Vitoria. El tiempo, piensa Miguel Indurain, su paso, matiza, lo cambia todo, también el ciclismo, que en los últimos años, dice el campeón navarro cuando le piden que recuerde los años 90, su era, ha expandido su geografía, "es más global", y su población, "lo practica otro tipo de gente". "De todas maneras", proclama, "la forma de correr es siempre la misma. Eso no cambia". Tampoco cambia Indurain, que nunca es tan Indurain como cuando le recuerdan que nunca ganó la Vuelta y tras asentir -"la corrí siete veces, fui segundo una, pero creo que sigo siendo el líder más joven de la historia"- recorre su palmarés como no lo haría nadie, en sentido inverso, hacia donde no dejó su huella, "la Vuelta pero también el Mundial de ruta o las clásicas", y acaba diciendo, qué grande, que dejó de ganar más cosas de las que ganó. O como cuando, ahora que se acaban de cumplir quince años de su despedida oficial, le piden que se ponga de nuevo el culote y que imagine que puede ganar la Vuelta 2012 que se acaba de presentar en el Baluarte de Iruñea, y responde sonriendo que incluso en sus mejores años estaría "jodido" hacerlo en un recorrido así, que, resumido en tres pedaladas, es diferente porque se apiña en el norte, nervioso e imprevisible del primer al último día y, sobre todo, montañoso, con siete finales en alto y otros tres en repechos cortos y explosivos.

"No sería para mí", dice Miguel. Y lo reafirma Unzue, su director de toda la vida, que utiliza palabras como "excesivamente montañoso" o "contrarrelojes anecdóticas" para tratar de explicar que ese dibujo laberíntico al que es complicado buscarle un hilo conductor desprecia a los ciclistas más potentes. O, lo que es lo mismo, elige antes de empezar a un modelo de ganador, que tiene que ser algún escaladorcito ligero y atómico. No sobra ni un dedo para contar las razones, diez: Arrate, Valdezcaray, Fuerte del Rapitán, Collado de la Gallina, Mirador de Ézaro, Ancares, Lagos de Covadonga, Cuitu Negru (Pajares), Fuente Dé y La Bola del Mundo.

Iruñea, 18 años después La Vuelta 2012 es una jungla de cuestas y porcentajes. El 50% de las etapas acaban en alto, cinco de ellas en puertos de categoría especial como el inédito Collado de la Gallina, octava etapa, 7,5 kilómetros al 8% y rampas del 18%; o el terrible Ancares, 14ª jornada; o los legendarios Lagos de Covadonga y su extrema Huesera un día después; y seguido la subida hasta rozar el cielo asturiano al Cuitu Negro, 2,8 kilómetros de prolongación vertical de Pajares, asfaltada con tramos de hasta el 25% y quinientos metros al 17%; el epílogo de la Vuelta, como hace dos años, es en la Bola del Mundo, una pared en la sierra de Madrid. Hay otros cuatro finales menos decisivos como los de repechos cortos y extremos del Fuerte del Rapitán, una atalaya sobre Jaca de 2,8 kilómetros y 11% de porcentaje medio, o el Mirador de Ézaro, en A Coruña, apenas dos kilómetros y algún tramo del 30%. También están Valdezcaray o Fuente dé, más suaves, y, claro, la Subida a Arrate, uno de los lugares sagrados del ciclismo vasco al que vuelve la Vuelta 37 años después de que en su cima se coronara Agustín Tamames. La de Arrate es una cima madrugadora. Llega en la tercera etapa y es la última meta vasca de la Vuelta, que abandona Euskadi en la cuarta etapa tras partir de Barakaldo rumbo a Valdezcaray. La carrera española amanece el 18 de agosto en Iruñea, donde regresa tras 18 años de ausencia, con una crono por equipos que recorre en su inicio y su final parte de los tramos de los encierros y pasa frente a la puerta de la casa de Indurain. La segunda etapa sobrevuela Nafarroa para aterrizar en Viana.

Tanta montaña, tanto repecho, una primera semana agotadora en lo anímico, por nerviosa, hace que Carlos Sastre, retirado y que, como Indurain, nunca ha ganado la Vuelta pese a ser clave hace unos meses en el triunfo de Cobo, hable de un recorrido "apoteósico", durísimo en lo físico y de una exigencia psíquica descomunal para el vencedor, que, no lo duda el abulense, tiene que ser un escalador.

La apuesta de Antón Alguien como Joaquim Rodríguez, que sale frotándose las manos del Baluarte después de que Samuel Sánchez le palmee la espalda y vaticine que el catalán se va a poner morado en la Vuelta. O como Antón, tan bueno y apasionado como testarudo, lo que hace inviable cualquier renuncia a la Vuelta, la carrera que vertebre su biografía ciclista. "Quiero seguir siendo tozudo", dice el vizcaino que ganó en 2011 la etapa de Bilbao después de dejarse en el camino, muy temprano, su sueño de alcanzar el podio de Madrid. "Estoy convencido de que algún año me tienen que salir las cosas bien. No pido ganar, pero es algo que entra dentro de las posibilidades". En 2012, nadie lo tiene tan claro como él y solo correrá una grande: esta Vuelta "que me gusta más que la de 2011 y 2010".

Javier Guillén, feliz al escuchar los halagos, dijo que tanta montaña atendía al deseo del público, pero que no era sinónimo de dureza. "Para compensar, hemos reducido el kilometraje y el número de puertos", concluyó.