Se presuponía que se trataría de una etapa de transición. Se pensaba que la séptima etapa era una especie de tobogán antes de encarar tres duras jornadas de montaña. Sin embargo, las etapas terminan al cruzar la meta y la de ayer se cortó a 200 metros de la misma. Desde el sofá parecía transición, pero la realidad es que el pelotón aglutinaba una tensión desmedida ya a falta de 40 kilómetros para concluir. La prueba, los temibles abanicos. Y la consecuencia fatal de ese nerviosismo se sucedió en el suspiro final, una caída que se llevó por delante a corredores como Nibali, Purito o Scarponi. El día que parecía tranquilo podía haberles dejado sin general. Esperemos que ninguno quede mermado de condiciones en esta bonita lucha que deben librar estos tres días que llegan. El lunes se sabrá quién puede ganar la Vuelta y quién no.
Al final, venció Marcell Kittel, un especialista en los metros finales, uno de los favoritos a decir verdad, pues la de ayer se sabía que era una jornada apta para los esprinters, que apenas han tenido la oportunidad de ayer. Es un nuevo ganador y eso es bueno para el ciclismo.
Tal vez pecó el Sky cuando buscó romper la carrera. Quizás no montaron el plato adecuado. Pero bajo mi punto de vista, una vez tomada la iniciativa, una vez mostrada la intención, debían de haber seguido en el empeño. El caso es que nadie quiso hostilidades.
Hoy se alcanza lo que denomino acueducto. O sea, tres complicadas etapas que serán decisivas. Hemos visto que Purito y Nibali están tremendos, pero ahora toca a otros que apenas se han dejado ver, como Menchov, asumir pesos.