No hay listón insuperable, ni dique que se le resista a la selección española, un equipo sin fin, infinito, que en Kiev derrotó otro párrafo de la historia, un registro nunca anotado en el dietario: enlazar dos Eurocopas consecutivas con el interludio de un Mundial. Un sandwich perfecto. No existen fósiles que den semejante testimonio en la epopeya del fútbol, una aventura extraordinaria sublimada por un equipo para la leyenda, ese rincón para los que atraviesan la inmortalidad. El último trofeo, el más complejo en su desarrollo, que no en su desenlace, lo conquistó el combinado español anoche ante la eterna, sabia y renancentista Italia, rebasada por todos los ángulos en un duelo de cuerpo entero, sin tiempo para armisticios ni el politiqueo. Goleó España con la finura de un Rolls-Royce en su mejor partido de la Eurocopa a la Nazionale subida a la grupa del fútbol de salón, de ese juego repleto de efectos especiales, de magia, de pirotecnia y belleza que encumbrar los volantes. Nadie es capaz de amortizar el tiqui-taca, el reloj español, como el combinado de Del Bosque, competivo en todos los frentes, descorchado ayer en ataque para lograr la cuadratura del círculo.

Centelleante, espumosa y veloz asomó en la final España, encolada a la pelota como en toda la competición, pero con más aceleración, dinamismo y exactitud en el tránsito y mejor acompasada en el billar francés que promovió para combatir a Italia, plegada por el colmillo español, un bisonte en estampida en cada cuadrícula del tablero ocupado por la incomparable coreografía del Bolshoi de centrocampistas. Agitadó desde la acentuada estirpe de volantes, con Cesc como falso nueve, el avispero italiano desde los tacos de salida. Comenzó a salibar la escuadra de Prandelli, cortocircuitada porque no daba con Pirlo, su hoja de ruta en el torneo, el hombre que hace girar el mecanismo. Sofocacados los azzurri, fuera de plano Pirlo, España se ató a la pelota a toda mecha. En combustión Xavi, más próximo al área de Buffon, el combinado de Vicente del Bosque estiró el cuello hacia la barricada italiana, que se sostenía con alfileres. La nueva Italia, que no es la que era, padece sin el abanico de la pelota, antaño sospechosa.

a toda mecha Alejados los azzurri del perfume de la pelota, se imponía el juego de medios de los españoles, que atravesaron las entretelas de la Nazionale garabateando. Cesc, un incordio para los centrales italianos, removía la coctelera y Xavi, liberado, transcendental, servía las copas con exquisited. España jugaba con la camisa de los domingos, vertiginosa, ante una Italia ojiplática, que alterado el ecosistema, con Pirlo bien triangulado y rastreado, padecía en la trinchera. Mordían los volantes y empujaba la defensa, con Sergio Ramos de patriarca y Xabi Alonso y Busquets en la balanza. En ese escenario, con España a toda pastilla, tomó vuelo el swing del ingrávido Iniesta. Se deslizó con patienes el medio, cuyo slalom derrocó la cintura italiana hasta que tumbó la defensa con un pase al relinche de Cesc, que retrató a Chiellini en la carrera por la cuerda. El nueve mentiroso jugaba entonces de Garrincha, pegado a la cal. Tiró la diagonal e interceptó el pase de Iniesta. Derrocado Chiellini, blando en el cierre, enroscó, y Silva, que apenas despega del suelo, se coló entre el skyline italiano para despachar Buffon, que ni parpadeo ante el fogonazo de Silva. En la selección de los locos bajitos, el gol lo acreditó España con un llegada por el extremo y un remate de cabeza. El catálogo del combinado de Del Bosque es infinito. Siempre hay sitio para una chistera o un remate contracultural.

Con la final aún amueblándose, la adrenalítica España rebajó su incandescencia una vez obtenido el trofeo de caza. Italia, que enraizó con la defensa adelantada, valiente, se corrigió en cuanto el pelotón de Del Bosque retuvo algo de gas. Pirlo retrasó su posición para hacer caminar a los azzurri. Se enrocó entre los centrales para dar la primera puntada y balizar el camino hacia Casillas, que no había saludado la pelota. A Balotelli, una fiera, lo encapsulaban entre tres carceleros: Ramos, Piqué y un relevista que bien podía ser Busquets, Alonso o Arbeloa. La celda de Balotelli la trataba de abrir la ganzúa de Cassano, que siempre se movió con sentido, y el cinemoscope de Pirlo, que buscaba a Supermario al espacio.

