y, finalmente, luchar por ganarla. Cuando quemé esas etapas, supe que estaba listo para volver al Tour. Desde mi regreso a Francia he sido 6º, 5º y 3º. No me ha ido mal.
Lleva años luciendo una regularidad impecable. Tanto que parece infalible. ¿Teme que llegue un día en el que fracase?
Puede pasar, soy humano. Igual ocurre este año en el Tour. Quién sabe. Yo he trabajado para conseguir lo mejor, pero igual llega la montaña y el cuerpo no va. Es algo que contemplo. De hecho, pienso que es más complicado llegar a una carrera y no fallar. Pero no tengo miedo a eso, sino a las caídas. Eso es lo que me angustia.
De momento, ha salvado.
Estamos donde queríamos.
¿Qué es lo mejor que le ha pasado en el Tour?
Que tanto en 2010 como en 2011 me he sorprendido a mí mismo y he sorprendido a muchos, incluso gente dentro del equipo que no apostaba por mí. Luego, la etapa de Luz y el maillot de la montaña han sido dos momentos muy especiales. Pero ha habido más malos momentos que buenos.
En 2011 usted no estaba muy convencido de luchar por la montaña y fue Galdeano el que le hizo ver la importancia de subir al podio de París. Nada más bajar, cuentan que le dio las gracias.
Quizás no le di mucha importancia en un primer momento, pero luego ha sido increíble estar en el podio. Más aún, pensando que habían pasado más de treinta años desde que Txomin (Perurena) hiciera algo parecido.
La última vez que un ciclista vasco vistió de amarillo fue hace diez años, en 2002. Lo llevó durante siete días Igor González de Galdeano. ¿Le ha hablado de ello?
Me ha dicho que ser maillot amarillo en el Tour fue lo mejor que le pasó en su carrera deportiva. Yo digo que sí, que tiene que ser algo increíble, pero también algo estresante. Yo soy más tranquilo. No me gusta el alboroto o el tener que hablar más de la cuenta.
¿Quiere decir que no quiere el amarillo?
Claro que lo quiero. Solo digo que también sería estresante. Ser líder del Tour conlleva mucho protocolo.
¿Y si se pone a tiro?
Entonces, a por él.