VITORIA. A 500 metros, más o menos, Juanjo Cobo, miró a Froome, el culo del inglés al que llevaba una semana pegado, levantó la cabeza, contó cuántos dorsales había por delante, una veintena, y, al fin, respiró tranquilo. Había ganado la Vuelta. Para llegar a comprender la verdadera envergadura de la hazaña, hay que escuchar a Cobo contar su viaje más angustioso por el pozo de la vida. Aquel año y medio sumido en la depresión, arrinconado en casa, despreciando la bicicleta y subiéndose a ella por obligación como quien se monta en un potro de tortura. Así hasta el pasado mes de mayo en el que, decidido a acabar con todo, llamó a Matxín y le dijo que dejaba el ciclismo, que quería dejar de sufrir. "Juanjo", le habló el director vizcaíno, "tú, simplemente, disfruta de la bicicleta". Con esas palabras se gana una Vuelta.

A Cobo llevan una semana, desde La Farrapona más o menos, dándole ánimos, hablándole de que puede ganar la Vuelta y de que, para eso, tiene que estar tranquilo, no agobiarse, ser, simplemente, lo que es. Pero, ¿qué es?

"Un toro", dice David de la Fuente, a quien, también desde La Farrapona, llevan lloviéndole los halagos y los agradecimientos, pues aquel día entregó sus piernas a un compañero pero le dio el corazón a un amigo. A Cobo le conoce de toda la vida.

Los extremos "Desde escuelas", precisa David, que recuerda que entonces él no era bueno, "no entrenaba, era un hobby", pero que Juanjo era de los que le "fundían". "Me doblaba casi siempre. Él era de los buenos y yo no lo fui hasta el último año de escuelas. En cadetes ya éramos rivales". En juveniles, no. El primer año Cobo dejó la bicicleta y se colocó como pinche de cocina de su primo. Duró entre fogones un año - "ahora ya no cocino, lo hace mi madre, que me trata como a un rey"-. Recuperó la bici en juveniles de segundo. De la Fuente ganó ese año 22 carreras; Cobo no se acuerda cuántas. "Pero volvió machacando. Subía, contrarrelojeaba, esprintaba... Lo hacía todo bien. Tenía y tiene un motor de la pera".

¿Tanto como para pensar que podía ganar la Vuelta? "Joder, es que Cobo no es un cualquiera", responde De la Fuente; "ha ganado cosas, ha demostrado lo bueno que es, pero, claro, ha tenido sus problemas... Solo sé que cuando está centrado hay pocos como él. Lo que pasa es que cuando se tuerce...".

Cobo es el extremo. Depresivo y fascinante. Matxín nunca se ha apartado de su lado. El vizcaíno es el del abrazo pasional de aquel final de la Vuelta al País Vasco de 2007, la primera gran cornada del Bisonte. Es también, el de la paciencia cuando, antes de aquello, Cobo le contó que quería dejar el ciclismo para ser cocinero. Claro, siguió. Y ganó aquella vuelta vasca. ¿El despegue? No, volvió a perderse. "Voy a ser electricista", recuerda Matxín que le dijo otra vez. Y así siempre. "A cobo hay que dejarle a su aire", dice el vizcaíno. Como a los artistas. Excéntrico. "Necesita motivación propia, la que sale de dentro. No sirve que se lo digas. Tiene que sentirlo. Si no, puede pasar de andar como un tiro a quedarse encerrado en casa sin ni siquiera querer tocar la bicicleta. Tiene sus rarezas, como todos, pero es muy buena persona. Y honrado. Yo le acepto, le respeto y le quiero. Le conozco bien. Podría escribir un libro sobre él".

Y otro de David de la Fuente, su otro hijo ciclista, el amigo de Cobo que es tan honrado y buen tío como él pero del que difiere un universo de su concepción ciclista. A David le apasiona serlo, no podría soñar con otra cosa. Ve en la bicicleta a un amigo. Quizás hasta le hable. Cobo, en cambio, puede llegar a detestarla porque a diferencia de otros grandes campeones no siente pasión por el ciclismo. "No me gusta entrenarme. A todo el mundo le fastidia trabajar. Unos van a la fábrica a hacer 8.000 piezas al día y yo ando en bicicleta", compara. O dice: "La bicicleta no es mi pasión. Para mí significa presión, por eso lo considero un trabajo". Eso, antes de ganar la Vuelta. ¿Y ahora? "Espero que este triunfo me sirva para darme cuenta de lo que me he perdido el último año y medio", dijo en Madrid, liberado ya de la presión de tener que ganar la Vuelta.