alain laiseka

Marcel Kittel (Skil Shimano) 4h47:59

Peter Sagan (Liquigas) m.t.

Óscar Freire (Rabobank)m.t.

GENERAL

Sylvain Chavanel (Quick Step)27h29:12

Daniel Moreno (Katusha)a 15''

Vincenzo Nibali (Liquigas) a 16''

La etapa de hoy, 8ª: Villacastín-Sierra de Béjar (183 kilómetros). Teledeporte (15.45 horas). Eurosport (16.30 horas).

Talavera de la Reina. La etapa más tranquila de la Vuelta llegaba a Talavera de la Reina, la ciudad de los azulejos. Y sonó como si se hubiesen roto todos de golpe. Un catacrack estremecedor y prolongado. Ocurrió a unos pocos metros de la meta. Armó el belén Farrar, que quiso cambiar de carril cuando no debía. Sin poner el intermitente ni mirar por el retrovisor, se cruzó a la derecha para bordear a Marcel Kittel, 23 años, talla alemana, un armario ropero, 1'88 y 80 kilos, que ocupaba con los brazos ensanchados todo el centro de la calzada. El movimiento desencadenó la masacre. Cayó Farrar, un golpe tremendo en el que se dañó la cadera, dijo adiós a la Vuelta y, tal vez, al sueño del Mundial, y luego unos veinte más que acabaron ovillados en el suelo. Imagínense cómo sonó: a un millón de delicados azulejos rotos. Quedaron hechos polvo. Lo escuchó Kittel, pero no lo vio. Ocurrió todo a la sombra de su alargada espalda de culturista. Kittel había escapado a la masacre por velocidad. "La velocidad", reflexionó luego, "es lo más importante en un esprinter, más que la potencia, sobre todo si tienes un buen equipo que te sabe lanzar".

A toda prisa, rápido, rápido, con urgencia, huyeron también sus padres de la antigua RDA meses antes de que cayera el Muro de Berlín. Se fugaron por necesidad. Del hambre, la miseria, el paro y el cerrojo comunista. Su país se desmoronaba y se pusieron a salvo en occidente. Se instalaron en Theringe, en la Alemania libre. Allí nació Marcel. En el 88. Cuando Perico ganó el Tour.

Entonces no había en la Grande Bouclé alemanes a los que ver y admirar por el televisor. Cuando tuvo edad de andar en bicicleta, sí; un tal Ullrich. Pidió un dorsal en el Theringen Energy Team, una cantera de contrarrelojistas. De esa escuela son también Tony Martin y Degenkolb.

Un volcán Kittel siguió ese camino. Fue dos veces campeón del mundo contrarreloj junior, en 2005 y 2006, cuarto en sub'23 en 2009 y tercero el año pasado en Australia. Pero su potencial, le dijeron cuando fichó por el Skil-Shimano, el equipo que le quitó al Caja Rural navarro un puesto en la Vuelta, estaba en el músculo. Rompía los potenciómetros. Era, le convencieron, el nuevo Zabel, el nuevo Marcel Wust, el nuevo André Greipel. Un ciclista volcánico. Le educaron para estallar. Y estalló en Langkawi, al inicio de la temporada. Se hinchó a ganar etapas, pero aquello está demasiado lejos. El sonido de lo que allí ocurre no llega a la vieja Europa ciclista. Los Cuatro Días de Dunkerque son un mejor altavoz. Ganó el primer sprint con tanta suficiencia que le acusaron de apoyarse en un compañero para catapultarse. Esa mentira no era verdad y le sentó fatal.

Desbordado de adrenalina, colérico, se llevó otros tres esprines, todas las etapas menos una. En Dunkerque nadie recordaba algo parecido. En la Vuelta a Polonia volvió a ganar etapas a paladas. Pero le faltaba, contó, hacerlo ante los mejores. ¿Lo son Freire, Farrar, Sagan, Haedo, Petacchi, Bennati?? "Mi futuro está en el sprint", se convenció ayer.

A Freire no le cogió por sorpresa. Había oído hablar del chico. Antes de que la Vuelta saliese de Benidorm pronosticó: "En cuanto haya un sprint, Kittel es el que más opciones tiene de llevárselo". El primer sprint puro, no el empinado de Playas de Orihuela, tardó siete días en llegar. Fue en una etapa quebrada, llena de curvas y repechos, por un desierto de matojos y alcornoques, desde las minas de mercurio de Almadén y su preciosa plaza de toros, hasta Talavera, bajo el sol y una brisa fresca, 27-28 grados, un alivio.

El pelotón se tomó, por tanto, un respiro. Necesario. Las cuatro primeras horas las hicieron a un ritmo de 35 kilómetros por hora. Todo ese tiempo lucieron el jersey Luis Ángel Maté, Julien Fouchard, Steve Houanard y Antonio Cabello. Cayeron a las puertas de Talavera.

Al pelotón le entró la prisa cuando olisqueó la meta. Le entraron, también, los nervios. Una caída en la que intimó con el suelo David López fracturó el grupo. En el de atrás, Antón, que fue rescatado por Euskaltel. La fusión no se demoró. Silbaba el viento. Por la espalda y de costado. A rachas. Silbaban los pinganillos. Sin parar. "¡Adelante, adelante!". Había pánico. Obedecieron todos.

A Talavera el pelotón entró zumbando pero desordenado. No había timonel. Garmin, HTC, Sky? Ninguno tuvo fuerzas para imponer su jerarquía. Se desintegraron, desaparecieron, y su lugar lo tomó el Skil, el tren de Kittel. El alemán se lanzó de lejos. No pudo remontarle Sagan, no tan rápido como un esprinter pero, aún así, segundo. Ni Freire, rápido, sí, pero justo y tercero. "No tenía piernas para más", suspiró nada más entrar en meta.

Desde donde lo dijo se veía al fondo una montaña de gente ovillada. Estaba Farrar, que casi no podía andar y temió que su cadera estuviese partida -luego en el hospital se descartó la rotura, pero seguramente no saldrá hoy-. Y Michael Golas, el rostro pintado de sangre. ¿La nariz? ¿Los dientes? Entró en meta a gatas. De entre el amasijo de bicicletas emergieron algunos favoritos. Scarponi se dolía de la mano, el codo y la clavícula derecha, pero en el hotel comprobó que todo estaba en su sitio; Nibali no contó muchos daños salvo algún rasguño; Van den Broeck se rasgó toda la parte derecha de su cuerpo con la lija del suelo, y Joaquim Rodríguez se dolía de las muñecas aunque se cayó cuando estaba parado y otro ciclista le golpeó por la espalda, a traición. "Estoy bien, nada grave. Lo de las muñecas ha sido por el frenazo que he tenido que dar para evitar la caída", explicó el catalán, que hoy vuelve a tener marcada la etapa de San Lorenzo del Escorial, un final gemelo al de Valdepeñas de Jaén, los tres últimos kilómetros en subida y, sobre todo, el último con tramos de hasta el 28 por ciento de desnivel.