"Sin Alberto, el horizonte del Tour se abre para un montón de ciclistas que, ahora sí, sueñan con poder ganarlo", viene a decir Eusebio Unzue en Lieja, y aunque su idea de un Tour más democrático sin la presencia del español, también sin la de su sombra y rival estos años, Andy Schleck, es mayoritariamente compartida por las voces heráldicas que, como la de Eusebio, 30 años ya, forman parte del coro que ameniza los largos y aburridos días previos al disparo de salida de la carrera francesa, nadie duda tampoco de que el pedazo de cielo más grande de ese horizonte que es París lo ocupan el Sky (cielo en inglés) y su abanderado Bradley Wiggins, que están en Lieja para cruzar la última frontera anglosajona: que, tras americanos y australianos, un ciclista británico gane por primera vez el Tour de Francia.

El inglés ha llenado este año de razones a los que le ven como candidato indiscutible. Antes del Tour, como hacía Contador pero a su estilo, Wiggins ha dado varias lecciones intimidatorias en escenarios tan simbólicos como la París-Niza o la Dauphiné Liberé, las dos vueltas de una semana más importantes del calendario francés. Ambas pruebas, más guiños al destino, visten a su líder con el mismo maillot amarillo del Tour, el nuevo y aún así viejo maillot llaune Le Coq Sportif que portaba Hinault en los 80.

Hay más motivos para pensar que el Tour 2012 es el Tour de Wiggins. El recorrido, similar a aquellos de la primera mitad de la década de los 90, la era Indurain, beneficia a los contrarrelojistas. Tiene 101 kilómetros repartidos en tres cronos -un prólogo de 6 kilómetros hoy y dos cronos largas- y menos finales en montaña, tres, que la organización ha compensado con un buen número de etapas plagadas de "rugosidades", como califica Prudhomme a los puertos sin historia de segunda y tercera.

¿Aguantará Wiggins? Hay quien piensa, de todas maneras, que o el ciclismo ha cambiado mucho, o tal vez por eso mismo, o es imposible que Wiggins gane el Tour después de una temporada plagada de exhibiciones y desgaste. Que es inverosímil no solo ya mejorar, sino mantener la estupenda forma con la que ganó sin despeinarse la pasada Dauphine durante siete semanas, que es el tiempo que separa el final de la carrera francesa el pasado 10 de junio de las etapas decisivas de los Pirineos. Al Tour se cuenta siempre que es necesario llegar con hambre, fresco y sano como dice encontrarse Cadel Evans, dos palmos por debajo de su rival inglés en la Dauphiné pero temiblemente tranquilo y sereno. "Tengo en mente mi plan para ganar el Tour", dice enigmático el australiano, que ha llegado menos en forma al Tour que en 2011 pensando en la dura tercera semana.

Para defenderse de los que le auguran un desplome monumental por agotamiento, Wiggins no se ha cansado de repetir que es improbable que eso ocurra. Argumenta que su forma, en porcentaje, nunca ha alcanzado el 100%, el pico máximo, en ningún momento del año y que le ha bastado que su condición fuese del 95% para hacer lo que ha hecho.

Replicando a los que vaticinan el descalabro del inglés, Brian Holm, que ahora dirige al Omega Pharma-Quick Step y trabajó con él en el HTC en 2008, dice que "Wiggins es una computadora humana que siempre sabe lo que está haciendo". "Me preocupa que aún no haya mostrado su mejor pico porque me resulta difícil imaginarme que su estado de forma está demasiado avanzado", reflexionó el excorredor danés tras la Dauphiné.

De lo que habla Holm, como muchos otros, es del detallismo extremo de Wiggins, de su obsesión por la perfección y de que es altamente imprevisible que le hayan fallado los cálculos.

La escuela de la pefección Desde hace unos meses, el inglés está en las manos de Tim Kerrison, un antiguo preparador de nadadores y remeros. Entre otras cosas, Kerrison le convenció de los beneficios del entrenamiento en altitud -se ha concentrado varias veces este año en el Teide- y que era mucho más productivo mantenerse todo el año al 95% de forma que someter al cuerpo al castigo de los altibajos. Con Kerrison, Wiggins ha dado un triple salto hacia el paradigma de hombre Tour. Sean Yates, su director en el Sky, calcula que su capacidad actual es un 20% superior a la que exhibía en el Tour de hace un año, cuando el mismo Wigo anunciaba que estaba en la forma de su vida. Nunca se supo. Se partió la clavícula en una caída durante la primera semana.

