vitoria. Para ganar el Mundial, Mark Cavendish tuvo que arrastrar un desarrollo brutal en la cuesta final, un 53x11 que le sacó de la jaula en la que se metió a 450 metros, y le hizo despegar a 150, por el lado derecho, pegado a la valla, hasta el arco iris. Marcó una velocidad media espeluznante, 45,821 kilómetros por hora, que es la segunda más rápida de la última década después de los 46,238 que marcó Mario Cipollini en Zolder 2002, otro Mundial llano. Hay que retrotraerse mucho más para encontrar un inglés entro los diez mejores de un Mundial. Tanto como 41 años, hasta 1970 y el cuarto puesto de Leslie West en Leicester. Cinco años antes, Inglaterra había ganado su único Mundial hasta ayer. Fue el de Tom Simpson, fulminado menos de un año después, en julio de 1966, en el Mont Ventoux. Fue el de 1965, en Lasarte, aquel Campeonato del Mundo que se jugó al sprint, bajo la lluvia, con el alemán Rudy Altig tras un soberbio hachazo en la cuesta de la muerte del circuito guipuzcoano que les dejó en la intimidad.
Fue el de Simpson un Mundial distinto al de Cavendish, claro, que llevaba tres años, desde que conoció el perfil del circuito danés, con la cosa del arcoiris metida en la cabeza. En todo ese tiempo, tres temporadas, el británico se ha construido un palmarés dantesco. Cavendish no ha parado de ganar. Ha ganado, por ejemplo, 20 etapas en el Tour, siete en el Giro y tres en la Vuelta. En 2009 se llevó la Milán-San Remo, el Mundial de primavera, y, en total, suma 75 victorias desde que se pasó, como hizo Simpson, de la pista a la carretera -en el anillo, fue campeón del mundo de Madison en 2005 y 2008-. "Y este año", contó ayer, "me marqué dos grandes objetivos: el maillot verde del Tour y el arcoiris. He conseguido los dos. El año que viene son los Juegos Olímpicos de Londres, otro de mis objetivos, aunque entonces, con cinco corredores por equipo, todo será distinto".