Beñat Intxausti tiene los brazos tostados, negros, negros, pero marcados aquí y allí por la lija del asfalto tras el último batacazo, un revolcón tremendo por la cuneta, en la Vuelta a Burgos que le obligó a retirarse y le impidió entrenarse con normalidad hasta poco más de una semana antes de la Vuelta. Tuvo problemas en las cervicales, sufrió de la espalda y sintió un pinchazo preocupante en el codo derecho, el que se fracturó en la primera etapa del Tour y le obligó, días de agonía y zozobra después, a bajarse de la Grande Bouclé de su estreno. Ahora, de todas maneras, dice que no siente ninguna molestia, que está curado. No de todo. Hay otras heridas, las subcutáneas, para las que no hay receta.
Para los dramas que depara la vida no existe aspirina ni algodón. Esas cosas solo necesitan tiempo. Y tiempo es lo que apenas ha pasado desde aquel fatídico día de mayo a hoy, tres meses exactos, cuando Intxausti regrese a Sierra Nevada, escenario de la trágica muerte de Xavi Tondo y primer final en alto de la Vuelta. "Será un día especial", dice lacónico y reservado Beñat; "un día duro, muy duro. ¡Si es que la etapa acaba a diez metros de donde ocurrió todo!". El vizcaino sigue recordando cada fotograma de aquella mañana y hoy recordará aún más en un vía crucis interior hacia el techo de la Vuelta, el puerto más duro de la carrera para él, pero prefiere no ahondar en ese dolor. Sin pedirlo, reclama el refugio del silencio. Y el de la familia. Desde el inicio de la Vuelta siguen sus pasos ama, dos isekos, la sobrina y Edurne, su novia, que es enfermera y sabe cómo se cura todo. Hasta lo más profundo. Un abrazo y beso… Ahí es cuando la sonrisa de Beñat vuelve a ser pura. Ahí es cuando olvida. Es un alto el fuego en la guerra interna. El tiempo traerá, tarde o temprano, el armisticio.
De lo que no le agrada hablar y nadie olvida es de aquella mañana de mayo de hace tres meses en la que se alinearon todos los astros para provocar la muerte de Tondo en una cadena fatal de acontecimientos. Sacaban marcha atrás el coche que conducía Xavi, tocaron la puerta mecánica del garaje que no se abrió bien, salieron del coche, cada uno por su lado, y el cuello de Tondo se quedó, incomprensiblemente, atrapado entre la puerta del coche y la del garaje. La muerte fue instantánea. Todo ocurrió en segundos. Diez. O menos. Beñat no los puede borrar de su mente.
Quizás lo de hoy, con la subida, y mañana, con el homenaje que le tributará la Vuelta en la salida de la etapa en Sierra Nevada, provoque, piensa Eusebio Unzue con preocupación, que a Beñat se le revuelvan los sentimientos. Quizás, piensan otros, sea una catarsis, una despedida definitiva y deje el recuerdo en la misma meta, a diez metros de donde todo aquello ocurrió.
Hay más gente que subirá hoy Sierra Nevada con el corazón encogido. Miguel Ángel Iglesias, el exciclista de los tropecientos maillot de las metas volantes de la Vuelta, parte ahora de la organización, fue mentor y amigo del corredor catalán, y habla estos días con los ojos brillantes de tres meses crudos y desoladores en los que dice haber comprendido aquello de la crueldad de la vida que tantas veces le contaron.
López piensa en la general Para los corredores del Movistar será una subida incómoda. Una mezcla de sufrimiento físico y agonía sentimental. "Será una etapa emotiva en la que nos vendrán muchos recuerdos", cuenta David López, que con Beñat Intxausti tocado -"no sé qué va a ocurrir en Sierra Nevada, pero si no aguantó no pasará nada", dice el zornotzarra-, es la opción más seria del equipo de Unzue de cara a la general de la Vuelta.
López llora la muerte de Tondo como la de hace un año la de su amigo Txema González, auxiliar alavés del Sky, cuando la Vuelta llegaba a Orihuela, y echa de menos a Alejandro Valverde, el líder murciano para el que trabajaba desde que llegó en 2007 al Caisse d'Epargne hasta su sanción en mayo de 2010. Valverde, seguramente, volverá dentro de unos meses al mismo equipo, y mientras tanto López, como otros tantos en el Movistar, experimentan una sensación de libertad desconocida para él, un ciclista de equipo, un gregario excepcional en la montaña.
En 2010 ganó una etapa de la Vuelta en Alcoi y cuando le preguntaron si era el día más feliz que había vivido en el ciclismo dijo que no, que ganar estaba bien, pero que ese privilegio quedaba reservado para el día en que Alejandro Valverde ganó la Vuelta en 2009. "No solo fue por la Vuelta, sino por todo el tiempo, casi tres meses, que estuvimos preparando aquello. Conseguirlo fue un premio para todos". Generoso. Ese ha sido su oficio.
Sin Valverde ha tenido que cambiar. "No es fácil darle la vuelta a la mentalidad y dejar de pensar en otro para hacerlo en ti mismo", traza el vizcaino. "Pero eso es lo que nos pidió Eusebio a principio de temporada. Que las fuerzas que dejábamos en el camino durante toda la etapa las reservásemos para el final, para intentar ganar". Se ha adaptado. 2011 ha sido el más regular de su carrera en las vueltas. París-Niza, Vuelta al País Vasco… En Burgos se volvió a ver delante y pensó: "¿Y si lo hago bien en la Vuelta?". En ello está.
"He descansado bien desde mediados de temporada, estoy fresco y con ganas", advierte el baracaldés, que nunca ha peleado por la general de una grande -en la Vuelta de 2007 fue 14º, su mejor resultado- pero recuerda que el año pasado ya demostró que sabía ganar, que ha digerido bien la consigna de Unzue -"este año tenéis que dar la cara"-, y, pese a las dudas, cree que puede estar "arriba". ¿Cuánto? "Es pronto para pensar en eso", dice. Hoy, en Sierra Nevada, a diez metros de donde murió Tondo, empezará a saberlo. "Pero no se va a ver mucho. No pasarán grandes cosas. Quizás alguno sorprenda y se quede, pero la gente, en general, se va a reservar". Lo mismo piensan Purito o Antón, los escaladores que ven en Sierra Nevada un puerto demasiado tendido para empezar a agitar la Vuelta.