Kerrison, cuya obsesión era hacer de Wiggins el mejor rodador de los escaladores y el mejor escalador de los rodadores como de alguna manera hicieron Echavarri y Unzue con Indurain, habla maravillas de la dedicación de Wiggins y promete que nunca había coincidido con un atleta tan metódico y aplicado al que basta explicarle lo que tiene que hacer para estar seguro de que lo va a cumplir a la perfección. Es un alumno modelo. Y una computadora. En lo que va de año ha acumulado un desnivel de 100.000 metros entrenando.

Solo la dedicación explica su reconversión de pistard a aspirante a ganar el Tour. En 2008, tras los Juegos de Pekín en los que disputó, entre otras, la prueba de los 4 kilómetros, los preparados ingleses midieron su potencia y calcularon que era capaz de mantenerse a 500 vatios durante cinco minutos. Con 1,90 de estatura, pesaba entonces 82 kilos. En la pasada Vuelta que acabó tercero había bajado de los 70 kilos y su potencia había disminuido. Movía 487 vatios, pero podía mantener ese esfuerzo durante 20 minutos. Wiggins sostiene que solo Contador y Andy pueden superar esa capacidad. Ninguno de los dos está en el Tour.

Hay otra manera de ilustrar su evolución sin citar un solo número. El peor recuerdo que guarda Wiggins del Tour es de la primera etapa de montaña del de 2006, el de su debut, en los Pirineos. Se subían el Soudet y el Marie Blanque y el inglés, que se había pasado la vida dando vueltas al anillo de un velódromo -su madre sintió las contracciones en la tribuna del de Gante, viendo correr a su padre, un especialista de los seis días-, no podía seguir al grupetto de los esprinters. En On Tour, un relato personal de la edición de 2010 de la carrera francesa, Wiggins recuerda que llegó a la meta de Pau virtualmente colapsado, medio muerto y que allí solo recibió la felicitación del periodista Paul Kimmidge, que le esperaba para una entrevista sobre su primer Tour. Ahora, a Wiggins le persigue una nube de medios.

La tradición Unzue atribuye al fenómeno de la impresionabilidad el favoritismo de Wiggins, la sensación que causa su progresión, pero prefiere hablar de Evans y Menchov como principales candidatos por respeto histórico. Como si el pasado, lo caminado, tuviese que ver con las cuestiones ciclistas que los ingleses han reducido a un ejercicio de cálculo, números, datos y estadísticas, en el que vale más la dedicación, el método, que la épica, el corazón o la pasión.

Así que los puritanos se sonrojan, blasfeman y se fustigan al imaginarse un ganador del Tour inglés, un país sin tradición ni memoria histórica, sin saber que están equivocados. Wiggins, un mod británico que conserva la pinta setentera de los Beatles, las patillas largas y pelirrojas, tiene tanto de científico como de sentimental. Colecciona guitarras clásicas, tiene varias Lambrettas, escucha a los The Who, adora leer los viejos libros del Tour y se regocija en la nostalgia retro de las antiguas fotos en blanco y negro de los ciclistas. Para él, el ciclismo no ha cambiado tanto. Suele decir que sigue siendo un deporte de luchadores que tienen historias que contar, a pesar de que ahora corran sobre bicicletas de carbono. Conoce las historias de los clásicos. Sabe de las andanzas de Coppi, Anquetil, Merckx, Hinault, Indurain y Armstrong. Del americano dice que reconoce la división de opiniones que suscita, pero le otorga el mérito, por encima de Lemond, de expandir el Tour al mundo anglosajón. También conoce la historia ciclista de su propio país. Conoce a los pioneros. A Brian Robinson, Barry Hoban, Robert Millar o Sean Yates. Y, claro, a Tom Simpson, el inglés que murió en el Mont Ventoux por una mezcla de esfuerzo, alcohol, drogas y calor. Siempre que sube esa montaña piensa en él como paradigma de la maldición británica en el Tour. Hoy, Wiggins empieza a cruzar esa frontera.