Vitoria.Andoni Hollenbeck tiene ocho años y juega a pala en el frontón de Boise, uno de los más antiguos de Estados Unidos. "Hace cien años los emigrantes vascos construyeron el frontón para reunirse con otros vascos, mantener su cultura y hacer más fácil el estar tan lejos de Euskadi. El hecho de que al cabo de tantos años los vascos de ahora sigamos haciendo lo mismo es muy bonito", explica orgullosa su ama, la bilbaína Henar Chico.

Andoni quizá no lo sepa, pero ha pasado ya casi un siglo desde que se jugara, sobre la cancha que pisa, el primer partido. Fue en enero de 1915 y el periódico local The Idaho Statesman se hizo eco del bullicio. "Los gritos y hurras que llegaban de los alrededores de las calles Seis y Grove originaron alguna que otra conjetura sobre lo que estaba pasando el viernes por la tarde", rezaba el artículo. Se trataba, proseguía, de la presentación en Boise de "un juego extraño que significa tanto para los vascos como el béisbol y el fútbol significan para los americanos". La noticia la desempolva ahora, a dos años de cumplirse el centenario del frontón, Mark Bieter, un vasco americano de tercera generación que también jugó a pala de chaval.

Henar Chico > vasca en Boise

"Jugar a pala me identifica con mis orígenes vascos"

Cuenta Henar Chico, una traductora vasca afincada en Boise desde hace quince años, que el edificio que alberga el único frontón de la ciudad fue construido en 1914 por la familia Anduiza y sirvió como casa de huéspedes para los pastores vascos que empezaron a llegar a Idaho a principios del siglo XX. "Dormían en carromatos y tiendas de campaña durante meses, así que seguramente disfrutaban de alojarse en un lugar con techo y comedor. En algún momento la familia Anduiza añadió el frontón. Probablemente fuera como si un soldado americano hubiera colocado una canasta de baloncesto en una lejana base militar", compara Mark Bieter, autor de la historia de los vascos en Boise desde 1890.

Tras las décadas de 1940 y 1950, la inmigración vasca disminuyó y una firma de ingeniería compró la casa Anduiza. "Ocuparon el edificio durante casi 50 años, pero no usaron el área donde se encuentra el frontón, por lo que nunca sufrió modificaciones desde que fue construido", asegura Henar. En 1993 el inmueble fue comprado por dos vascos, que alquilan la parte superior para oficinas y arriendan la cancha a la Asociación del Frontón de Boise, creada para mantener las modalidades de pelota y pala.

La instalación deportiva tiene un "significado especial" para la comunidad vasca de Boise, que contribuyó hace años a su renovación. "No hay muchos frontones ya en los Estados Unidos, y los que hay no son tan antiguos o no se usan tanto como el nuestro", indica Henar. De hecho, no hay día en que la cancha esté libre. "La Asociación del Frontón organiza ligas de pala en las que participan unas 20 mujeres y otros tantos hombres cada temporada. Los partidos se celebran los lunes, miércoles y jueves. El resto del tiempo el frontón está disponible para jugar partidos con amigos o practicar, y el grupo musical vasco local Amuma Says No lo utiliza para ensayar", detalla.

La vieja cancha también juega un "papel muy importante" en la vida de Henar. "Jugar a pala me identifica con mis orígenes vascos", dice. Además de participar en la liga femenina, lo que le ha permitido conocer a otras chicas vascas, también comparte afición con su hijo. "Ver la satisfacción reflejada en su carita cuando hace un buen saque o me gana el tanto es la única razón que necesito para seguir apoyando el juego y el frontón".

Mark Bieter > vasco americano

"Les pisaba las manos con una tabla para aliviar la hinchazón"

Desde el exterior, el edificio de ladrillo que alberga el frontón de Boise, en la calle Grove, pasa desapercibido, pero si cruzas el umbral, "es como entrar en otro tiempo y otro lugar", dice Mark Bieter, quien recuerda como si fuera ayer la primera vez que pisó la cancha de niño, allá por los años 70. "Era un lugar oscuro, que olía a humedad y con mucho eco. Los rayos de luz se filtraban por las pocas ventanas de la parte superior y se extendían a lo largo de las paredes, sobre los cientos de marcas de todas esas pelotas durante todas esas décadas. Se podían oír las palomas en las vigas", recuerda como si, al cerrar los ojos, aún las escuchara. A los quince años Mark empezó a jugar a pala con sus amigos. "Lo pasábamos muy bien, aunque el edificio era viejo y hacía un calor horroroso en verano y te morías de frío en invierno. La lluvia resbalaba por la pared lateral, se acumulaba en el rincón y se congelaba por la noche, pero seguíamos jugando. Nos aprendimos los lugares del suelo donde no botaba la pelota, igual que hicieron los Celtics en la antigua cancha de Boston Garden", relata este vasco americano. A las inclemencias del tiempo se unía la dificultad para reponer el material deportivo. "No teníamos muchas palas ni pelotas y era muy difícil conseguirlas. Como el frontón era viejo, tenía muchos agujeros en el tejado y la pared. A veces se perdía una pelota por un agujero del techo y la encontrábamos rodando en el callejón al que daba la puerta trasera", rememora Mark. Las palas también resultaban dañadas, sobre todo en invierno. "Intentamos hacer nuestras propias palas, pero imagínate qué malas eran. Menos mal que hoy día se pueden conseguir más fácilmente".

