"Nunca habrá otra familia como la ONCE"
Saiz, Etxebarria, Beloki, Pradera y Díaz Justo radiografían al equipo ciclista que ayer, 11 del 11 de 2011, se reagrupó en una cena en Madrid
alain Laiseka
vitoria
MUESTRA de la profundidad sentimental cuya dimensión sólo llegan a describir y comprender ellos, los integrantes de la secta -apodo despectivo de sus detractores, que los hubo-, un centenar de personas partió ayer desde varios puntos de la geografía estatal, muchos desde Euskadi, para confluir en Madrid, en el Asador Donostiarra, al caer la tarde. Menú de 60 euros, bebida aparte y una noche para quemar lengua, garganta y zapatilla. La reunión la impulsa la efeméride del calendario: ayer, 11 del 11 de 2011, se reagrupó la ONCE, el equipo ciclista que desde 1989 a 2003 alcanzó registros cuya trascendencia, descomunal, no alcanza a competir con la fuerza del sentimiento fraternal que fosilizó en las entrañas de los que pertenecieron a un movimiento tan transgresor que traspasó la frontera deportiva.
"La ONCE fue una familia", resume Manolo Saiz, padre e ideólogo del equipo. Saiz recibió en 1988 luz verde para construir una estructura ciclista que divulgara el nombre de la asociación benéfica, un proyecto cubierto por un velo amarillo. Contactaron, él y Pablo Antón, con la ONCE por un asunto puntual, el equipo de tándem, y esa misma noche, durante una cena con Enrique Sanz, jefe de comunicación y relaciones públicas de la asociación, le preguntaron si no sería mejor invertir el dinero que se gastaban en patrocinio en el ciclismo en un equipo profesional. Al día siguiente, Manolo Saiz estaba sentado frente a la mesa redonda de José María Arroyo, en la sede de la ONCE, una reunión que el director cántabro recuerda "chocante". Arroyo, ciego, no dejaba de levantarse y dar paseos por el despacho. O salía al pasillo lejos de la vista de Saiz que, descolocado, interrumpía su discurso descorazonado, imaginando que estaba siendo "un plasta"; temiendo, también, que el interés de Arroyo por lo que estaba contando era mínimo. Este, sin embargo, a cada silencio del cántabro respondía desde donde estuviese que no se callara, que siguiera, que le escuchaba y le seducía su discurso. "Es verdad, me gusta lo que cuentas", acabó por decirle. A la mañana siguiente, Miguel Durán, presidente de la ONCE, aprobó el proyecto. "Manolo", le dijo antes de que abandonase el despacho; "pasa por caja y coge el dinero que necesites para empezar a construir el equipo". Con ese dinero, Saiz se fue a la Volta. Fue el primer viaje de la ONCE.
Saiz imaginó un equipo ordenado y humilde en el que mezcló las canas de Pedro Muñoz, Cabestany y Chozas con una mayoría imberbe. Una descompensación que equilibró un año después con la llegada de Marino Lejarreta, pieza sobre la que basculó la madrugadora explosión del equipo, que en 1990 corrió, por ejemplo, su primer Tour ganando dos etapas, una de Chozas y otra del vizcaíno. "La rápida adaptación fue cosa del trabajo y de la inmediata interiorización por parte de todos los integrantes del equipo de los valores de nuestro patrocinador: solidaridad, entrega, esfuerzo, el sentimiento familiar...", explica Saiz. "La ONCE ha sido el equipo ciclista que mejor ha divulgado el mensaje de una empresa. Representaban los mismos valores", abunda el cántabro, joven entonces, sobre la treintena (nació en 1959), académico, revolucionario y extraño en un universo secular, viejo e inalterable. "Entonces", suele recordar Saiz, "fui rechazado".
El hábito del cola-cao Saiz llegaba desde la universidad a un deporte cuya academia había sido siempre la carretera. Antes de Saiz, el ciclismo se aprendía en la calle. Por eso, su irrupción incomodaba. Proponía otra cosa. Y lo hacía desde el éxito y la arrogancia. Un día dijo en una entrevista que él era director los 365 días al año y las 24 horas del día, un reproche a la nobleza apolillada del ciclismo. Saiz, sin embargo, sólo decía su verdad. Todas las noches se pasaba por las habitaciones de los ciclistas y se dilataba en largas charlas informales en las que se igualaban las clases: todos eran personas, todos hablaban. Manolo instauró después de las cenas lo que él llama el hábito del Cola-Cao. Un espacio para el debate. "Era lo que a nivel cultural podía ser la tertulia de los cafés. Yo les echaba filípicas interminables y luego ellos hablaban. Era un análisis nocturno impagable". Imaginaban situaciones estratégicas probables. "Luego, cuando ocurrían, nosotros ya las habíamos visto y sabíamos, sin hablar, qué teníamos que hacer".
