lourdes. De Luz Ardiden, una montaña abotonada por una hilera serpenteante de luces que recorrían su torso en la noche pirenaica, descendió Samuel Sánchez en helicóptero. No había otra manera. O eso, o tres horas de caravana. Aterrizó en Tarbes. De allí, en coche hasta Lescar, al hotel donde le esperaba con los brazos abiertos Miguel Madariaga. Se fundieron en un abrazo y Samuel le susurró al oído: "Te he dado lo que te debía en el Tour, pero todavía espero darte más cosas".
En Luz Ardiden Samuel está sobre una nube. "Quiero disfrutar de este momento", repite una y otra vez a todos los que le preguntan, unos cuantos, por sus planes futuros en un Tour que apenas ha recorrido su primera gran etapa de montaña. "Paso a paso". Casi ruega. Habla desde la atalaya pirenaica del alcance de su mirada, que enfoca solo la siguiente pisada, nunca más lejos de ahí, nunca proyectada más allá de los límites del día, nunca distraída en cuentas de lechera que luego acaban desparramadas por el suelo, jamás rendida a la tentación de la divagación. Simplemente, la grandeza de vivir el momento. Hoy y ahora. "Quiero disfrutar". Lo hace mientras puede.
La mente en mañana Cuando desciende del cielo de Luz Ardiden, todo ha cambiado. Es una transición fugaz. En el vuelo han volado los pájaros. Ha pisado tierra. La victoria de etapa queda lejísimos. Allí arriba, en la montaña, comienza a quemarse en el fuego del atardecer. Pertenece ya a la memoria. Es un renglón, bello, de la historia. La noche devuelve a Samuel al Tour, donde todo, el llanto y la sonrisa, el dolor y el gozo, es efímero. Ya lo había experimentado antes, pero este Tour se lo vuelve a recordar. Ha viajado por todos los barrios del ánimo. El pesar de la primera etapa, cuando cedió en un corte más de un minuto; la frustración de ver cómo le cargaban otro minuto y medio en la mochila tras la crono por equipos; la desolación, después, al sentir como propio el crujir de las clavículas de Iván Velasco y Amets Txurruka, dos de sus grandes gregarios en la montaña; y el deleite, finalmente, de la conquista más deseada, la etapa en el Tour, los Pirineos, Luz Ardiden y su poso pseudomitológico.
Como en los reveses, Samuel no pierda la cabeza en el disfrute. El Tour sigue, se dice. Se abraza a Madariaga y le obsequia la etapa, pero en la frase siguiente le está prometiendo un futuro en el que, indudablemente, no ha dejado de pensar ni en los momentos más delicados del Tour. En el hotel están también su mujer y su hijo Unai, que han visto la etapa por la tele con el corazón en un puño. El reencuentro, dos semanas después de partir, de nuevo, de casa, es el puro cariño condensado. Intenso pero breve. El Tour no descansa nunca. Samuel no quiere olvidarlo. A su mujer le dice que tiene que cenar rápido y buscar la horizontalidad de la cama. Hay que recuperar.
Samuel piensa ya más en mañana. En la cena lo celebra -un brindis con vino, el champán?-, comenta algunas cosas de la jornada, chascarrillos, detalles, pero cuando se acerca su amigo Tomás Amezaga, mecánico de Euskaltel-Euskadi, le habla del día siguiente, de algunos ligeros problemas que ha tenido en la bicicleta y hay que corregir. Antes de acostarse se da un último capricho: ve repetido en la televisión su ascenso al cielo de Luz Ardiden. Así se despide de su mejor día como ciclista.
Aprender de los errores Los fotogramas de esa subida quedan archivados en la memoria sentimental del ovetense. Los triunfos, piensa Samuel, no tienen ningún valor didáctico, no sirven para aprender. "De las derrotas se saca mucho más", dice. En 2010 se retorció de dolor en la cima de Avoriaz, tras caer ante Andy Schleck, un ciclista mucho más lento que él. No se regocijó en el lamento. Analizó la secuencia y detectó el error: "Me expuse demasiado, me confié". En Luz Ardiden sabía lo que no tenía que hacer. "Solo pensaba en ganar y para ello tenía preparada la última estocada". Se corrigió y venció. Hace un año no solo perdió la etapa, sino también, en la última crono, el podio. No dramatizó. Al llegar a casa volvió a correr el Tour en dvd. "Sé dónde y cómo perdí el podio", reconoció a este periódico en enero pasado. Sabe ahora, por tanto, dónde y cómo se llega hasta él. Aunque no habla de ello. "Hay todavía siete buenos ciclistas por delante de mí. Todo con lo que podamos soñar queda muy lejos. Es mejor ir día a día", traza en la mañana soleada de Pau, donde luce el maillot de la montaña, un atuendo "anecdótico". Samuel tiene otras cosas en la cabeza. Como Igor González de Galdeano, que en la primera reunión de equipo en el autobús tras la conquista del objetivo prioritario, la etapa, indica el nuevo camino a seguir el Tour. Es un cambio de dirección. Un volantazo. Hasta ahora, reconoce, la presión ha sido importante y continua para alcanzar la victoria y, con ello, cierta tranquilidad. "Ahora ha desaparecido la carga de los nervios", resume el mánager general de Euskaltel-Euskadi; "pero el Tour sigue y cada día empieza de cero. Eso es bueno y malo. Lo mismo que quedan atrás los momentos críticos -el corte, la crono por equipos, las caídas?-, lo hacen los triunfos. Hemos ganado en tranquilidad pero eso no quiere decir que nos distraigamos. Seguimos estando con tensión en el Tour, pero de otra manera, en otra dirección. Samuel está bien, lo ha demostrado, por lo que ahora hay que mirar a la general. ¿El podio? A ver si entramos". El mensaje de Galdeano ha calado hondo en el equipo. Antes de partir hacia Lourdes, a Egoi Martínez, ocho Tours en las piernas, aquella oportunidad perdida en Prato Nevos en 2008 clavada en el recuerdo, le preguntan si piensa en algún día concreto para buscar la redención. Niega rotundamente.