Chateauroux. Al final, lo más limpio, ordenado y seguro fue el sprint que dirigió la batuta del HTC, un coro afinado que lanzó a Cavendish, su mejor solista, a un palmo de meta para que cerrara un concierto en el que irrumpió otra vez el viento para convertir la calma en turbulencia.

Del pop al heavy se saltó en un fotograma. Pasaron por la puerta de un castillo conservado como solo los franceses conservan los castillos, brillante cada piedra, y al siguiente metro el pelotón se derrumbó. Piedra a piedra. Sonó a rayos. Alarma. Gritos. Lamentos. El desorden. Hacia el caos corrieron los mecánicos de los equipos como corren los toros. Ciegos. Al pañuelo. Al mogollón. Allí todo estaba mezclado. Maillots, bicicletas, sudor, sangre, desesperación e idiomas. No hay quien ordene ese momento. Babel. La zona tardó en despejarse. Circulen, circulen... Salieron primero los que ni siquiera habían tocado el suelo; luego, los ilesos; más tarde, los retenidos por averías mecánicas, y al final se largaron renqueantes los astillados, los heridos leves. En ese palmo de carretera solo quedó el desconsuelo.

A un lado, en la cuneta de hierba verde y segada, el del RadioShack, al que se le ha cruzado el Tour de mala manera. El miércoles perdió a Brajkovic tras un golpe brutal en la cabeza que le desorientó de tal modo que no era capaz de recordar dónde estaba ni qué hacía allí mientras seguía dando pedales hacia delante, el único rumbo posible. Acabó en el hospital, claro, y ya piensa en la Vuelta. Como ayer por la tarde Christopher Horner, la segunda de las cuatro opciones de podio del equipo de Bruyneel en caer abatido. Llegó a meta acribillado a golpes y a más de 12 minutos. En la misma zanja había caído Leipheimer, que sigue entero pero se dejó tres minutos más que hacen quimérica su segunda foto en París -fue tercero en el Tour de 2007-. Klöden, dos veces podio y gregario de Ullrich y Armstrong, es ahora la única baza de los americanos.

wiggins, hundido Había más dramas en aquel kilómetro anónimo de la D-11. En pequeños suspiros se fue apagando lentamente el Tour de Bradley Wiggins, el británico criado en la pista de Manchester que, cuarto hace dos años, había asombrado en junio ganando la montañosa Dauphiné Liberé y hacía soñar a Dave Brailsford, su patrón, con ser el primer inglés en retratarse bajo el arco del triunfo, en algún escalón del podio. El Tour es un día todo y al otro nada. El jueves, Boasson Hagen le dio al Sky su primer triunfo de etapa en la carrera francesa; unas horas después, Wiggins empapaba de lágrimas su maillot sudado y roto como el alma británica del Tour. Roto, como su clavícula izquierda. Irreparable.

"Así es esta lotería", reaccionó luego Samuel Sánchez, ileso ayer; "unos días les toca a unos y otros a otros. Nadie se salva. Aunque ya dije en su día -el primero, cuando se dejó más de un minuto en el corte que también atrapó a Contador- que prefería perder 1:20 a tener que ver el resto del Tour desde casa". Desde el sofá, lo que siguió a la caída se vivió con pasión. Desde el pelotón, resultó algo insufrible. "Había muchos nervios". Los provocaba el viento, que venía de la derecha, corriendo libre y musculado por los prados de trigo recién segados. Los provocaba cada subida de Cancellara a la cabeza del pelotón arrastrando a sus chicos, los frágiles hermanos Schleck. Contador, Evans, Samuel, Klöden, Gesink… Todos permanecieron alerta, con las orejas tiesas. No hubo más despistes. Ni más sangre. El Tour estaba saciado.

"Imagino que sería un final de etapa para grabar", dijo Rojas después de la esquizofrenia que dio paso a la lección de orden y fortaleza con la que el HTC catapultó a Cavendish al segundo y sencillo triunfo del Tour en el que el murciano fue noveno, suficiente para volver a vestirse de verde, el color de la regularidad que arrebató a Gilbert.

super besse, primera montaña Sobre el mismo suelo, Contador no dijo nada. Pisó la meta, se dio la vuelta y se marchó en bicicleta al hotel. Lo que tenía que decir lo contó por la mañana. Que había que evitar las caídas con la esperanza de llegar como estaba, tocado pero vivo, a su terreno, la montaña, un lugar de paz. "A partir de ahora el terreno es más selectivo, sobre todo porque a la gente se le ve justa de fuerzas, cascada, como se comprobó en el grupo que llegó ayer -por el jueves-, pequeño", contó el español, que no conoce Super Besse, la primera meta en altitud del Tour, hoy, pero la ha reconocido en el vídeo de la etapa del Tour de 2008 que Riccó le ganó a Valverde. "Es duro. Todo dependerá también de si se va fuerte desde abajo, pero puede haber cortes", reflexionó Contador, a quien, de todas maneras, le motiva más la etapa de mañana, en el corazón del Macizo Central y sus cuestas cortas y duras. Hasta ocho.

Allí casi sucumbe Miguel Indurain ante la fuerza gremial de la Once en el año 1995. Y en 1999 iluminó el primer triunfo en el Tour de David Etxebarria. Fue en Saint Flour, donde desemboca mañana la carrera.