La ventaja de Saiz, dice ahora, mayor aunque rara vez cansado, era entonces la juventud. "Yo tenía la edad de un ciclista. Hablábamos de tú a tú en una relación que me recuerda a la que Pep Guardiola puede tener ahora con sus futbolistas". Manolo entraba a la habitación del masajista que trabajaba con un corredor, se tumbaba en la cama de al lado y hablaba. Luego, escuchaba y aprendía lo que la universidad no le había enseñado.
En torno a un Cola-Cao, Saiz logró formar una familia que corría con la disciplina de un ejército.
Nunca en la ONCE se discutió la jerarquía establecida por el propio Saiz, que abarcaba las funciones de director, mánager y preparador físico. "En los tiempos de Jalabert y Zulle, dos números uno, ni siquiera ellos discutían cuando se les decía que tenían que trabajar para el otro. Es más, jamás dudaban y se sentían contentos y satisfechos por hacerlo", desgrana David Etxebarria, que llegó en 1994 a la ONCE, donde descubrió un equipo diferente. "Era otra forma de ver el ciclismo que no se parecía a nada de lo anterior. Todo se basaba en la disciplina. Manolo nos hacía ver que el ciclismo era sacrificio. Y nosotros lo asumíamos, por ejemplo, entrenando. Muchos nos decían que hacíamos demasiado. Que nos quemaríamos. Que éramos una secta; Manolo Saiz y sus corderos. Creo que estaban equivocados", traza el vizcaíno, que mantiene imborrable en un altar de la memoria su sonrisa ante el espejo el día en que, recién recibida, se probó por primera vez la ropa de la ONCE.
Junto a David llegó en 1994 al equipo Rafa Díaz Justo, después de Herminio Díaz Zabala el ciclista que más temporadas, nueve, ha estado junto a Saiz. "Manolo, en todos los aspectos, fue un introductor. Innovó con el material, con los métodos de preparación, con las tácticas... Propuso algo diferente que, aunque no siempre, funcionó", cuenta. "Yo cuando desembarqué en el equipo aluciné. Estaba en una nube. Miraba de arriba abajo a la gente. A Jalabert, Zulle y estos, al propio Manolo. Me veía pequeño. Pero esa distancia la borró él. Lo hacía con todos. Nos abrazaba y nos hacía entender que formábamos parte de todo aquello. Nada más llegar, nos concentró a los seis neos en El Bosque y estuvo allí con nosotros unos días. Luego, nos llamaba cuatro veces a la semana para charlar y ver cómo estábamos. Nos hacía sentir importantes".
dos 'Manolos' La filosofía de Saiz inculcaba una escala de valores en la que la familia estaba por encima de todo y creía que para ello era indispensable dar más énfasis a las pequeñas cosas, los detalles apenas perceptibles. "Siempre me pareció más valioso que cualquier sermón, charla o amenaza, un apretón sincero de la cabeza de un corredor desmoralizado o triste contra mi pecho", cincela el exmánager cántabro, que tuvo fama de autoritario e intransigente, de mariscal sin escrúpulos. "Escuché muchas veces eso de que la ONCE era una secta en la que yo ordenaba y los demás obedecían sin rechistar. Creo que esas acusaciones las provocaba la envidia. Como en toda familia, había discusiones y eso era lo sano. Se podía hablar y opinar. Nunca negué eso a nadie y siempre quise ser cercano", ahonda.
Al menos, fue así durante su primera época. Hubo dos Manolos y dos ONCEs. El primero, joven y cercano, fue hermano de los ciclistas, uno más de la familia; el segundo, se distanció de ellos.
"La transformación tiene fechas y razones", apunta Díaz Justo, que habla de un primer periodo de ensueño, del Manolo más familiar y entrañable que empieza su ocaso en 1999. "A partir de ahí, se alejó. No creo que fuese premeditado, pero se lo comieron las responsabilidades que cogió fuera del equipo. La presidencia de la asociación internacional de equipos, el asunto de la UCI, el Pro Tour... Se fue distanciando y el equipo perdió parte de su esencia familiar".
