EN valores absolutos, Luz-Ardiden es, básicamente, esto: una carretera, 13,3 kilómetros de asfalto gris que parten de Luz St. Sauver y se elevan, 7,4% de desnivel medio después, hasta la estación de esquí que da nombre al puerto enclavado en el corazón de los Pirineos franceses. Desniveles y geografía. Papel. Afectivamente, una tasación ingrávida, posee un poder de sugestión inmenso. Luz-Ardiden tiene algo de santuario para el ciclismo vasco. Es una montaña con txapela. La carrera francesa ha desembocado allí siete veces y en dos han ganado ciclistas vascos: Miguel Indurain en 1990 y Roberto Laiseka en 2001. Solo Cauterets (Loroño e Indurain) y Alpe d'Huez (Etxabe y Mayo) han recibido las mismas veces a un vasco triunfante. Un aura mística envuelve la atmósfera de esa montaña. Luz Ardiden es Indurain y Laiseka, pero también, Perico, el primer conquistador de la cima en el Tour de 1985 cuando vestía el maillot del Orbea, el equipo vasco que dirigía Txomín Perurena. Y Perico de amarillo en 1988 con el Tour en el bolsillo del maillot del Reynolds navarro. Y Marino, tercero el año que ganó Indurain. Y, asimismo, la marea naranja que envolvió a Laiseka en 2001. Y, finalmente, es Mayo y Zubeldia luchando envueltos por la niebla contra el reinado de Armstrong en 2003, la última vez que la Grande Boucle llegó a Luz Ardiden, la montaña que debe empezar a despejar hoy las incógnitas de este Tour que han asolado las caídas. De tres de las subidas con más poso vasco hablan para DNA Marino Lejarreta (1990), Julián Gorospe (2001) e Iban Mayo (2003).

1990

"La gente comprendió que Indurain no era sólo rodador"

A Claudio Chiappucci su hermano le dijo antes de que este partiera a la salida del Tour de 1990 que a París llegaría como el mejor italiano en la general. Entonces El Diablo no era aún El Diablo y pensó que esa predicción estaba condicionada por un obvio sentimiento fraternal. No se imaginaba nada parecido. Menos aún que dejados atrás los Alpes de piedra, surcado el horno del Macizo Central y camino de Luz Ardiden, la última meta en alto de la carrera, sería líder. El Tour de 1990 lo marcó a fuego una escapada en Futurosope en la que Bauer, Pensec, Maasen y Chiappucci sacaron diez minutos al pelotón. El amarillo saltó de los hombros del canadiense a los del francés y, finalmente, tras la cronoescalada a Villard de Lans, a los del italiano. Fue el único que resistió. Pero no se conformó con eso. En los Pirineos no esperó a que Lemond le asestase el golpe definitivo y atacó en el Tourmalet, la antesala de Luz Ardiden. "Chiappucci iba líder pero se le permitía libertad porque Lemond, que dominaba el Tour sin ir de amarillo, sabía que caería", rescata Marino Lejarreta, que aquel año consiguió en Millau, Macizo Central, su primer y único triunfo de etapa en el Tour. El Tourmalet lo coronó Miguel Ángel Martínez Torres, granadino de la Once, y Marino, que marchaba en el grupo junto a Lemond, se sentía entonces incómodo. La sensación no cambió cuando el americano, ya en las primeras rampas de Luz Ardiden, vio que sus rivales se tambaleaban y aceleró el paso. Se engancharon a la rueda del campeón del mundo Marino, Indurain y Parra. "Pero Fabio se quedó cuando cogimos y pasamos a Chiappucci", cuenta el vizcaíno, a quien Lemond pedía relevos insistentemente. "Yo le decía que no podía porque tenía delante a Miguel Ángel Martínez. Lemond subía haciendo pequeños cambios de ritmo y así cogimos a Miguel Ángel". Marino iba siempre a la derecha del americano e Indurain en la retaguardia, cerrando el trío, la cara de piedra, inexpresiva, que luego se hizo tan habitual bajo el sol francés de julio. " A mí Lemond me estaba asfixiando. No iba cómodo". Marino tuvo que levantar el pie y coger su marcha. La montaña rugía. "El ambiente, como siempre en Pirineos, era de fuera de serie". Entre el público, en alguna curva, estaba Roberto Laiseka, futuro ganador en el mismo escenario once años después, que nunca olvida la imponente figura de Indurain sentado, las manos en la parte horizontal del manillar. "A mí me sorprendió que Miguel estuviese ahí", dice Marino. "Ese día fue un punto de inflexión en la carrera de Indurain porque se vio que podía luchar por ganar un Tour. En realidad, todo aquel Tour fue una demostración de lo que vendría. En los Alpes estuvo increíble. La gente entendió que, desde luego, ya no era sólo un rodador".

