Playas de Orihuela. Acabado el Giro, Nibali, que soportó sobre sus espaldas el peso de todo un país que le pedía que lo ganara, que no dejara que Contador se lo llevara a España, evaluó los daños, el desgaste físico, el agujero mental, y decidió que necesitaba olvidarse de la bicicleta. Estaba en ruinas. Se tomó diez días de descanso total, sin bicicleta. Dejó el norte de Italia de donde es y donde se ha hecho ciclista, y se fue al sur, donde es ídolo, pero también hijo de sus padres, ciudadano. Así recuperó. Volvió pensando en la Vuelta, pero para ello, su preparador, Paolo Slongo, le dijo que no podía ser el escalador rítmico del Giro porque las montañas españolas, cortas y duras, exigían, ya lo sabía bien, chispa y frescura. La explosividad la buscó en San Pellegrino, el santuario en altitud del Liquigas.
Llegó en julio, el mes del Tour. Su intensa preparación duró 17 días y se campo base se situó a 1.900 metros de altitud. "En las primeras siete jornadas, las de aclimatación, no hicimos un gran trabajo específico", explica Slongo a DEIA. "Solo hicimos algunas repeticiones en subida de 30 segundos a 200-300 watios, lejos del umbral de Nibali, que se sitúa en los 390-400". Tras la adaptación, el siciliano empezó a trabajar la explosividad con esprines breves, de 10-20 segundos y salida casi en parado. Entre uno y otro, 1:30 de recuperación. Empezó con seis series y ese número se fue incrementando hasta diez. Ese trabajo se realizaba tras un entrenamiento de 4.500 metros de desnivel. Eran tres días de trabajo intenso y uno de descanso. "En el Giro hubo tres etapas de montaña seguidas y decisivas, Grossglockner, Zoncolan y Gardeccia. En la última notamos que Vincenzo acumulaba algo de fatiga y hemos trabajado para que eso no se repita. En la Vuelta, al final de la segunda semana, hay otras tres etapas decisivas consecutivas, la última en el Angliru, donde se puede decidir la carrera. Si quiere ganar la carrera, Vincenzo no se puede permitir una crisis ese día", zanja Slongo.