De ese segundo periodo, el nuevo siglo, otro ciclismo al que sacude la histeria del dopaje, es, como los Galdeano o Joaquim Rodríguez, Joseba Beloki, que ni recuerda ni suscribe la degradación que sugiere Díaz Justo. "Yo sabía lo que era la ONCE porque siempre les había escuchado a Otazu y Mauleón hablar de ello. Cuando llegué, para mí sólo fue la confirmación de lo que ya sabía. Era eso, la familia de la que todos hablan. Un grupo que respetaba sin discusión una jerarquía establecida por Manolo o las circunstancias de la carrera y que después, en el hotel, incluso en el Tour, era capaz de distraerse con risas, bromas, la Play, una película o, claro, el Cola-Cao".
Mikel Pradera, que vivió junto a Beloki la época final de la ONCE, habla siempre de una charla, la primera que le escuchó, en la que Manolo, serio, les habló de que la temporada empezaba el 1 de enero y acababa el 31 de diciembre y que, por tanto, en ese periodo no permitiría que nadie dejase de ayudar a un compañero, fuese quien fuese, que se sintiese capaz de pelear por ganar una carrera. "Decía que lo contrario sería inmoral, una falta total de respeto", rescata Pradera.En la familia, el egoísmo se pagó con la inadaptación y el destierro. El propio Manolo asume, en cambio, el distanciamiento. "Primero fui un hermano y luego un padre que tuvo que salir fuera a trabajar y descuidó su familia", dice. Ahora, con la perspectiva que da el tiempo, está seguro de que se equivocó. "Fue un error. Lo di todo por los equipos que nunca me agradecieron nada y dejé de dar cariño a mis corredores, que siempre me lo habían agradecido".
Rafa Díaz Justo va más allá. "No sé si fue el ego, la ambición, la arrongancia, pero algo de eso debió ser lo que le empujó a equivocarse. Él solo cavó su propia tumba. Se distanció del equipo, se metió en aquello y caminó hacia su fin", lamenta el ciclista madrileño, que prefiere rescatar la primera época, una década "extraordinaria", del equipo: "No habrá otra familia como aquella".
Al escuchar ese suspiro nostálgico que vale un titular, Manolo, que no es tan extremo y piensa que alguno de los 86 ciclistas a los que acunó puede inculcar los mismos valores a un futuro equipo, se funde en una carcajada complaciente y quiere cerrar la conversación con una pirueta emocional. "¿Sabes cuál es el verdadero legado de este equipo?", pregunta, guarda silencio un segundo y se responde: "La cena de ayer, el reagrupamiento de la familia".
Los corredores de la Once hacen piña en el podio tras ganar la crono por equipos del Tour de Francia de 2002. Foto: efe
En torno a un Cola-Cao, Saiz logró formar una familia que corría con la disciplina de un ejército
Hubo dos 'Manolos': el primero fue hermano de los ciclistas; el segundo erró y se distanció
Las frases
"Yo les echaba filípicas enormes y ellos luego opinaban en un análisis nocturno impagable"
Manolo Saiz
Exmánager de la ONCE
"Me llegó la ropa a casa, me la probé delante del espejo y sonreí como nunca podré olvidar"
DAvid Etxebarria
Exciclista de la ONCE
"El grupo respetaba sin discusión la jerarquía que establecían Manolo o la propia carrera"
Joseba Beloki
Exciclista de la ONCE
"La ONCE nos marcó; forjó una unión que no ha sido capaz de lograr ningún otro equipo"
MIKel pradera
Exciclista de la ONCE
"Los primeros diez años fueron extraordinarios; luego Manolo erró y se cavó su propia tumba"
Rafa díaz Justo
Exciclista de la ONCE
Los datos de la ONCE
l Temporadas. Debutó en el año 1989 y estuvo en el pelotón hasta finales de 2003. Su relevo lo tomó el Liberty Seguros.
l Victorias. En quince temporadas, la ONCE logró 437 victorias. De ellas, 82 fueron vueltas, 249 etapas y clásicas y nueve Campeonatos del Mundo.
l Las grandes. De las grandes, la ONCE solo logró ganar, cuatro veces, la Vuelta a España. En el Tour y en el Giro subió al podio y su mejor puesto fue, en ambos casos, el segundo.
l Ciclistas. Por las filas del conjunto de Manolo Saiz pasaron 86 ciclistas. Herminio Díaz Zabala fue el más fiel y corrió diez años en la ONCE.