El frontón, "de unos 32 metros de largo y 15 metros de alto, con tres paredes de color crema y un suelo rayado de cemento", guarda en su interior un pedazo de historia de la comunidad vasca en Boise, además de alguna que otra anécdota. "Un viejo vasco me dijo una vez que los jóvenes -en aquel entonces solo jugaban los hombres- pegaban a la pelota durante un rato y se les hinchaban las manos inmediatamente. Cuando ya no aguantaban más iban donde el dueño de la casa de huéspedes, Big Jack Anduiza. Usaba una tabla de madera para pisarles las manos y aliviar la hinchazón. Volvían al frontón y jugaban otros cinco tantos. Esos vascos de Euskal Herria eran duros", cuenta Mark. Él mismo tuvo ocasión de comprobarlo de pequeño. "Vinieron un par de pelotaris a competir y tuve la oportunidad de estrechar sus manos pequeñas y duras. Fue como darle la mano a un ladrillo".

Todos estos recuerdos le asaltaron a este vasco americano residente en Washington cuando asistió en Boise, su ciudad natal, al Jaialdi 2010. "Mientras presenciaba un torneo de pala en esa cancha, me di cuenta de que casi no hay instalaciones deportivas centenarias en los Estados Unidos aún en uso. Soldier Field en Chicago, el estadio más antiguo de fútbol americano profesional, fue erigido en 1924 e incluso ese ha sido reconstruido", comenta Mark. "Al finalizar los partidos -prosigue- hablé con un buen jugador de pala de California y le felicité por su victoria. Después le pregunté si le decepcionaba jugar en una cancha tan vieja, pequeña, calurosa e inusual como la nuestra, al estar acostumbrado a jugar en la cancha de San Francisco, grande y espléndida. ¡Qué dices!, me respondió. Nos encanta jugar aquí. Para nosotros es como jugar en Wrigley Field (estadio de béisbol de Chicago construido también en 1914)".

Tanto Henar como Mark coinciden en remarcar lo excepcional que resulta que una instalación, como el frontón de Boise, cumpla cien años. "Dentro de dos años el edificio Anduiza celebrará su centenario. Un siglo quizá no signifique nada para la mayoría de los europeos -por ejemplo, mi ciudad natal, Bilbao, tiene más de 700 años-, pero es algo poco visto en el oeste americano", destaca Henar. Mark insiste, por su parte, en que Boise es una ciudad relativamente joven. "Comenzó como un cuartel del ejército varios años antes de la Guerra Civil de EEUU, una base militar lejana para las tribus que salían a reconocer el terreno. Ni siquiera se constituyó como ciudad hasta 1864. Los euskaldunes están acostumbrados a los edificios y la cultura antigua, pero nosotros no tenemos algo así", contextualiza. "El frontón de Boise tiene casi cien años y eso no es usual. Hay otros viejos frontones en el oeste de Estados Unidos, pero el de Boise todavía es utilizado por la gente", apunta.

Tal y como recuerda Mark, las grandes comunidades vascas construyeron canchas y algunas aún siguen en pie en Elko (Nevada), Jordan Valley (Oregón) y Mountain Home (Idaho). "San Francisco cuenta probablemente con las mejores instalaciones de los EEUU, un hermoso frontón relativamente nuevo donde deportistas de todo el mundo compiten regularmente. Los vascos de Bakersfield, Chino y otras ciudades californianas han construido muy buenas canchas privadas. Sin embargo, el frontón Anduiza es el frontón en uso más antiguo", precisa. "El hecho de que este lugar aún se use todos los días después de casi 100 años es sorprendente. Se trata -concluye- de una intersección única entre el oeste de los EEUU, la arquitectura vasca y la historia del deporte".