LIVORNO. Por la noche, una silla vacía en la cena convence a los ciclistas del Leopard de lo que acaba de ocurrir. No está Wouter. No volverá a estar jamás. El golpe es tan brutal que hunde a los ciclistas en un pozo hondísimo de desconsuelo. No quieren seguir en el Giro. Quieren irse a casa, con sus familias. Fresquísimo el recuerdo, buscan y no encuentran un motivo para montarse en la bicicleta. Se lo ofrece Weylandt, el padre: "Ahora tenéis que seguir por Wouter". Es lo que les convence. El Leopard rinde honores a su compañero belga desde la carretera, en un homenaje de 213 kilómetros neutralizados en el que las clasificaciones no son oficiales.
Lo hacen así: cada equipo tira diez kilómetros, empezando por Euskaltel-Euskadi, y los dos últimos los hace en cabeza el Leopard. Se les une Farrar, su íntimo amigo. Cubren todo lo ancho de la calzada. Los ciclistas se abrazan y lloran. Difícilmente habrá un momento más emotivo y profundo durante toda la temporada.
Solo el minuto de silencio que inunda la mañana de Génova puede competir en nivel de intensidad emocional. Ninguna, el reverso de la moneda, en falta de tacto cuando los organizadores exigieron a los ciclistas que aumentaran la velocidad a 45 kilómetros por hora por asuntos televisivos. Había que correr porque la televisión se apagaba. Los corredores, que tampoco compartieron la idea de tener que hacer toda la etapa -pedían pedalear solo los últimos kilómetros-, se indignaron.
Para entonces ya no estaba la familia de Wouter, que aterrizó el lunes a las 22.30 horas en el aeropuerto de Malpensa, en Milán. La organización les recogió y les llevó al hotel del Leopard, en el mismo Rapallo que esperó inútilmente a Weylandt. Con el padre, la madre y la hermana llegó también la mujer, Anne Sofie, embarazada de una niña que nacerá en septiembre. Allí durmieron. O lo intentaron.
el llanto de su madre y su mujer Por la mañana sale el sol pero la luz no llega. El día es oscuro. El desayuno, un funeral. No habla nadie. Sofie no puede contener el llanto. Ni la madre. Recoge de una silla una foto de su hijo y un surco salino recorre su rostro. Luego viajan a la salida, se les encoge un poco más el alma en un minuto de silencio que no acaba nunca y cuando la etapa parte, ellos deshacen el descenso del Passo del Bocco. Se detienen en el lugar exacto de la caída.
Un poco más arriba está el muro, desgajado en su parte inferior. Ahí es donde golpeó el pedal izquierdo de la bicicleta. Con pintura blanca está marcada la frenada de Wouter. Y más adelante, el lugar en el que su rostro impactó con el asfalto. Allí mismo murió. Anne Sofie, pantalón vaquero y camisa blanca, se agacha, acaricia el suelo y llora desconsolada. La madre tampoco resiste. Se las llevan envueltas en llanto. Junto a la roca que asoma a la derecha, quedan unas flores que fijan el lugar donde se apagó la vida de Wouter. Pronto habrá un monolito.
El Leopard cubrió la etapa de ayer tras la arenga del padre de Wouter pero hoy no estará en la salida. Regresan a casa. Como Tyler Farrar, triste e incapaz de dar pedales. "Era mi amigo, mi compañero de entrenamiento y, de muchas maneras, otro hermano para mí. Su muerte me marca y es un cambio irreparable en mi vida", dijo ayer Farrar, que recordó a Weylandt como una de las personas más amables, divertidas, y admirables "que he tenido la oportunidad de conocer". "Su muerte es una tragedia para su familia, sus amigos y el deporte en su conjunto. Yo lo recordaré siempre, y siempre me esforzaré por hacerle sentir orgulloso, como él lo hizo por el deporte y la gente que amaba", dijo.