Vitoria. Las imágenes del podio dan buena cuenta de lo que es el Campeonato del Mundo de 2011: El jardín de Sebastian Vettel. Sobrecogen, por la mala salud de la competencia, las sonrisas que allí se congregan. Es la estampa del irremediable conformismo. Todos contentos, porque todos se agarraron a lo máximo a lo que podían aspirar. Es como si la Fórmula 1 fuera una fiesta en la que Red Bull ejerce de anfitrión. Su lugar preferencial está designado y son los invitados quienes buscan su asiento. Y comen, lo que Mark Webber permita. Para Vettel, que encima este curso encuentra colaboración estratégica en su compañero de filas, esto es gloria. Después de ceñirse su segunda corona, sigue pisando el acelerador. Un exilio para el relax son sus dos victorias tras coronarse, la del polvoriento circuito de Buddh, la undécima de la jugosa y hasta empachosa campaña. Ante él, el magnífico Michael Schumacher con su totémicas 13 victorias del curso del 2004. Récord histórico que el talentoso heredero de 24 julios quiere, porque no puede más con dos carreras por delante, igualar.

Siempre que llega una novedad se especulan con cambios jerárquicos. Era el caso del aterrizaje en India. Trazado desconocido, sin referencias... La vida sigue igual: Vettel manda y los demás le siguen. O lo intentan. Porque las carreras del alemán son rallyes en asfalto, duelos contra los números digitales. El crono es lo que sostiene su tensión. Rueda sin guías; él es el sherpa. “Ha sido una muy buena carrera para nosotros y la he disfrutado. Tuve un poco de pelea con Jenson (Button) en la distancia, ya que siempre estaba a unos cuatro segundos de diferencia”, relató desde el pazo de la felicidad. Se está malacostumbrando.

Ocurrió en el coloso indio que se disparó la prueba y Vettel dijo adiós. Rutina favorecida, enriquecida en este caso, por la gran maniobra de Button, que avanzó dos plazas en cuatro curvas. El tamaño condicionante amanecer. El inglés, largando cuarto, puso a su rebufo a Webber y a Alonso. Segundo ya Button, con su puesta en escena permitió a Vettel separarse y también se destacó él, líder de la batalla por el subcampeonato, las últimas bocanadas de aire de la competencia este curso. Nadie discutió la configuración. “En cuanto Seb coge el ritmo no hay nada que hacer”, apostilló Button. Sonrisas para los dos primeros entonces.

Alonso se deshacía por su octavo podio. Con un Ferrari con cuatro coches por delante en el rasero del potencial, el duelo con Webber se le antojaba desfavorable. El asturiano, más garra y empeño que otra cosa, en el giro 39 de los 60 pactados, inauguró su obra de arte. Visitó su garaje por segunda vez, resistiendo en pista dos vueltas más que Webber, y se incorporó en tercer lugar. El milagro de cada domingo estaba hecho. Coraza y a la trinchera para Alonso. Webber, que últimamente encumbra la destreza de Vettel, que la hace majestuosa con un bólido semejante, tal vez el mejor trabajo de ingeniería de la Fórmula 1, quería sacudirse evidencias. Sus ilusiones de pisar el cajón llegaron vivas al ocaso del gran premio. Reaccionó. Alonso también. Y el desenlace el asturiano lo resume así: “No somos competitivos, pero seguimos haciendo podios”. Eso es todo. Satisfacción. Pobre e ilusa satisfacción.

Invertida la de Massa y Hamilton, que mantuvieron el sexto encontronazo del curso. “Buen trabajo”, dijo pura ironía el brasileño; “no me toques”, respondió el inglés por la mano de Felipe, quien fue sancionado con un drive trough al no ceder ante Lewis. Lo poco emocionante ayer. A decir verdad, lo más conmovedor sucedió en la previa: homenajes a los fallecidos Dan Wheldon y Marco Simoncelli, que también pueden descansar contentos.