Nadie reconoce el Tour, este Tour. Será el cambio climático. Llueve, hace frío, sopla el viento… ¿Dónde está el verano canicular francés? Es un Tour desconocido.
Hay un francés de líder que no solo resiste, sino que, además, reta a los favoritos, se pavonea delante del grupo en las subidas como si se mofara de ellos, responde a los ataques, despilfarra, actúa, enamora y enloquece a la afición francesa, que ve la luz al final del túnel, el oasis tras una travesía larguísima por el desierto; hay unos aspirantes que, deseosos de ganar, tienen miedo a perder y, por tanto, se conforman de momento con estar y rezar a santa rita; hay un campeón que no sabe correr de otra manera que no sea a la ofensiva, pero que, dadas las circunstancias, las caídas de la primera semana, el esfuerzo del Giro, la presión mediática que persigue a su caso del clembuterol desde hace casi un año, quién sabe cuál es la razón, debe ir a remolque, muy a su pesar; hay un belga que reina en una montaña del Tour ni se sabe desde cuando ¿Merckx?; y hay, también, un ciclista que descubre su cara más agresiva en el Tour.
El Samuel más atacante El ciclista en cuestión es Samuel Sánchez, el líder de Euskaltel-Euskadi, que antes de que el Tour arranque en el Passage du Gois hace ya más de dos semanas, mantiene una conversación privada con Igor González de Galdeano. Frente al manager del equipo vasco hay un ciclista esquelético que pesa dos kilos menos que en el Tour anterior, una apuesta arriesgadísima, en el filo de la relación potencia-peso, fruto de una preparación estajanovista, semanas de clausura en Sierra Nevada de sacrificio físico-mental extremo. Es un Samuel desconocido. Aunque la transformación no está cerrada. Falta un último giro de tuerca. Lo hace Galdeano, que le mira a los ojos y le dice algo así: "Si quieres conseguir algo en este Tour hay ir a por ello, no puedes correr esperando el fallo, como en 2010". Samuel capta el mensaje. "A buen entendedor…", responde. La metamorfosis se ha completado.
El nuevo Samuel es el que ataca en el descenso del Tourmalet, gana su primera etapa en el Tour, lleva al éxtasis a su equipo y, lejos de sentirse satisfecho, se acuesta esa noche, tras ver repetido su ascenso al cielo de Luz-Ardiden en la tele, pensando en que el Tour sigue y aún le quedan cosas por hacer. Es dos días después, en Plateau de Beille, cuando surge el Samuel más desconocido. Está desatado y es Galdeano el que le tiene que retener. "Paciencia, paciencia", le repite continuamente durante toda la subida. Hasta que no puede sujetarle más y sale disparado. La primera vez le seca Andy. La segunda, seguida, despega hacia la cumbre. No llega a ganar su segunda etapa, pero se acerca al podio.
Galdeano está perplejo. "Hacía mucho tiempo que no veía un Samuel así, atacante. En el Tourmalet, en Plateau de Beillle…", dice. "Es un Samuel diferente y ofensivo. Eso le puede llevar arriba en la general".
Entre Samuel y su segunda victoria de etapa en el Tour se interpone un desconocido. Un belga reina la segunda meta pirenaica. No ocurre algo así desde… ¿Merckx? El morlaco es Vanendert, 26 años, último eslabón del Omega-Pharma en las clásicas de primavera en el tren de Gilbert. En el Tour está asombrando. Fue segundo en Luz Ardiden, tras Samuel, y primero en Plateau de Beille, por delante de Samuel. Dicen que Bruyneel le tiene en su agenda.
El pánico, Contador y Voeckler De momento, belga y asturiano son los más valientes de un Tour donde reina el pánico. Nadie recuerda a unos aspirantes tan apáticos como los que subieron arracimados Plateau de Beille. Pocos comprenden a los Schleck, los únicos, dicen, capaces de desmembrar el grupo de los favoritos, los únicos que juegan con dos cartas, los únicos que pueden decidir cuál de las dos es la elegida para tratar de ganar el Tour. ¿A qué esperan? En la cima de Plateau de Beille Andy esgrimió que necesita puertos más duros que esos. Se los darán los Alpes: el Agnello, Izoard, Galibier y Alpe d'Huez. Evans tiene coartada: una crono de 40 kilómetros el sábado en Grenoble. Le vale con llegar así. Basso necesita que alguien ponga un ritmo infernal porque los ataques le sacan de punto, pero si tira él se le pegan a rueda y acaba desistiendo, entre malhumorado y frustrado, y se esconde en el grupo. A esperar.
