vitoria. En mitad de la conversación, finalmente Iker Camaño (Santurtzi, 1979) pide disculpas y descuelga el móvil que suena ininterrumpidamente. Habla serio, de un drama. Cuelga. Lo cuenta. El domingo, después de correr una carrera francesa, le llamaron para contarle que un amigo había perdido la vida después de un accidente de moto en Los Tornos. Joven, deja pareja y un niño de once meses. "Es como para no andar disfrutando de la vida", exhala un suspiro desolador el santurtziarra, que siente algo muy parecido a la felicidad ciclista tan añorada en el Endura Racing escocés donde ha revivido lejos del boato del ProTour, "en una furgoneta sin cafetera".

¿Recuerda dónde estaba hace 1 año?

Por estas fechas estuve en Bilbao comiendo con mi hermano y un amigo. Hablamos del futuro. Lo veía muy negro, sin equipo, me parecía imposible volver a correr. Les decía que de mil casos, pasaba uno. Uno, la esperanza. Quizás por eso seguí entrenando. Mira cómo se ha enderezado la situación. Ha sido suerte.

¿Suerte?

No siempre, pero a veces juega. Daba por imposible tirarme un año en blanco y encontrar equipo. He vivido que en cuanto desapareces del mapa te traga la tierra para siempre.

Del paro le sacó un equipo escocés.

Casi cuando ya había perdido la esperanza, me ofrecieron un dorsal.

Un año después, gana una etapa y la general del Cinturón de Mallorca.

Es algo grandísimo. La vida da muchas vueltas. Ahora sé que nunca puedes decir imposible; por muy negro que lo veas siempre hay un agujerito por donde pasa la luz. Hace un año no tenía equipo y ahora he ganado una carrera y una general, vuelvo a disfrutar de la bicicleta, estoy aprendiendo otro idioma y me veo metido en un equipo pequeño pero que quiere crecer, lo que también es ilusionante.

El Cinturón de Mallorca es una victoria, pero de categoría menor.

Soy consciente de que no es el ProTour, pero es nuestra liga.

¿Qué quiere decir?

Que para el equipo, para la empresa -Endura, una multinacional de ropa deportiva-, este tipo de carreras son importantísimas. Ellos me lo decían: 'estamos contentos de que hayas ganado, pero más de que haya sido en España'. Este es uno de los grandes mercados en los que quieren abrirse camino. Y lo están logrando.

Y para usted, ¿qué significó?

A ver, sé dónde y contra quién he ganado, pero, por otro lado, estar delante, vestir de amarillo, luchar por ganar, ver las caras de felicidad de compañeros y mecánicos... Es una satisfacción increíble.

Dicen que un triunfo, sea cual sea, tiene el poder de transformar la mente del ciclista.

Me ha dado confianza. Algo me ha ocurrido. Quizás verme ahí ha reforzado mi convicción de que todavía valgo para esto.

También cuentan que un ciclista feliz es aún mejor. ¿Usted lo es?

¿Feliz? Sí, es cierto que lo soy.

¿Cuándo lo fue tanto como ahora?

Recuerdo la Dauphiné Liberé que ganó Iban (Mayo). Yo estaba allí. Le ganamos a Armstrong.

Fue en 2004, ¿desde entonces no disfrutaba usted tanto como ahora?

Porque hubo un momento que me vi fuera, aprecio más lo que tengo. El equipo es pequeño, no tenemos autobús ni cafetera y vamos en furgoneta, pero al final lo piensas y no deja de ser lo mismo. ¿Influye ir en un autobús de 50 millones o en una furgoneta de cuatro?

Usted parece más feliz, como dice, en una furgoneta sin cafetera.

Después de cómo lo he pasado, no es algo a lo que le dé prioridad. Ya te digo que aprecio mucho lo que tengo, más, seguramente, que antes.

Ha corrido Tour, Giro, Vuelta y las grandes clásicas. ¿Qué le motiva?

Estar en un equipo pequeño.

¿Perdón?

Sí, verte que formas parte de un equipo pequeño y tienes que luchar contra los grandes. A veces los otros ciclistas miran el maillot, creen que eres inferior y te obligan a ganarte tu sitio en el pelotón. Entonces pienso que yo llevo diez años de profesional, que sé cómo funcionan las cosas y que nadie me puede echar a codazos del pelotón por correr en un equipo mejor. Quizás sea esa rabia la que me ha hecho motivarme tanto. Me gusta también que los jóvenes del equipo me pregunten.

¿Qué quieren saber?

Todo. Cómo es el Tour, las grandes carreras, el ciclismo de ahí arriba. Al equipo le falta experiencia, pero los chavales aprenden rápido. En la última etapa de Mallorca defendieron el amarillo de una manera impresionante. Se lo dije: 'parecíais el US Postal de Armstrong'. No era un halago sin más. Salvando las distancias, lo creía de verdad.

Es su segunda vida ciclista, ¿supo usted vivir la primera?

Creo que sí, aunque lo que más me hubiese gustado hacer en el ciclismo hubiese sido ir a un Tour con un jefe de filas que lo ganase.

¿Eso es falta de ambición personal?

No, para nada. Lo más difícil no es llegar a profesionales, sino mantenerse. Para eso es necesario saber pronto para lo que vales. Si tu sirves para subir agua, tienes que aprovecharlo al cien por cien.

En el Endura es usted 'jefe'.

Yo solo quería volver a correr. Y quería, sobre todo, demostrar a este equipo que no venía a robar dinero. Nunca he sido de ese tipo de personas. El dinero lo necesito para vivir pero no es mi prioridad. Prefiero sentirme feliz. Ahora, lo soy.

Tiene 32 años y otro de contrato con el Endura.

Y no pienso en dejarlo. Ni el ciclismo ni el equipo. Repito que este equipo me hace sentir a gusto, feliz. Por eso no pienso en marcharme.

¿Aunque tenga ofertas tentadoras?

Ya me fui de un equipo perdiendo dinero.

"Ahora sé que nunca hay que decir imposible; por muy negro que lo veas siempre hay un agujerito por donde pasa la luz"