Fiuggi. En el descarnado intercambio de opiniones que bordea el hoyo de la reflexión sobre la seguridad de los ciclistas pero no llega a embocar -se discute, pero nadie asienta el debate-, Angelo Zomegnan introdujo ayer un nuevo elemento, el principio de espacio-tiempo, al percatarse de su condición indisoluble. “El sterrato era un símbolo el año pasado y este no. No lo entiendo”, dijo descorazonado y furioso por las críticas, algunas tan hirientes como la La Gazzetta dello Sport, su fratello, y su incendiario titular: Lo sterrato delle polemiche. El sterrato de la polémica. Lo que no comprende Zomegnan es que no baste con reproducir los escenarios del pasado para recrear la épica ciclista. O lo que es lo mismo: Zomegnan no digiere que el tiempo pase también para el ciclismo; que el ciclismo, que ya nació viejo, quiera también ser un deporte moderno, acorde a su tiempo.
A Zomegnan le ocurre como a aquel ciclista de los 70 que muchos años después regresó a la Marmolada y no la reconoció porque él la recordaba igual de dura, pero estrecha y sin asfalto, y lo que se encontró fue una autopista ancha y bien alfombrada. Se imaginó que rodar por ahí tendría que ser lo más parecido a volar y sintió que su viejo y nostálgico corazón se encogía decepcionado. Los ciclistas no vuelan, se dijo, se retuercen.
En esa concepción moderna del ciclismo, piensan los filósofos actuales cuya doctrina gira en torno a la seguridad como principio angular de un deporte en el que el factor riesgo es elevado e incontrolable en un porcentaje elevadísimo, no hay lugar para incoherencias espacio-temporales como la del sterrato. “Aún asumiendo que el riesgo existe y que se esconde tras cada curva, o incluso en las rectas, se trata de trabajar para evitar los puntos que puedan aumentar ese peligro. Y no de ir tras ellos tentando a la suerte”, dice un ciclista, uno de los mejores del mundo que no corre el Giro pero se estremeció igualmente en el sofá de su casa ante la imagen dantesca de la nube de polvo que envolvía al pelotón. “Fue espectacular, no lo niego, pero el espectáculo no puede pagarse a cualquier precio”, razona.
“El Giro es seguro y el ciclista su principal patrimonio”, proclamó Zomegnan, para quien el descenso de tierra no era en absoluto peligroso y como prueba de ello presentó una hoja en blanco de caídas en ese tramo, a priori, el más problemático. Contador, uno de los más críticos, contabilizó unas cuatro decenas durante toda la etapa. “No entiendo a los ciclistas”, prosiguió el director del Giro; “¿Cuántos de los que alzaron la voz inspeccionaron el recorrido? ¿Cuántos partieron con ruedas de bajo perfil, y no alto, con neumáticos más anchos e inflados a seis atmósferas en lugar de a nueve? Yo he sido periodista durante 25 años y sé cuándo las polémicas son reales y cuándo falsas. No puedo aceptar una polémica de periodistas. Este es un ciclismo esquizofrénico”.
De lo esquizofrénico que es el ciclismo podría hablar largo y tendido Fran Ventoso, que después de salir por la puerta de atrás del Saunier Duval en 2007 y pasarse tres años pedaleando en el sótano del ciclismo, vive en el Movistar, un equipo magno, una época de luz tan cegadora y potente como el sprint que lanzó ayer a 150 metros para tumbar a Alessandro Petacchi, que llegó muerto, sin aire y sin fuerzas para rematar al cántabro en los 20 metros finales. Le remontó, pero cuando se puso a la altura de Ventoso, exhausto, dejó de dar pedales. “Creía que me pasaba”, suspiró aliviado y feliz el velocista del Movistar tras alcanzar la más grande de sus victorias, 22 con la de ayer, en el final agónico que propuso una pendiente suave, pero suficiente para que probara a descolocar a los sprinters más duros -no Cavendish, por ejemplo, que se quedó en la subida anterior-, Danilo di Luca, uno de los de toda la vida que también ha comprobado esta temporada lo rápido que corre el tiempo. Tiene 34 años y los dos últimos ha estado en barbecho por el positivo por CERA del Giro de 2009, el que le discutió a Menchov en cada repecho. Volvió en febrero y repentinamente se dio cuenta de que no era el mismo. El parón le había oxidado. Ayer le pasaron por encima Ventoso, Petacchi y Ferrari, un nuevo apellido italiano veloz. Di Luca fue cuarto. En otro tiempo, quizás hubiese ganado.
El Etna, en erupción. Así, al sprint, quiso alejarse el Giro de la nube de humo blanco de la Toscana y camina ahora hacia la fumarola negra que escupe el Etna, en erupción desde el miércoles por la noche. La etapa del volcán se corre el domingo y de momento la organización asegura su disputa. “No hay motivo para la suspensión, no hay riesgo”, anunciaron pese a que las calles de los pueblos circundantes están asfaltadas de ceniza y el aeropuerto de Catania, el principal de Sicilia y desde el que deben volar los corredores tras la jornada hasta Térmoli, salida de la siguiente etapa y ubicada a unos 800 kilómetros, en el sudeste italiano, a orillas del Adriático, ha cancelado todos sus vuelos. Hay quien plantea que los corredores hagan ese trayecto en coche. Si eso ocurre, se espera otra erupción.
“Sería una pena que se suspenda la etapa, eso beneficia a los más débiles”, dijo Contador, que recordó que antes del Etna, hoy el Giro asciende su primera montaña seria. Sube a Montevirgine, largo, 17 kilómetros, pero apenas 5% de desnivel medio y un tramo máximo del 10%, breve y muy al principio. “Tenía ganas de que llegase este momento”, dijo Alberto. Tantas, quizás, como Antón, otro de los grandes escaladores del Giro, que reconoce que no está al cien por cien -“noto que falta un puntito y necesito ganar algo de peso porque estoy muy delgado”, lamenta- pero se siente bien y reforzado por el transcurrir de los primeros días, en los que solo ha perdido tiempo con el resto de favoritos en la crono por equipos -51 segundos le separan de Nibali, el mejor clasificado de los líderes-. “Las sensaciones son buenas, pero Montevergine es una subida larga y tendida. Quizás haya oportunidades mejores más adelante. ¿El Etna? Sí, claro, esa o cualquier otra. Da igual dónde”, dijo Igor Antón a la conclusión de la carrera de ayer.