Hay técnicos nacidos con un don que dejarán un vacío imborrable cuando se les recuerde dentro de unos años. Zeljko Obradovic, el hombre de los banquillos más laureado de la historia y campeón de la Euroliga con cuatro equipos diferentes, hace gala de esa etiqueta. Con su octavo entorchado continental, sellado ayer con todo merecimiento en el Sant Jordi, este devorador de títulos agrandó un poco más su colosal leyenda. Su primorosa lección táctica sesgó de raíz las opciones del Maccabi, el anotador más compulsivo de la competición que ayer vivió un calvario para anotar.
La estética locomotora amarilla, que había atropellado a infinidad de rivales hasta inmiscuir su figura en la final, entre ellos el Baskonia, gracias a ese juego dinámico que resulta una bendición para los paladares más exigentes, se estrelló esta vez contra un muro de hormigón ante el que salió rebotado. Obradovic halló la pócima necesaria para desfigurar el rostro del verdugo azulgrana, que cayó en la tela de araña tejida por el preparador de Cacak. Frente a un bosque de afilados brazos y piernas que coartó cualquier atisbo de lucimiento de sus principales estiletes, el Maccabi languideció sin remisión. Con un plantel huérfano de aquellas rutilantes estrellas de antaño que no le otorgaba excesivos boletos en los pronósticos, pero sostenido por una extraordinaria solidez colectiva, el Panathinaikos condujo su sexta Euroliga hacia las vitrinas del OAKA. El mismo equipo que en el Top 16 fue superado por el Caja Laboral y amenazaba con consumir un ciclo debido a la veteranía de sus principales exponentes ha vuelto a reinar con suficiencia en Europa. En primera instancia, dejó fuera de su Final Four contra todo pronóstico al Barcelona, indiscutible favorito, y durante este fin de semana acaba de firmar dos autoritarias victorias con el sello característico de la figura que le dirige con puño de hierro desde hace más de una década.
Los duelos de este calibre suelen decidirse por pequeños detalles, pero la celebrada en Barcelona fue una de las finales más desiguales de los últimos tiempos. El oficio y la férrea disciplina táctica del Panathinaikos dejaron sin oxígeno al desinhibido y dinámico baloncesto hebreo. De esa apasionante lucha de estilos y dos formas tan opuestas de concebir el juego, surgió un nítido ganador. Sólo la tardía apuesta de Blatt por dos cuatros móviles -Eliyahu y Blu- añadió pimienta a un pulso dominado de cabo a rabo por los atenienses, sostenidos durante toda la tarde por el estelar trío compuesto por los incombustibles Diamantidis, Nicholas y Batiste.
diamantidis, el ejecutor Obradovic, un maestro a la hora de minimizar las virtudes rivales, dio con la tecla para tejer la dictadura. Lejos de aceptar un intercambio de canastas, satisfizo su propósito de propiciar un marcador bajo. Hasta el cuarto final, las aguerridas defensas primaron sobre los pastosos ataques, donde sólo Eidson se sacudió los grilletes helenos ante la espesura de Pargo y la escasa pujanza de un Schortsanitis desaparecido del mapa. Entre los continuos dos contra uno de la inteligente defensa verde y sus tempraneras faltas, el orondo poste disfrutó de un papel testimonial, alimentando la leyenda negra que le acompañó en el Olympiacos en los compromisos de máximo calado.
Su prolongación sobre la pista, el colosal Diamantidis, interpretó a la perfección las consignas del entrenador serbio. Mediante un ritmo cansino y monótono perjudicial para los intereses amarillos, el duelo se redujo a un constante cinco contra cinco que amputó las posibilidades del conjunto, a priori, con más talento. Con una estadística de otra galaxia (16 puntos, 9 asistencias y 5 rebotes), el fornido base griego se hizo acreedor a un merecido MVP. Le secundaron eso sí en el perímetro unos letales Nicholas y Sato, culpables de la ruptura en el marcador en el tercer cuarto (40-51) con su secuencia de triples. El Maccabi reaccionó en el epílogo de la mano de Eliyahu y gracias a una presión en toda pista, pero fue demasiado tarde. Pese a su relajación, el triunfo del Panathinaikos nunca corrió peligro. Atesora numerosas cicatrices en el cuerpo y una dilatada experiencia como para dejarse sorprender.
MACCABI Pargo (12), Eidson (17), Pnini (8), Eliyahu (12), Schortsanitis (4) -cinco inicial-, Blu (14), Hendrix, Burstein, Macvan (3) y Sharp.
PANATHINAIKOS Diamantidis (16), Calathes (4), Sato (13), Fotsis (5), Vougioukas (4) -cinco inicial-, Batiste (18), Maric (2), Perperoglou (2), Nicholas (14), Tsartsaris, Kaimakoglou y Tepic.
Parciales 15-22, 15-11, 13-21, 27-24.
Árbitros Mitjana (España), Lamonica (Italia) y Lottermoser (Alemania). Eliminaron a Pnini en el minuto 40.
Pabellón Palau Sant Jordi, ante unos 16.000 espectadores.