Italia se atusaba el peinado y se mostraba en la pasarela, pero el candado español, solidario y gremial, le cerraba las puertas, sobre todo por el centro, donde mayor era el tráfico. Balzaretti, relevo de Chiellini, lesionado por un tirón, estiró la lona por el costado izquierdo, desde donde percutió con más luz la azzurra, que inquietó a balón parado cuando Pirlo enroscaba hacia el área, donde se impuso Casillas, que sacó con las uñas un par de centros a los que pujaba la aviación italiana, con Balotelli a la cabeza. Al delantero centro le acompañaba su escudero, Cassano que dejó tirado a Arbeloa con un quiebro seco, pero no a Casillas, que se interpuso. El arquero madrileño es letal en las distancias cortas y en las que precisan prismáticos como cuando negó a Cassano, que trató de embocar desde el balcón del área.

alba liquida la final Italia, recompuesta la figura con el tacto de la pelota, se movía con punzadas de dos o tres toques para tratar de desbarrancar a la defensa española, la mejor de la Eurocopa, que recibió un gol en el partido inaugural y que nunca más supo del luto. Los muchachos de Prandelli pisaba el latifundio español pero no daban con la combinación necesaria para reventar la caja fuerte. Cebada Italia en aventuras a toque de corneta, obligada al remonte, a voltear a España, Xavi reventó la final. El compás catalán, vio por la mirilla el desmarque de Jordi Alba, un galgo, que había salido disparado como el maravilloso hombre bala hacia la alcoba de Buffon. Descascarilló la defensa Xavi filtrando un pase excepcional que tumbó a los antitisturbios italianos, que tuvieron que derrapar, girar y poner la sirena para perseguir a Jordi Alba, para entonces un Usain Bolt. El lateral, un falso extremo, orientó el control con seda y después ajustició a sangre fría a Italia una vez superado Buffon, el último pestillo de los azzurri, descolgados definitivamente de la final a unas manecillas de la conclusión del primer acto, que despidió con un disparo de Montolivo que dejó sin efecto Casillas.

Empinadísimo el pleito para Italia, que España gobernaba con la pelota, Prandelli cargó con Di Natale, un velocista que juega en el alambre del fuera de juego para arañar al combinado español. El pequeño delantero estuvo a un centímetro de devolver a Italia a la final, pero su remate, a la media vuelta tras pase de Montolivo lo repelió el genio de Casillas, que no se pierde una. Fue el canto del cisne italiano, sobre todo, cuando Motta, el tercer cambio de Prandelli, tuvo que abandonar lesionado el terreno de juego pocos minutos después. Con un jugador menos, a Italia, que no acudió al matonismo, la devoró España, que lanzó serpentinas y confeti con Torres y Mata para coronar la cuadratura del círculo.

España 4

Italia 0

ESPAÑA Casillas; Arbeloa, Ramos, Piqué, Jordi Alba; Xabi Alonso, Busquets, Xavi, Iniesta (Mata, min. 86), Silva (Pedro, min. 59) y Cesc (Torres, min. 75).

ITALIA Buffon; Abate, Barzagli, Bonucci, Chiellini (Balzaretti, min. 21); Pirlo, De Rossi, Marchisio, Montolivo (Motta, min. 56); Cassano (Di Natale, min. 46) y Balotelli.

Goles 1-0, m. 14: Silva. 2-0, m. 41: Jordi Alba. 3-0, m .84: Fernando Torres. 4-0, m. 88: Mata.

Árbitro Pedro Proença (Portugal). Amonestó a Piqué (m. 25) por España; y a Barzagli por Italia (m. 44).

Estadio Olímpico de Kiev. Lleno, ante la presencia de 64.000 espectadores. En el palco de honor estuvo el Príncipe de Asturias, el presidente del Gobierno Mariano Rajoy, el de la UEFA Michel Platini y el de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF) Ángel María Villar entre otras personalidades.