vitoria

Cuando llegó, 21 añitos, un chaval, Haimar Zubeldia, que apenas ha cambiado, el mismo pelo hirsuto y corto de entonces, el mar calmo de las pupilas claras, acaso la arruga curva y larga de la sonrisa más acentuada -sonríe mucho, síntoma de felicidad-, pensó que esto de la bicicleta profesional, un sueño hecho oficio, era cuestión de una docena de años. "Creía que si aguantaba hasta los 33 ya sería todo un logro porque por aquel entonces la gente se retiraba a esa edad", cuenta.

De su generación, la del 77, apenas queda algún dorsal. Se han ido quedando en la cuneta mientras él pedalea hacia los 34 observando con cierta curiosidad los nuevos rostros adolescentes que desembarcan con hambre y sed de náufrago y le recuerdan, a veces, que se hace mayor. "Veterano", matiza, porque viejos, decía la amona, son los trapos, las cosas inanimadas y sin vida "y a mí vida e ilusión, que son el motor de este deporte, me sobran".

El gran momento de la carrera de Haimar fue el Tour de Francia de 2003 en el que se partió la cara con Armstrong, Ullrich, Vinokourov, Hamilton y Mayo por el podio de París y de aquel ciclista imponente al que se le achacaba su pasividad en carrera -"no me afectaba, pero al final, me harté de tanto escucharlo"- queda el recuerdo. "Soy el mismo, pero distinto. Sigo siendo Haimar, pero ahora sé quién soy, me conozco más, sé cuál es mi sitio y sé que me siento enormemente feliz, que me gusta lo que hago, que 14 años se me han pasado volando y que aún no acierto a ver el final de esto", dice el usurbildarra, que ahora piensa que es un error colgar la bicicleta a los 33 o a los 34 porque con esa edad, teoriza con conocimiento, el organismo no se ha degradado apenas. "Eres tan válido como cuando tienes 28 o 29 años", anuncia. "Físicamente un ciclista puede aguantar muchísimo más".

Tanto como Chris Horner, 39 años, 40 en octubre, y en una forma estupenda para defender la txapela en la Vuelta al País Vasco que arranca el lunes el Zumarraga; tanto como Levi Leipheimer, 37 tacos, un chiquillo que hace unos días fue el único capaz de soportar la primera andanada de Contador, a la segunda cedió, en la subida a Pal de la Volta; tanto como Andreas Klöden, 35 años, once ya desde que, joven, firmara una primavera antológica avasallando en la París-Niza y, semanas después, en la ronda vasca, la carrera a la que llega ahora con ambición suprema -segundo y una etapa en Niza; una etapa en el Criterium Internacional-.

Los dos americanos y el alemán lideran, junto a Haimar, al imponente RadioShack en la Vuelta al País Vasco en el que también forma Markel Irizar, triunfante en Andalucía.

"Estar rodeado de esta gente ayuda a no sentirse mayor", ironiza Zubeldia. También motiva y elimina cualquier complejo, ahonda, la debilidad de Johan Bruyneel por los ciclistas curtidos, los que manejan con arte el oficio, convencido de que en las grandes vueltas de tres semanas, la prueba de fondo por excelencia, la resistencia y el saber son los tesoros más preciados. "A nosotros, veteranos, los años, los kilómetros, nos han desposeído de la facultad de la explosividad, pero nos han hecho ciclistas de esos que dicen de aliento largo, fondistas". Ellos, Horner, Klöden, Leipheimer, Zubeldia, como el Armstrong del podio en el Tour a los 38 y el séptimo inapelable en 2005 con 34, son, en esencia, como los correcaminos del atletismo. Los viejos del maratón como Haile Gebrselassie, la leyenda etíope que con 35 años renunció a correr los 42 kilómetros de los Juegos de Pekín porque creía que su vida corría peligro -la polución, la humedad, el calor, ponían en riesgo su frágil organismo asmático- y cuando le preguntaron si no perdía para siempre la oportunidad de ser campeón olímpico de la prueba más agónica del atletismo -ya lo es de 5.000 y de 10.000- respondió que él, con 39 años en Londres 2012, será aún joven y mejor.

El único misterio de la longevidad, el grial codiciado de la eterna juventud, dicen los expertos que no es más que una cuestión de hábitos saludables. De vigilar la alimentación, de hacer vida sana, de mantener el pulso en los entrenamientos y no dejarse contaminar por la desidia, la desgana de los que ya no sienten y se dejan arrastrar por el sopor de la rutina, "los deportistas muertos con 32 años", que identifica Haimar.

"Tú ves a Klöden, 35 años, muchos arriba, al máximo nivel, en la concentración de enero entrenando como un animal, serio, con más ilusión y ganas que cualquier joven recién llegado, y te contagias sin quererlo", enfatiza Zubeldia, que con la edad ha encontrado el equilibrio físico y mental que dicen los preparadores es la gran virtud de los ciclistas longevos. El saber estar, el conocer, escuchar el murmullo de las copas de los abetos, observar el trigo agachándose, descifrar un gesto, prever un movimiento, visionar, adelantarse a lo que va a suceder y entender cuál es el momento de exponerse, de gastar. También ha asimilado que es tan importante entrenar como descansar. El equilibrio. "Eso lo dan los años, no hay otra forma de aprender. Ahora miro hacia atrás y recuerdo mi primera carrera, en Mallorca, y me río. Era un juvenil. Corría a lo loco. Lo daba todo en todo momento. Así no se puede correr, pero entonces no lo comprendes".

El egoísmo También ha aprendido Zubeldia con los años a bajarse de la bici y sentirse ciudadano. A desconectar. A ser, como reconoce, menos egoísta, el rasgo innato de los ciclistas que jóvenes e inmaduros viven bajo el regazo de ama, con mil atenciones y la única obligación de andar en bicicleta. Entrenar y cuidarse. "Nada más".

"Eso cambia", dice Haimar; "a veces sigo siendo egoísta, pero soy consciente de que hay más cosas. De que está la familia, mi mujer, los niños -tiene una hija que en mayo cumplirá tres años y ese mismo mes espera a la segunda, otra niña-. Ahora sé que no quiero que la vida pase sin darme cuenta de todo esto que me rodea, sin participar en ello". Egoísmo es para Haimar sentirse tremendamente frustrado por no poder ir al Tour. "Hay que relativizar las cosas", asume. Le ocurrió el año pasado, tras caerse en la Dauphiné y romperse el radio. Quince días después salió a la carretera esperanzado aún de poder estar junto a Armstrong en su último Tour y no pudo llegar ni a Zumaia. "Lo pasé fatal porque el Tour, no sé por qué razón, es algo especial para mí". Siempre fue un ciclista de julio, de calor. "En esta época, marzo, abril, mayo, nunca he estado súper".