alain laiseka
1º Bart de Clercq (Silence-Lotto)2h54'47''
2º Michele Scarponi (Lampre) m.t.
3º Roman Kreuziger (Astana) m.t.
GENERAL
1º Pieter Weening (Rabobank)23h09'59''
2º Konstantsin Sivtsov (HTC)a 2''
3º Marco Pinotti (HTC)a 2''
Etapa de hoy, 7ª: Sapri-Tropea, 217 km. ETB-1, Eurosport y Veo 7 (14.55 h.).
Montevergine. Al ciclista que pedalea agonizando, sintiendo en la nuca el aliento de la tardía liberación de las bestias, le impulsa algo más que el deseo de victoria, la primera: el chaval, 24 años, virgen su palmarés, tiene la mirada fija en los muros bizantinos del santuario de Montevergine y en la mente tatuada la imagen de Wouter Weylandt, belga como él, joven como él, ciclista como él. Bart de Clercq se desriñona, se parte los dientes que aprieta hasta fundirlos y les pide a sus largas y fuertes piernas que lo repitan una vez más. Otra vuelta. La última. Es un metro desesperado. Gana por los pelos. Por uno. Y lo primero que dice cuando recupera el resuello, o incluso antes, es que echa de menos a Weylandt.
Comprimida en una franja infinitesimal acaba la etapa más corta del Giro -110 kilómetros, el primero de los ocho finales el alto de la carrera rosa-. En un suspiro. Cada uno el suyo. El de De Clercq era liberador. El de Scarponi, el primero de los favoritos, el único que se mostró al final de una subida larga y demasiado suave para que ocurriese algo, de frustración comedida porque su extraordinario acoso en el ocaso de la etapa, 250 metros bestiales, resultó infructuoso salvo por los 12 segundos de bonificación que le acercan a la maglia rosa que sigue distinguiendo a Pieter Weening. Kreuziger, tercero, remontó ocho segundos por el mismo motivo. Ninguno de los favoritos asomó, pero ninguno se despistó en la llegada. "Se subía tan rápido que había que correr mucho para atacar", resumió David Arroyo la escalada a Montevergine, tan eterna y amable que aburrió. Las pendientes apenas superaban el 4 o el 5% y la carretera era de seda. Así que aceleraba gente como Ivan Rovny, ruso, pequeño y rodador. Salió de la pista. Eso era la subida al santuario: una pista de velocidad. Se subía en moto. Desgastando el plato, la sexta marcha de los ciclistas. Entraban en las herraduras abriéndose para trazar correctamente, se cerraban luego, se tumbaban, sacaban chispas con la rodilla al rozar el asfalto y salían acariciando el muro de contracurva. No era un día para escaladores.
Estaban todos a rebufo. Las alas plegadas. "Era un día para guardar", dijo Alberto Contador. Un día para ir con las orejas tiesas. No para ganar, pero sí para perder. Y para escuchar al cuerpo. Antón, muy propenso a guiarse por las sensaciones, se sintió liberado al dejar la vasta esquizofrenia del llano que tanto le castiga y subirse a la paz de una montaña, su hábitat, aunque esta fuese tan poco apropiada para él que apenas apareció por la cabeza. "Las conclusiones son buenas. Me he sentido bien. A gusto. Mejor subiendo que en el llano. Pero sigo notando que me falta algo. Un punto, quizás. No estoy súper, como para disputar. Pero el Giro es muy largo", reflexionó Igor, que no disputó pero se mantuvo firme y atento para no dejarse ni un segundo con los demás favoritos y mantener la inercia. "El Giro es demasiado largo", zanjó Antón. Esa realidad la asumió incluso Vincenzo Nibali, el ciclista más visceral durante la primera semana, quizás por joven, quizás porque le obligan los galones heredados de Ivan Basso.
Mandó apartarse a sus lebreles del Liquigas y luego desapareció. El equipo de Garzelli, uno, como Di Luca, que lleva disputando y ganando llegadas similares toda la vida, marcó el paso. Lo hizo sin éxito. Su ritmo, laxo, alentó la desbandada.
En plena anarquía, guerra de guerrillas, el disparo más certero fue el de De Clercq. Se despegó el belga, un tallo alargado y corpulento, las piernas dóricas, y se alejó más de un minuto. Solo se subía mejor. El pelotón era un lugar incómodo. Un acordeón. Se encogía, casi hasta frenar, en las herraduras, y se estiraba al límite en la salida. El látigo era asfixiante. Un sprint. Se subía más a gusto en la cabeza. Con el Lampre, que alargó la zancada en los dos últimos kilómetros para acercarse al belga. En ese momento era una quimera. A un kilómetro solo lo parecía. A 500 metros alguien empezó a dudar. A 250 la etapa, adormecida, resucitó. A 150, cuando despegó Scarponi, De Clercq era carne del cañón del italiano del Lampre, que sube con dos dientes menos que el resto de favoritos, lo que, a la larga, cuentan, le pasará factura en las piernas como un muerto. Será su tumba, aprecian.
Todo el mundo teme un exceso en el Giro de los exceos. Ayer, la demostración de fuerza de Scarponi, como la del miércoles en la subida a la colina de Orvieto, fue infructuosa. Dos balas gastadas. El cargador se vacía. ¿Cuántas le quedan? Responderá la carretera que ayer le negó el premio. No atrapó al belga, sufriente en el último suspiro, sentado porque las piernas le crujían, y ganador por fe y un pelo. Tampoco sacó rentabilidad en la general, salvo los 12 segundos de bonificación. Fue, de todas maneras, el único favorito que se mostró. El resto prefirió guardarse. Dicen que es pronto. "Habrá más días", aclara Joaquim Rodríguez. El Etna, por ejemplo, mañana.
"Sin duda será más decisiva que la de hoy. En el Etna se marcarán verdaderas diferencias", anticipó Contador en la cima de Montevergine, los Apeninos, 1.200 metros, desde no se ve la columna de humo negro del Etna, que en la madrugada de ayer volvió a rugir y a preocupar al Giro. Zomegnan, desbordado ante tanto contratiempo, llamó pronto por la mañana a los expertos y escuchó lo que quería oír. "No habrá problemas", reprodujo luego, sonriente y satisfecho, en la RAI. La carretera que lleva al volcán, de todas maneas, sigue cubierta de ceniza que achican hasta cien voluntarios.