La víspera de un Mundial o de una Eurocopa el aficionado al fútbol de cualquier rincón del planeta desempolva su armario para extraer y planchar su camiseta naranja porque, con independencia de su corazoncito, siempre hay un resquicio del mismo para animar a Holanda. Son las reminiscencias de una época en que el Cruyffismo, no en el banquillo sino a ras de césped, abanderó un estilo que, a excepción del periodo liderado por Van Basten, nunca más se repitió. El cetro mundialista que la oranje tocó con los dedos en Sudáfrica invitaba a la resurrección pero el campeonato del que la escuadra de Van Marwijk se despidió el domingo con pleno de derrotas ha devuelto la desesperanza al país tulipán.

Siete de los once titulares de la finalísima frente a España compitieron ante Portugal pero las sensaciones fueron diametralmente opuestas, en primer término, porque el estado anímico con que llegaron muchos de los futbolistas a este evento ya presagiaba nubarrones. Su estandarte, Robben, no había digerido todavía su frustrante final de temporada en que coleccionó segundos puestos, en especial en la final de Champions, a lo que se une la apatía destilada por un líder como Sneijder, suspendido el curso con el Inter. La insuficiente capacidad realizadora ha alentado el batacazo: Huntelaar y Van Persie se han despachado esta campaña en cuanto a puntería para fortuna del Schalke 04 y el Arsenal, respectivamente, pero por Polonia y Ucrania solo han visto el estéril gol del delantero gunner ante Alemania. Sus rostros en el banquillo, pura desazón, eran miradas dirigidas al míster, que ha empleado un tono muy conservador en sus alineaciones. A pesar de utilizar un esquema similar al del Mundial, no se ha atrevido a disponer en el verde de parejas duplicadas, relegando asimismo a Van der Vaart, y echando mano de Afellay, inactivo todo el ejercicio con el Barça por una lesión, en detrimento de Kuijt. Únicamente ante los lusitanos formó con cinco arriba, sentando a Van Bommel, su yerno.

Al equipo le ha faltado fondo físico, gasolina, de principio a fin. "Los partidos han durado 70 minutos de más para Holanda", aseguraron los comentaristas de la cadena BNR, críticos con el dramático descenso de prestaciones mediada la primera parte de cada encuentro. Aunque, sobre todo, las mayores carencias se han vislumbrado en la retaguardia. El central Mathijsen no ha jugado ni al 70 por cien de sus condiciones y las combinaciones con jugadores como Heitinga, Vlaaars o Bounga no han fructificado. Para colmo, la actuación del lateral zurdo Willems (PSV) ha sido pésima tras la ausencia de Pieters, que dejó en el aire un abanico de posibilidades donde Schaars no cuajó.

la continuidad del técnico La estadística nunca arropó las probabilidades de éxito de Holanda en esta Eurocopa, ya que siete subcampeones del Mundo trataron de superar la primera fase del torneo y solo Alemania, en 1988, consiguió el objetivo. Atrás queda la generación de 1988, con Koeman, Rijkaard y el citado Van Basten, esa que arrasó a Inglaterra primero y a Alemania Federal en las semifinales para imponerse finalmente a la Unión Soviética. La gran incógnita se cierne en estos momentos sobre el porvenir de Van Marwijk. El seleccionador tiene contrato hasta 2016 pero parece complejo que siga llevando las riendas tras tamaño fiasco, y más cuando la propia Federación no ha dado aún un paso adelante para garantizar su continuidad, lo que puede resultar todo un síntoma. Aunque otras veces no se lograra la meta, caer a las primeras de cambio, algo que no sucedió en los últimos 24 años, invita a un cambio generacional similar al protagonizado por la Francia de Blanc.

La prensa no dudó en atizar ayer a la oranje en sus crónicas hurgando en el caos entre líneas, el individualismo de sus estrellas y los errores de su entrenador. "Vestidos de negro, el color de la pena, la selección cerró las puertas del grupo de la muerte", comentaba el diario De Volksrant, con constantes metáforas propias de los días de luto. "Es como si el carburante del conjunto se acabara siempre en un cuarto de hora", añadía. Para NRC Handelsblad, "Holanda no pudo aguantar el ritmo", mientras que De Telegraf repartía latigazos: "Holanda ya no cuenta en la cumbre del fútbol. Ha pasado de ejercer de favorita a ser el hazmerreír de la competición". El periódico Trouw se atrevió a ir más allá al escribir que "el entrenador se sentó por 52 y última vez en el banquillo".

Van Marwijk no rehuyó responsabilidades y dijo ser "el culpable" de la situación. Pero más duro fue Van der Vaart: "Es muy simple, no lo hicimos bien. Nuestro juego ha sido muy, muy pobre; fue de mal en peor, mientras los otros equipos fueron creciendo". Robben destapó que existen "problemas internos" que no aireó pero dejó entrever: "Ocurren cosas en el equipo pero esas nos las guardamos. Todos debemos mirarnos al espejo y tratar de ver en qué fallamos". Más impetuoso fue Huntelaar en sus declaraciones al reconocer sentirse "decepcionado y furioso" por no haber sido titular. La naranja vuelve a ser agria.