En la espera, entre mirada y mirada, las dudas, el miedo o las cábalas, Contador, el campeón renqueante, sufriente en Luz Ardiden y resucitado en Plateau de Beille, sale vivo de los Pirineos. Sale, también, por primera vez en mucho tiempo, sin haber atacado una sola vez y la sensación de no haber sido capaz de hacerlo. Un Contador desconocido, más parecido a aquel del Giro de 2008 que tuvo que ganar resistiendo en la montaña tras llegar a la salida obligado y arrancado de su remanso vacacional en Chiclana. Un Contador que sufre casi más mentalmente, frustrado por no poder atacar, pero que respira aliviado al llegar a Montpellier, un día de lluvia y viento -ráfagas de 70 kilómetros hora- que devuelven la histeria al pelotón.
"Ayer la mejor situación era la que era", dice por la subida a Plateau de Beille, "aunque hubo dos o tres veces en las que llegué a meter el plato. Pero vi que era demasiado llano y que había que esperar. Espero que las piernas me respondan bien en Alpes. No voy a llegar a París con la duda de qué habría pasado si hubiera probado", confiesa el de Pinto.
armstrong, con el francés La subida a Plateau de Beille la ve mientras desayuna en Estados Unidos Lance Armstrong, que antes de que los ciclistas empiecen a subir twitea: "Si Voeckler aguanta hoy, puede ganar el Tour". El francés no solo aguanta, sino que desfila orgulloso ante sus rivales, responde a sus ataques con solvencia y da incluso la sensación de que tiene piernas para ganar la etapa. ¿Y el Tour? ¿Puede ganar el Tour? Se lo preguntaba ayer L'Equipe, la biblia de la Grande Boucle. Bernard Thevenet, el francés que acabó con el reinado de Merckx y ganó los Tours de 1975 y 1977, piensa que no, que su impresionante ascensión el sábado a la última cima pirenaica ha provocado la euforia en la afición francesa, normal, pero que la última semana, los Alpes y la crono, le colocaran en su sitio. Voeckler, 32 años, tiene un buen palmarés, pero nunca ha acabado un Tour entre los diez primeros, y su mejor resultado es el puesto 18 de 2004, cuando vistió diez días el maillot amarillo que defendió, como lo hace ahora, como un perro rabioso.
Samuel, que le ha visto moverse, dice que "ojito" con el francés, que va muy bien. Y Pereiro, el último ganador sorprendente del Tour, que se lo puede imaginar, pese a la dificultad, llegando de amarillo a París. Voeckler, que aterrizó en la carrera francesa con más días de competición, 57, y victorias, nueve, las mismas que Contador, que ningún otro aspirante a ganarla, no se lo quiere imaginar, o no lo dice, al menos, lo que sorprende más incluso que su despliegue en los Pirineos. "No es cuestión de querer o no querer ganar el Tour. No quiero mentir, sé que tengo mi oportunidad, pero esta edición está diseñada para decidirse en la última semana, la que viene ahora", dice irreconociblemente humilde el ciclista más irritante del pelotón, de los más bravos también.
"De momento, ni yo me esperaba andar lo que anduve el otro día -por Plateau de Beille-. No fue normal. Y eso me motiva. Me hace pensar que si lo he hecho una vez puedo volver a hacerlo. ¿Por qué no? Es difícil, lo sé, pero conozco bien los Alpes y tengo experiencia", zanja. Y, no lo dice, pero también alas, el maillot amarillo, el impulso de un país sediento de gloria -Francia no gana el Tour, su carrera, desde 1985-, y 1:49 de ventaja sobre el primero de sus rivales, Frank Schleck.