Paolo Tiralongo (Astana)5h.26:27

Alberto Contador (Saxo Bank) m.t.

Vincenzo Nibali (Liquigas-C.)a 3''

GENERAL

Alberto Contador (Saxo Bank)77h.11:24

Michele Scarponi (Lampre-ISD) a 5:17

Vincenzo Nibali (Liquigas-C.) a 5:52

Hoy, etapa 20: Verbania-Sestriere (242 Kms.) (15.00 horas, ETB-1, Marca TV y Veo7)

En Sestriere siempre ocurren cosas mágicas. Si se pone bien la oreja, se puede escuchar al comentarista de la Rai que creó el mito de Fausto Coppi y lo cosió a una frase -un uomo solo al comando- hace más de seis décadas, en 1949, aquel día camino de Pinerolo; o sentirse invadido por el desenfreno de Chiappucci en el Tour de 1992, aquella fuga loca, más de 200 kilómetros para acabar por delante de Indurain, que un año después interpretó allí mismo una cronoescalada maestra y encarriló su segundo Giro -aunque luego sufriese lo indecible en Oro por culpa de Ugrumov, aquel ruso medio calvo que le cosió a hachazos y acabó reventándole-, los mismos que tendrá esta tarde en Milán, después del trámite de la crono, Alberto Contador, que ni ganó ayer ni dejó ganar, pero al pasar por meta soltó las manos del manillar, irguió su espalda rosa e hizo un gesto como de triunfo.

Hay quien dice que no fue así, que fue de liberación, como un suspiro, ¡ah, al fin!, porque acababa allí, a más de 2.000 metros de altitud, un día claro y soleado, entre picos nevados y su aliento de hielo, el Giro más ímprobo que se recuerda y que resume mejor que cualquiera de los viejos y sabios ciclistas Miguel Mínguez, 22 años, debutante en una grande. "Ha sido un Giro de emociones en el que se ha llorado y se ha reído", dijo el vizcaíno.

Un Giro, al fin y al cabo, en el que las cosas ocurrieron siempre a espaldas de Contador, patrón desde el ataque a la italiana en Tropea, rosa desde el ojo del volcán del Etna y director de orquesta desde entonces. Manejó la carrera a su gusto. Con la batuta. La agitó para un lado y dejó ganar a quien quiso; la agitó para el otro y ganó cuando le apeteció. Y le criticaron por ambas cosas. Y le ovacionaron por ambas. Nunca se acierta completamente. Ayer no hizo ni la una ni la otra. Simplemente se sentó en el sillín y observó. No vio mucho. Los intentos desesperados de redención de Menchov, un ruso invisible durante prácticamente tres semanas, y Joaquim Rodríguez por la cuesta tibia de Sestriere. "Me ha condenado la primera semana", dijo el catalán. Pese a ello, puede acabar quinto, si resiste hoy el asedio del ruso del Geox y de Kreuziger. O el enésimo vuelo del ingrávido José Rujano, 48 kilos, en la Finestre, sobre un escenario dantesco de tierra, nieve, y pasión tifosi, colocados sobre la ladera como los indios que recuerda Antón de su primer Giro. O el sufrimiento de Nibali, rezagado allí cuesta arriba, reintegrado a la rueda de Scarponi en el descenso y nuevamente clavado al asfalto en Sestriere, donde se dejó otros 22 segundos y, seguramente, sus opciones de ser segundo, el primero después de Contador. Su rival italiano le saca ahora 56.

Lejos de la vista de Contador, atrás, Mikel Nieve, sufridor, soportó como pudo, y con ayuda de un generoso Antón y un gran Mínguez, un mal día y acabó el día décimo en la general, el lugar en el que desea quedarse hoy para redondear el sublime Giro, "al equipo le doy casi un diez", dice Álvaro Galdeano sin dudarlo, de Euskaltel-Euskadi.

Lejos también, pero arriba, muy arriba, nunca tan cerca del cielo, estaba la verdadera historia de sonrisas y lágrimas con las que tan bien resume el chavalito Mínguez el Giro. La narró Vasil Kiryienka. Con gestos. El bielorruoso es de pocas palabras. Primero se puso las gafas oscuras bien fijadas para proteger los ojos vidriosos de las miradas indiscretas; luego se subió la cremallera del maillot hasta la nuez; señaló con los dos dedos índices la gran M de Movistar que lleva en el pecho y la lanzó al cielo altísimo de los Alpes. Finalmente, sonrió. Era la sonrisa de Tondo.

El de Kiryienka fue el día por el que el Movistar había resistido en el Giro. La mañana de Conegliano en la que el ciclismo se despertó con la estremecedora historia de la muerte de Xavi Tondo, al Movistar, especialmente, le temblaron las piernas de dolor e impotencia, también de estupor e incomprensión porque nadie se explicaba, nadie entendía, nadie asimilaba cómo había podido ocurrir. Descorazonados todos, un cónclave desgarrador en el hotel les unió en el deseo común de continuar sobre la bicicleta. Porque así lo hubiese querido el corazón ciclista de Xavi, concluyeron; porque así deseaban despedirle, sintieron. Desde la carretera. Con un triunfo. De quien fuera. Donde fuera. Como fuera. El de Kiryienka, un bielorruso que vive desde hace tres años en Iruñea, en Sestriere, epílogo de un Giro exagerado, y a lo grande, pues desde que dejó la compañía de los fugados en la Finestre sacó más tiempo aún al grupo de favoritos, no devuelve a Tondo a la vida, pero devuelve un poco de vida al Movistar.

"Es lo que buscábamos desde aquel día", dijo luego Kiryienka; "el triunfo, claro, es para Tondo, un buen compañero con el que no coincidí mucho, pero lo suficiente como para entender que era una persona a la que le encantaba vivir, que le gustaba la bicicleta, ganar, como a todos, pero también sufrir". De sufrir sabe algo Kiryienka. Nació en Rechiza, a 150 kilómetros de Chernobyl, pero el destino quiso que el viento empujara la nube radioactiva hacia otro lado. "A nosotros no nos afectó para nada". Su padre murió hace años y a su madre se la llevó un cáncer de hígado. Ellos le enseñaron lo que cuestan las cosas. Así que tres veces al año se hace 3.500 kilómetros en coche. Desde Iruñea a Rechiza. Lleva el coche repleto de cosas para repartir allí, donde no hay más rey que la pobreza. También aprendió a no claudicar nunca -su carrera profesional, desde aquella llamada a Oleg Tinkoff para que le aceptase en su equipo es un lucha sin cuartel contra el conformismo-. Y pocos saben como él del valor incalculable de la familia. Tiene dos. Su mujer y su hijo están en Rechiza, pero piensa traérselos pronto para que estén con él en Iruñea, donde vive solo, pero no se siente así. Le arropa el Movistar, la familia que echa de menos a Tondo, uno de sus hijos.