2001

"A Laiseka le tiraba tanto lo vasco que en días así se crecía"

Muchos minutos después de Indurain llegó a la cima de Luz Ardiden Julián Gorospe, gregario del navarro y de Delgado en aquel Tour de 1990. "Aquello fue impresionante, pero las cosas que hacía Miguel empezaban ya a dejarnos de sorprender. Con Indurain nos pasó a todos que como parecía hacerlo todo tan fácil, nos acostumbró a pensar que siempre sería así". El ciclismo vasco tardó once años en volver a ganar una etapa en alto en los Pirineos -pese a que en 1992 Javier Murgialdai venció en Pau tras pasar por el Marie Blanque y David Etxebarria en la misma ciudad en 1999, cuando se subían el Soulor y el Aubisque-. La noche antes del 22 de julio de 2001, Roberto Laiseka era un hombre de trapo que se arrastraba por los pasillos del hotel de Euskaltel-Euskadi. Una pájara tremenda camino de Saint-Lary-Soulan le había hundido. Gorospe era el director del equipo vasco en su primer Tour. "Roberto, ya sabéis como era, no paraba de decir que no servía para nada y que estaba muerto. Incluso durante la etapa se había comido el bocadillo de un aficionado. Imagínate cómo iba. Tuvimos que motivarle. Aunque eso era sencillo en un escenario como ese. A Roberto le tiraba tanto lo vasco, que en días como los de Luz Ardiden, lleno de ikurriñas, se crecía", relata Julián, que a la mañana siguiente, en el autobús, ya habló de ganar con Roberto. Tiraron para ello todo la etapa, pese a que Laiseka no paraba de decir que lo dejaran, que no iban a ningún lado. "Le dijimos que no íbamos a dejar de tirar, que estábamos en el Tour para ese día y que se fuese motivando".

2003

"Si hubo opción de podio, la perdimos en el Tourmalet"

Gorospe recuerda algunos más. Entre ellos el triunfo de Iban Mayo en Alpe d'Huez dos años después. El de 2003 era el del asalto al quinto Tour de Armstrong. Fue, luego, en el que más sudó el americano para ganar. Cuentan que el pique con Mayo semanas antes en la montaña de la Dauphiné Liberé casi le cuesta aquel Tour porque Iban le sacaba de punto y le obligó a un esfuerzo supremo que luego pagó en julio. De todas maneras, a la etapa de Luz Ardiden, la última decisiva de montaña, el tejano llegó de amarillo.

"Pero con dudas, muchas, porque el día antes Ullrich le había sacado de rueda en Ax-3-Domaines", recuerda Mayo. "Así que, como era de imaginar, en el Tourmalet se encendió la mecha". La prendió el propio Mayo, siempre visceral. Atacó junto a Sastre y Menchov y el Tour entró en erupción porque despertó la ambición de Ullrich, pisoteada durante tantos años por la pedalada aniquiladora de Armstrong. "De repente todo saltó por los aires y estábamos así: Ullrich por delante, a 20 metros Armstrong y a otros 20, yo". La escena se mantuvo así, congelada, durante un rato. Luego se fusionaron los tres. Y al poco llegó Zubeldia. Un fotograma histórico: Armstrong, Ullrich y dos Euskaltel en la cima del Tourmalet. Así empezaron el descenso. "Si alguna vez hubo alguna opción de podio, la perdimos ahí", reflexiona Mayo. "Queríamos colaborar para irnos los cuatro, pero no hubo entendimiento y nos cogieron por detrás". Quedaba Luz Ardiden, el santuario de Laiseka.

Nada más posarse sobre las primeras rampas, volvió a atacar Iban, pura inquietud. "Armstrong se vino conmigo, me pasó y cuando nos íbamos para arriba él se enganchó con la bolsa de un aficionado y se cayó. Y yo con él". El Tour se detuvo. Tyler Hamilton pidió una tregua en el grupo hasta que llegaran Armstrong y Mayo. Y nada más hacerlo, Iban volvió a dinamitar la paz. Fue la catapulta definitiva del americano que, tras la caída, era una bomba de adrenalina. Cuentan que aquella caída le hizo ganar el Tour, pero quién sabe. "Ahí sentenció el Tour. Fue el golpe final porque Ullrich no aguantó y nosotros, Haimar y yo, nos quedamos con el alemán, a su rueda", dice Mayo.